Z: Un Amor En El Apocalipsis.

CAPITULO 20

Entré al cuarto. La luz tenue de una lámpara de aceite titilaba con suavidad, proyectando sombras distorsionadas sobre las paredes de madera envejecida. Había un olor peculiar en el ambiente, una mezcla de humedad, tela vieja y el tenue rastro de ceniza de la lámpara. El aire estaba denso, con ese silencio pesado que se siente cuando alguien está despierto, pero intenta no hacer ruido.

Alma estaba acostada en la cama improvisada, cubierta con una manta raída que apenas parecía darle abrigo. Su silueta delgada se veía aún más frágil bajo la tela.Cerré la puerta con cuidado, tratando de no hacer ruido, pero el crujido de la madera traicionó mis intenciones. Me quedé de pie un momento, sintiendo cómo la conversación con Ruby seguía pesando sobre mis hombros, como un ancla que no me dejaba moverme con libertad.

Alma giró la cabeza lentamente al escucharme. Sus ojos grandes y claros se clavaron en los míos, pero había algo distinto en su mirada esta vez… menos perdidos, menos apagados. Parecía que no había tomado hoy.

—Ricardo… —susurró mi nombre, su voz suave, temblorosa.

Se incorporó un poco, quedando sentada, su espalda recargada en la pared de mader, y pude notar cómo la manta resbalaba ligeramente por su hombro, dejando ver su clavícula prominente. Hermosa.

—Quería… quería pedirte perdón por lo que dije. —Sus ojos bajaron al colchón improvisado, como si tuviera miedo de mi reacción.

Me quedé en silencio unos segundos, tratando de descifrar sus palabras antes de responder.

—¿Por lo de que éramos novios? —pregunté con un tono neutro, sin querer sonar brusco, pero tampoco queriendo mostrar demasiada emoción.

Ella asintió, mordiéndose el labio, sus manos jugueteando nerviosamente con el borde de la manta.

—Sí… No debí haber dicho eso… —murmuró, su voz casi apagada—. Sé que Evelyn es tu novia.

Y ahí estaba otra vez ese silencio incómodo, ese espacio invisible entre los dos donde se acumulaban todas las cosas que no sabíamos cómo decir. Podía sentir la tensión flotando en el aire, como si cada palabra fuera un hilo a punto de romperse.

Tragué saliva, sintiendo un nudo en la garganta.

Alma tomó aire, como si necesitara reunir valor antes de hablar.

—Pero… hay algo que debes saber.

Sus ojos volvieron a los míos, esta vez con una intensidad que me tomó por sorpresa.

—Desde que me salvaste… aquella vez… siento algo por ti, Ricardo. Sé que es difícil de creer, pero me sacaste de un infierno del que jamás pensé que escaparía y después de unos días empecé a sentir algo por ti, algo más que solo agradecimiento.

Mi corazón dio un vuelco. Su voz temblaba y hablaba con seguridad….

—Te amo, Ricardo.

Las palabras quedaron suspendidas en el aire como una verdad innegable, imposible de ignorar.

Mi respiración se sintió más pesada. Mi pecho se apretó.

—Y es verdad, tal y como te dije cuando nos besamos en el pasillo… —continuó, sus ojos parecieron recordar aquella vez, pero no dejo de hablar—. En verdad te amo.

El recuerdo de aquel beso vino a mi mente como un golpe. La calidez de sus labios, la desesperación en su toque…el miedo de que nos descubriera Evelyn.

Ella desvió la mirada, como si la vergüenza empezara a alcanzarla.

—Envidio a Evelyn… —susurró, con un tono más bajo, casi como si odiara admitirlo—. La envidio por tenerte…

Cerré los ojos un instante, sintiendo el peso de sus palabras clavarse en mí como una espina. No era solo un capricho… Alma realmente lo sentía.

Yo no podía negar lo que había entre Evelyn y yo, pero tampoco podía ignorar lo que Alma estaba diciéndome ahora.

Me acerqué lentamente y me senté en el borde de la cama. Su cuerpo se tensó levemente cuando tomé su mano entre las mías. Estaba fría, temblorosa… frágil.

—Alma… —dije finalmente, con voz baja—. No tienes que disculparte por lo que dijiste. Sé que estabas asustada y solo querías que confiaran en nosotros… Y también sé que yo exageré… exageré demasiado.

Ella levantó la mirada, sorprendida por mis palabras.

—¿De verdad…?

—Sí. —Apreté suavemente su mano, como para asegurarle que era sincero—. No estoy molesto contigo.

El alivio en su rostro fue casi inmediato. Sus hombros se relajaron un poco, y por un instante, vi en ella la Alma que había conocido antes de todo esto.

Una chica dulce, tímida, alguien que simplemente… quería ser amada.

Hice una pausa, buscando las palabras correctas. Algo dentro de mí me decía que tenía que ser cuidadoso, que no podía simplemente soltar lo que sentía sin pensar en lo que causaría en Alma. Ella era alguien especial para mí, alguien que había estado conmigo en los peores momentos, que me había cuidado cuando más lo necesitaba. Pero también sabía que no podía mentirle, no podía engañarla con promesas falsas o con una esperanza vacía.

Tomé aire, sintiendo el peso de mis palabras antes de dejarlas salir.

—Y sí… también te amo, Alma. —Mi voz sonó suave, casi un susurro en la penumbra de la habitación. Pude ver cómo sus ojos se abrían un poco más, brillando con un atisbo de esperanza, una chispa de algo que no quería apagar. Pero tenía que ser honesto. Por doloroso que fuera.




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