Los días siguientes fueron lentos, casi exasperantes. Mi pierna mejoraba, pero el dolor aún persistía como un recordatorio constante de mi fragilidad. No podía moverme demasiado rápido, no podía correr, no podía pelear… no podía hacer nada que realmente importara en un mundo como este.
Así que me dediqué a lo que podía hacer. Pasaba la mayor parte del tiempo con Sabas, aprendiendo sobre plantas medicinales, ayudándolo con reparaciones y escuchando sus historias. Era un hombre paciente y observador.
Alma, por su parte, seguía con Josefina. Pasaban horas hablando en susurros sobre ungüentos y hierbas, mezclando remedios mientras la botella de alcohol nunca estaba demasiado lejos. Me pregunté muchas veces qué pensaba Alma realmente de todo esto. Pero nunca pregunté. Y ella nunca mencionó nada sobre esta cabaña… sobre su padrastro. Ese era su secreto. Y yo tenía demasiados míos como para andar escarbando en los suyos.
Aquella noche, el cielo estaba despejado, salpicado de estrellas que parpadeaban como si estuvieran burlándose de mí. Sabas y yo estábamos sentados afuera, en silencio, disfrutando de la brisa fría que traía consigo el olor a tierra mojada.
Entonces, escuché pasos.
No cualquier tipo de pasos. No los de alguien caminando sin prisa, sino los de alguien que se acercaba con un propósito.
Miré de reojo y la vi.
Ruby.
Su cabello rubio, corto, que empezaba a crecer movía con el viento, y sus ojos oscuros estaban fijos en mí con una intensidad que me hizo tensarme de inmediato. Pero lo peor… lo peor era que era imposible no notar la manera en que su enorme pecho se marcaba contra su ropa ajustada con cada paso. La cicatriz que atravesaba su ojo izquierdo le daba un aire peligroso, como si siempre estuviera lista para matar a alguien con solo una mirada.
Y en este momento, esa mirada estaba puesta en mí.
—Ricardo —dijo mi nombre con su tono grave y directo, como si ya me hubiera condenado a algo.
Sabas, que hasta ese momento había estado tranquilo, me lanzó una rápida mirada de advertencia. Pero cuando Ruby cruzó los brazos y se paró justo frente a nosotros, él hizo lo más inteligente que alguien en su posición podía hacer: se levantó y se fue sin decir una sola palabra.
Cobarde. Pensé.
Tragué saliva con dificultad y me obligué a mantener la calma.
—¿De qué se trata, Ruby? —pregunté con voz firme, aunque sentía que me estaban metiendo en un problema del que no sabía cómo salir.
Ella inclinó un poco la cabeza, estudiándome como si fuera un insecto atrapado en un frasco.
—He notado que pasas mucho tiempo con Sabas —empezó, su tono neutro, pero con esa extraña pesadez que hacía que cada palabra se sintiera más amenazante de lo necesario—. Aprendiendo cosas… útiles. Eso es bueno. Pero también he notado algo más. Algo que no me termina de cuadrar.
Se me secó la boca.
Aquí viene.
—¿Qué cosa? —pregunté, tratando de mantener mi expresión impasible.
Ruby entrecerró los ojos.
—Nunca preguntas por Evelyn. Ni una sola vez.
El silencio que se formó entre nosotros fue denso. Sentí cómo mi espalda se tensaba, pero me obligué a no reaccionar demasiado rápido.
—Alma, cuando llegaron, habló de ustedes dos como si fueran inseparables. Pero tú… tú nunca la mencionas. Ni siquiera cuando hablas de lo que perdiste. Es como si no te importara.
Su voz era dura, afilada como una cuchilla que se enterraba lentamente en mi piel.
Mi primer instinto fue reaccionar, defenderme, soltar alguna excusa rápida que despejara cualquier sospecha. Pero sabía que con Ruby eso no funcionaría. No era estúpida. No era fácil de engañar.
Así que respiré hondo y hablé con la verdad… o al menos, con una versión modificada de ella.
—Claro que me importa Evelyn —dije con firmeza, sosteniéndole la mirada—. La extraño. Me preocupa. Pero sé que ahora no puedo hacer nada por ella. No en este estado. Necesito curarme, volverme fuerte. Y no quiero preocupar a Alma más de lo que ya está.
Ruby no dijo nada por un largo momento. Solo me observó, analizándome.
—Puede ser —murmuró al final, aunque su expresión no cambió—. Pero hay algo más.
Mi estómago se encogió.
¿Más?
—Dime, Ricardo… —Se inclinó ligeramente hacia mí, su voz más baja, como si estuviera compartiendo un secreto—. ¿Alma es en verdad tu novia?
El aire se sintió más pesado de repente.
—¿Qué? —Mi reacción fue instantánea, pero Ruby no se dejó engañar.
—En todos estos días, nadie los ha visto tomarse de las manos. Ni besarse. Nada. Y unos jóvenes como ustedes, con las hormonas a tope, deberían estar buscando cualquier excusa para largarse a algún rincón y desquitarse un poco.
Me quedé en silencio.
Mierda.
Sabía que no podía dudar. No podía vacilar. Así que forcé una sonrisa nerviosa y solté la mejor mentira que se me ocurrió en ese momento.
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Editado: 10.04.2025