Porque lo peor de todo… lo que más me molestaba… era que parte de mí quería creerlo. Quería creer que la relación de Evelyn y mía no había iniciado aquel día en mi departamento. No sé por qué. No sabía si era mi cabeza jugándome una mala pasada o si de verdad había un hueco en mi memoria tan grande como para borrar algo así.
—Ambos sujetos —Meléndez hablaba ahora con un tono más... suave. O al menos lo intentaba, el desgraciado— se encontraban en una situación financiera difícil y no contaban con familiares directos. El Proyecto Zeta les ofreció una oportunidad para mejorar su situación económica a cambio de su participación en esta investigación. Su contribución es invaluable para el avance de la ciencia… y para la potencial solución a la crisis que enfrentará nuestro mundo.
Crisis.
La palabra quedó rebotando en mis oídos como un eco maldito.
¿Se refería a esto…? ¿A los zombis? ¿A este mundo podrido en el que me había tocado despertar?
Entonces, sin previo aviso, la imagen del video cambió.
La pantalla mostró ahora un pasillo blanco. Larguísimo. Limpio hasta lo enfermizo. Paredes lisas, piso brillante. Todo era tan artificial, tan falso… tan de laboratorio… que me dieron escalofríos.
Al fondo, una puerta metálica se abrió con un zumbido eléctrico apenas audible.
Y entonces… los vi.
Entraron dos figuras.
Nosotros.
Evelyn… y yo.
Pero no éramos exactamente los mismos. Eran versiones más jóvenes. Evelyn tenía el cabello rojo pero más corto, más descuidado. Su cuerpo… bueno… seguía siendo malditamente llamativo, incluso con esa bata blanca de laboratorio colgando flojamente sobre su piel blanca.
Y yo…
Dios…
Yo parecía… ¿inocente?
¿Ese era yo?
¿Esa expresión medio torpe, medio nerviosa? ¿Esos movimientos dudosos, casi tímidos?
No me reconocía.
Y eso me daba miedo.
Una voz sonó de fondo. La reconocí de inmediato.
Meléndez.
—Por favor, tomen asiento. El siguiente paso consiste en la aplicación tópica del Compuesto Gel Z. Ricardo, se te proporcionará una dosis adecuada para su aplicación en la zona genital. Evelyn, tu papel será… observar y participar en la respuesta fisiológica resultante.
Mis ojos se abrieron un poco más.
¿Perdón?
¿Qué clase de experimento porno disfrazado de ciencia era este?
En el video, me vi a mí mismo recibiendo un pequeño tubo. Era transparente, con un gel dentro… un gel de un color negro pálido, como humo atrapado en cristal.
Mi versión más joven lo tomó con cierta curiosidad, pero también con nerviosismo evidente.
Lo mismo Evelyn. Ella se había cruzado de brazos, con ese ceño fruncido tan suyo, tan malditamente de ella, observándome como quien no sabe si reírse… o patearte.
Y entonces… entonces pasó lo peor.
Vi a mi yo más joven bajarse los pantalones.
Mi estómago se apretó.
Mi garganta se cerró.
Era yo… pero no era yo.
Era alguien que no recordaba haber sido.
Y eso, honestamente… daba más miedo que cualquier zombi.
El video continuó su triste desfile frente a mis ojos como si no le importara en absoluto estar arrancándome, poco a poco, pedazos de alma. Pedazos de esa persona que yo... alguna vez creí ser.
Las imágenes en la pantalla cambiaron, y lo que antes parecía un simple registro de laboratorio, frío y técnico, se fue tiñendo de un tono grotesco... enfermizo.
Ahí estábamos Evelyn y yo.
Jóvenes. Desnudos. Expuestos.
Como si no fuéramos personas. Como si solo fuéramos... objetos.
Nuestros cuerpos aparecían en pantalla entregándose uno al otro de una forma que no se parecía en nada a lo que yo recordaba de nosotros... si es que alguna vez hubo un "nosotros" real.
Era extraño. Violento. Casi animal.
Se nos veía completamente dominados por un deseo absurdo, exagerado... casi ridículo. Como si el mundo entero no existiera más allá del roce de su piel blanca contra mi cuerpo, o de mis manos recorriendo su figura perfecta de forma automática, desesperada... enferma.
Era grotescamente evidente. No había amor en esas imágenes.
Solo necesidad. Instinto. Supervivencia sexual.
Y lo peor... es que en los malditos videos... parecíamos disfrutarlo.
—...esto es patético —mascullé en un susurro, sintiendo como mi garganta se secaba de la rabia y la vergüenza mezcladas.
Lo siguiente me revolvió todavía más el estómago.
El tono del video cambió de nuevo.
El sonido se llenó de la voz pausada, calmada, casi educada... de un viejo que yo ya no podía escuchar sin querer romperle los dientes.
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Editado: 13.04.2025