Z: Un Amor En El Apocalipsis.

CAPITULO 14

La carretera era un páramo oscuro, lleno de sombras alargadas que bailan con el viento. No habia luces en las casas destrozadas ni en los autos abandonados a los costados del camino. Todo era negro y silencioso, como si el mundo hubiera dejado de existir más allá de nuestro pequeño grupo. Pero la tensión entre nosotros era tan densa que casi podia olerla, como un metal oxidado en la lengua.

Finalmente, cuando el peligro inmediato paso, Evelyn redujo la velocidad. Se detuvo abruptamente en un lado de la carretera, dejando caer un pie al suelo con fuerza. Alma y yo nos detuvimos unos metros detrás. Evelyn siguió sin mirarnos.

Respire hondo y pedalee un poco más para acercarme a ella. Alma no dijo nada, pero pude sentir su mirada clavada en la espalda de Evelyn. Había un nudo en mi estómago que no tenía nada que ver con los muertos que dejamos atrás.

—¿Qué pasa ahora? —pregunte, tratando de que mi voz sonara calmada, aunque por dentro sentía que caminaba sobre vidrios rotos.

Evelyn levanto la cabeza lentamente, y en la tenue luz de la luna vi el brillo de sus ojos verdes, empañados de lágrimas. Su labio inferior temblo un poco antes de que hablara.

—Estoy harta —susurro, y aunque su voz era apenas un hilo, el peso de esas palabras me golpeo en el pecho—. Harta de todo esto. De los zombis, del miedo, de… ustedes dos.

Fruncí el ceño.

—¿De nosotros dos? —pregunto Alma, confundida, su voz suave pero tensa.

Evelyn se giró bruscamente hacia nosotros. Sus puños estaban cerrados sobre el manubrio, sus nudillos blancos.

—Sí, de ustedes dos —repitió con más fuerza, su tono empapado en resentimiento—. Es como si yo ya no existiera para ti, Ricardo. Solo tienes ojos para ella.

Alma se estremeció ligeramente a mi lado, pero no dije nada. Apreté los dientes.

—Eso no es verdad, Evelyn —respondí, tratando de mantener la calma, aunque la frustración empezaba a hervir en mi interior—. Estás imaginando cosas.

Su risa amarga me corto como una navaja.

—¿En serio? —Su voz se quiebro con un sollozo ahogado—. Desde que ella llegó, todo cambió.

Mi mirada se clavó en la suya, tratando de entenderla, de ver más allá de su enojo. Sabía que había algo más detrás de esto, algo que no estaba diciendo. Algo que pesaba en su pecho tanto como en el mío.

—Las cosas cambiaron porque el mundo se fue a la mierda, Evelyn —dije con dureza, sin poder evitarlo—. No por Alma.

Ella sacudió la cabeza con furia, su cabello rojo agitándose alrededor de su rostro.

—¡Claro que sí! ¡Y ahora hasta la defiendes! —Grito, su voz cargada de celos y dolor—. ¿Ya te olvidaste de todo lo que pasamos juntos? ¿De todo lo que hicimos para sobrevivir?

Mi mandíbula se tensó.

—No me olvidé de nada, Evelyn —respondí, mi tono más controlado—. Pero no puedo simplemente ignorar a alguien que necesita ayuda.

Sus labios se separaron apenas y, por un momento, creí que iba a decir algo, pero se detuvo. Su pecho subió y bajo rápidamente. Luego, su expresión cambio de golpe. Su mirada se oscureció y su rabia se convirtió en algo más profundo.

—¡Pero ella no es como yo! —su voz se elevó con una mezcla de desesperación y furia—. Ella… ella te mira diferente. Y tú… tú la miras diferente también.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

—Estás paranoica, Evelyn —negué con la cabeza, sintiéndome cansado—. No hay nada entre Alma y yo.

Pero Evelyn no me creyó. Y lo peor es que… yo tampoco estoy seguro de creerme.

—¡Ah, no! ¿Y el beso en el pasillo? ¿Eso también me lo imaginé? —su voz sonó como un látigo de veneno puro.

Mi corazón se congelo. Mierda.

Mi mirada se cruzó con la de Alma, y vi el horror en sus ojos oscuros. Ella bajo la cabeza, su cabello cayéndole sobre el rostro como una cortina.

Intente decir algo, cualquier cosa que arreglara este desastre, pero Evelyn no me dio oportunidad.

—¡Cállate, Ricardo! No quiero oír tus excusas —sus ojos estaban vidriosos, pero su expresión era de puro dolor—. Pensé que… realmente te creí cuando me dijiste que me amabas.

Mi garganta se cerró.

—Te amo, Evelyn —dije con sinceridad—. Pero estás haciendo esto muy difícil.

Ella rio de nuevo, pero esta vez sonó rota, quebrada.

—¿Yo? ¡Tú eres el que trajo a esta! ¡Tú eres el que se olvidó de mí! —su voz tembló con cada palabra.

Alma, que había estado callada hasta ahora, dio un paso adelante.

—Evelyn, entiendo que estés molesta —dijo con suavidad—. Pero Ricardo solo me ayudó. No hay nada más.

Evelyn la fulmino con la mirada.

—¡Cállate tú! No te metas en esto.

Alma apretó los labios y, por un instante, pareció dudar. Pero luego, levanto el rostro.

—No voy a callarme si estás diciendo cosas que no son ciertas —su voz, aunque baja, tenia filo—. Ricardo no te ha olvidado. Y yo no estoy tratando de quitarte nada. El beso solo fue…




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