Pedalee por un buen rato, sin hablar, solo avanzando a través de la autopista, sintiéndonos como las últimas personas sobre la faz de la Tierra. Y entonces la vimos.
O mejor dicho… la vi.
Evelyn.
Estaba sentada en medio de la avenida, como una estatua abandonada en el asfalto. La luz mortecina de la luna iluminaba su cabello rojo, haciéndolo brillar como si estuviera ardiendo. Su bicicleta yacía a un lado, descuidada, como si la hubiera dejado caer sin importarle. Sus hombros estaban tensos, su espalda rígida. Aunque no podía verle el rostro, sabía que no estaba tranquila.
Alma fue la primera en reaccionar. Saltó de la bicicleta con un movimiento ágil, sus pies tocando el suelo con un leve golpe. Yo bajé después, pero en lugar de hacerlo con calma, dejé caer la bicicleta con un estruendo seco, sin importarme el ruido que hiciera.
Estaba furioso.
La rabia me subió como lava hirviendo por la garganta. No podía creerlo. Ahí estaba, como si nada, después de haberme dejado atrás. Después de haberme abandonado en medio de ese mar de cadáveres, como si yo no valiera nada. Como si lo nuestro nunca hubiera significado una mierda para ella.
Mis pasos resonaron en la oscuridad mientras me acercaba, con los puños apretados y la mandíbula tensa. Mi corazón latía con fuerza, cada latido golpeando en mis sienes como un tambor de guerra.
No sabía qué iba a decirle. No sabía si iba a gritarle, si iba a exigirle una explicación, o si simplemente la iba a mirar y esperar a que fuera ella quien hablara primero.
Pero una cosa era segura.
No iba a dejar que esto pasara como si nada.
No esta vez.
—¡¿Cómo mierda pudiste dejarnos otra vez, Evelyn?! —Mi voz salió en un gruñido de pura frustración y rabia, resonando en la oscuridad como un eco que no encontraba respuesta—. ¡¿Qué putas te pasa?! ¡Casi nos caemos! ¡¿Acaso querías deshacerte de nosotros?!
Mi respiración era un desastre, entrecortada y pesada, cada palabra saliendo con la bilis atorada en mi garganta. Mi corazón golpeaba contra mi pecho como un tambor de guerra, el sudor resbalando por mi cuello y espalda. Sentía las piernas ardiendo del esfuerzo de pedalear, y el miedo seguía apretándome la garganta, mezclado con una ira que no sabía si venía del peligro real o de la traición de Evelyn.
Evelyn se giró bruscamente, sus ojos verdes ardiendo con una furia que casi igualaba la mía. La tenue luz de la luna resaltaba el rojo vibrante de su cabello despeinado y pegajoso por el sudor, mientras su pecho subía y bajaba con rapidez bajo la delgada tela de su blusa.
—¡Esa era la promesa, Ricardo! —gritó, con su voz rasgando la tranquilidad forzada de la noche. Sus manos estaban crispadas en puños, sus uñas clavándose en las palmas—. ¡¿No lo recuerdas?! ¡Si uno se queda atrás, el otro sigue avanzando! ¡Es la única puta manera de sobrevivir! Pensé que se habían caído… ¡Pensé que estaban muertos! ¿Qué querías que hiciera? ¿Detenerme y arriesgarme por su torpeza en bicicleta?
Su mirada se afiló en un destello venenoso cuando clavó sus ojos en Alma.
—Y además, mírate… Iban bien cómodos, ¿eh? Bien abrazaditos.
Las palabras me cayeron como piedras en el pecho. Miré de reojo a Alma, que se había acercado lentamente, con ese andar silencioso y delicado que tenía, como si siempre estuviera lista para desvanecerse en el aire. Su piel morena relucía bajo el sudor y la tensión, y sus grandes ojos cafés reflejaban una calma que parecía irritar aún más a Evelyn.
—Evelyn… debes calmarte —dijo Alma con su voz suave, un susurro que en otro momento me habría parecido reconfortante, pero ahora solo echaba más leña al fuego—. Ricardo solo intentaba mantener el equilibrio… y me dijo que me sujetara fuerte.
No necesitaba verla para saber que Evelyn apretó los dientes. Lo escuché en el crujido sutil de su mandíbula tensándose.
—Ah, claro… —se burló, su labio superior temblando—. ¡Ahora la princesa lo defiende! ¡Por supuesto! Ya veo cómo van las cosas aquí.
Yo aún sentía la adrenalina burbujeando en mi sangre, pero intenté controlar mi voz.
—No hay nada que ver, Evelyn —dije, aunque mi tono era más áspero de lo que pretendía—. ¡Casi nos caemos y tú simplemente seguiste pedaleando! ¡¿En qué estabas pensando?!
—Estaba pensando en sobrevivir, Ricardo —espetó, cruzándose de brazos con fuerza, empujando inconscientemente sus enormes pechos contra sí misma, algo que en cualquier otra situación me habría distraído, pero ahora solo me hacía hervir más—. ¡Como siempre! Alguien tiene que tener la cabeza fría aquí. No voy a arriesgarme por un puto tropiezo.
—¿Un puto tropiezo? —repetí, sintiendo que la furia se me enredaba en la lengua—. ¿Y qué si en lugar de solo perder el equilibrio hubiéramos sido atacados? ¿Qué si en el suelo había algo esperándonos? ¡¿También nos habrías dejado?! ¡Como dejaste a tu abuelo!
El silencio que siguió fue peor que cualquier grito. El aire se volvió espeso, pesado, como si el mundo entero contuviera el aliento. Vi cómo la expresión de Evelyn se congelaba, su mirada parpadeando por un instante con algo que no pude definir bien… Dolor. Culpa. Rabia.
El golpe que me dio en el pecho fue repentino y sin reservas. No era fuerte, pero el mensaje estaba claro.
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Editado: 10.04.2025