Z: Un Amor En El Apocalipsis.

CAPITULO 22

Los días se fueron acumulando uno tras otro, cada amanecer trayendo consigo la misma punzante incertidumbre. Cada día sin noticias de Evelyn se sentía como una piedra más en el costal de mi angustia, un peso constante que no me dejaba respirar con libertad. Hacía ya casi dos meses desde su desaparición y, según mis cálculos, debía estar cerca del segundo mes de embarazo. Cada vez que pensaba en ello, un escalofrío me recorría la espalda.

Intentaba mantenerme ocupado para no volverme loco con esa idea. Durante el día, buscaba la maldita contraseña cada vez que tenía un respiro, revisando cada rincón de la cabaña como un perro husmeando entre la basura. Pero entre las tareas con Sabas—que consistían en ayudarle con el huerto y aprender sobre esas hierbas raras que tanto le gustaban—y las que Ruby me asignaba, el tiempo se me escapaba como agua entre los dedos.

Cada que estaba con Sabas, aprovechaba para sonsacarle información sobre Ruby y los otros dos ancianos. Me contó que Guillermo era el verdadero brazo derecho de Ruby, su hombre de confianza, el único que podía hablarle sin que ella le clavara esa mirada gélida de desagrado. De Miguel, en cambio, hablaba con cierto desdén; lo describía como un loco obsesionado con encontrar una "cura" para el apocalipsis, siempre metido en experimentos raros que a nadie parecían importarle.

—¿Y qué hay de otros jóvenes? ¿Han estado aquí antes? —le pregunté en una ocasión, tratando de sonar casual mientras removía la tierra con una pala.

Sabas se detuvo por un instante, acomodando su sombrero de paja con un movimiento lento, como si estuviera calculando su respuesta.

—Eh… pues… a veces ha llegado gente, sí. Pero, ya sabes, este mundo no es fácil —respondió, encogiéndose de hombros antes de volverse a su trabajo.

Me jodía cuando hacía eso. Cada vez que el tema tocaba algo sensible, se las ingeniaba para esquivarlo, como si las palabras le quemaran la lengua. Y su actitud solo lograba que mis sospechas aumentaran.

Por otro lado, intenté acercarme a Ruby, jugar la carta del tipo amable, incluso coquetear un poco. No porque realmente me interesara, aunque siempre que la veía, con esos senos y ese cuerpo bien formado, bien podría si interesarme, aunque me diera miedo., sino porque quería entenderla, ver si podía sacarle algo útil. Pero esa mujer era como un muro de piedra.

—Guarda esas cosas para tu 'novia' Alma —me decía cada vez que intentaba soltar algún comentario más ligero, su mirada perforándome con frialdad.

Y después me mandaba a hacer algún trabajo pesado, asegurándose de que no tuviera tiempo ni para respirar.

Alma, en cambio, estaba cada vez más metida con Josefina, aprendiendo todo lo que la anciana le enseñaba y, lo más importante, sacándole información con su dulzura natural. A pesar de la tristeza que aún se reflejaba en sus ojos, su determinación por encontrar una salida parecía crecer con cada día que pasaba.

Un día, después de mucho insistir, me llevó hasta la compuerta que había encontrado.

—Está aquí, justo debajo de esto —susurró, apartando con sus manos delgadas las hojas y ramas que la cubrían.

Ahí estaba. Un acceso oculto, con una cerradura electrónica que se burlaba de nosotros con su fría indiferencia. Sabíamos que la contraseña era la única forma de abrirla, pero no teníamos ni puta idea de cuál era.

A pesar de mi insistencia en que no se hiciera ilusiones conmigo, Alma no perdía oportunidad para demostrarme su afecto. A veces, mientras estábamos buscando algo o simplemente sentados en silencio, tomaba mi mano con suavidad, como si con ese pequeño gesto pudiera sostenerme, impedir que me hundiera en mis propios pensamientos oscuros. Otras veces, al despertar o antes de dormir, me daba un beso en la mejilla, cálido y fugaz, acompañado de un tímido "te amo" que siempre temblaba un poco en sus labios.

Y aunque yo intentaba no corresponder demasiado, la verdad era que esos pequeños gestos me gustaban. Me daban una sensación de calidez que no había sentido en mucho tiempo, algo que Evelyn rara vez me daba. Alma era… diferente. No tenía la intensidad feroz de Evelyn, ni su temperamento explosivo, pero su ternura tenía una forma de meterse bajo mi piel.

La noche cayó con su manto oscuro, y la cabaña crujía con el viento helado. Después de otro día frustrante de búsqueda, nos acostamos juntos. El frío era insoportable, y sin pensarlo mucho, volví a rodear a Alma con mi brazo. Ella se acurrucó contra mí, buscando mi calor, su cuerpo delgado encajando perfectamente contra el mío.

—Te amo, Ricardo —susurró en la oscuridad, su voz cargada de una mezcla de miedo y esperanza.

Por un instante, me quedé en silencio, sintiendo cómo mi pecho se apretaba.

—Yo también te quiero, Alma —dije al final, en voz baja.

Era verdad. La quería. No de la misma manera que a Evelyn, pero la quería. Y eso solo hacía todo más jodidamente complicado.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.