¿Un aroma...? ¿De qué carajos hablaba?
Mi mente, aún saturada por el peso de todo lo que acababa de ver en ese maldito video —la niña pixelada, las palabras rotas del Dr. Salazar, la historia absurda de una planta milagrosa y su maldito gel infernal—, apenas podía hilar una idea coherente. Pero cuando Ruby pronunció esas palabras con esa voz casi quebrada, casi suplicante, algo dentro de mí vibró. Recordé vagamente los documentos... los reportes... sí, mencionaban eso. Una especie de feromona inducida, una respuesta química descontrolada... una atracción forzada.
Ella dio un paso más. Pude sentir el peso de su mirada mientras su otra mano se posaba sobre mi hombro, apretando con suavidad, como si temiera que me desvaneciera en cualquier momento. El contacto fue cálido... demasiado cálido. No de temperatura, sino de carga. Como si su piel llevara corriente. Y no la resistí.
—Al principio... —dijo, con una voz que ya no era la de siempre, esa voz burlona, sarcástica, fría como cuchilla. Ahora sonaba... ¿rota? ¿vulnerable?— pensé que era mi imaginación... algo estúpido. Pero cada día que pasas aquí... es peor. Más fuerte. Más profundo. No puedo dejar de pensarte, Ricardo...
Mi cuerpo se tensó. Los músculos de mi espalda se encogieron como si algo invisible me halara hacia ella, y lo peor era que... no quería resistirme. La forma en la que su aliento golpeó mi cuello hizo que un escalofrío me recorriera la columna, como si el ambiente se hubiera congelado por un segundo y todo lo demás... dejará de importar.
Sus pechos —esos enormes, absurdamente grandes pechos que rebotaban con cada respiración agitada— ahora estaban peligrosamente cerca de mi cara. Demasiado cerca. Y sí, mi mente de mono, en medio de todo el colapso emocional, no pudo evitar notarlo. Pero había algo más ahí... su mirada descendió a mis labios, se detuvo un segundo, y luego volvió a mis ojos. No era solo deseo lo que vi... era necesidad. Una lucha interna, como si estuviera tratando de callar una voz en su cabeza que le gritaba que se detuviera.
—Sé que tienes tus propios problemas en la cabeza —murmuró entonces, con un hilo de voz que apenas podía sostenerse—. Sé que estás... atrapado con Evelyn en esa mierda científica. Y ahora, con Alma. Lo sé... pero yo... yo ya no aguanto esto, Ricardo. No puedo soportarlo más...
No alcancé a reaccionar. No alcancé a decir nada, ni siquiera una palabra de esas torpes que suelo usar para desviar el tema con sarcasmo. Nada. Ruby se lanzó. Se abalanzó sobre mí como si todo lo que había contenido durante semanas estuviera a punto de explotar. Su boca encontró la mía con una violencia que me dejó sin aliento, sin espacio para pensar, sin pasado ni futuro. Solo ese momento.
Su beso no tenía sutilezas. No era dulce, ni romántico. Era hambre. Era furia. Era deseo comprimido por demasiado tiempo. Su boca se abrió paso entre mis labios con una desesperación que ardía, que dolía incluso. Su cuerpo se estrelló contra el mío como si necesitara fundirse conmigo, como si al hacerlo pudiera apagar ese fuego que la estaba consumiendo desde dentro. Pude sentirlo... la fuerza de su respiración, el temblor de su pecho, el gemido ahogado que se escapó al unirnos.
Y, maldita sea... yo respondí.
No sé en qué momento mis brazos la rodearon. No sé cuándo mi boca dejó de resistirse. Fue como si mi cuerpo, ese mismo que los doctores habían modificado, reprogramado, maldecido, actuara solo. Su lengua se deslizó dentro de mi boca, invadiéndome con una audacia tan salvaje que me dejó sin aire. Mis manos temblaron sobre su cintura. Su agarre en mis hombros se volvió más fuerte, más firme, como si no quisiera soltarme jamás.
El calor de su cuerpo contra el mío era irreal. Su piel, suave, cálida, peligrosa... rozaba la mía como si fuera a incendiarla. Su corazón latía como un tambor de guerra. Su respiración, rápida, entrecortada, se mezclaba con la mía en una danza asfixiante que nos envolvía en un mundo donde solo existíamos nosotros.
Y en medio de todo eso... mi mente, ese pequeño pedazo de mí que aún no había sido tomado por el deseo, gritaba. ¿Esto era real? ¿Era Ruby? ¿O solo otra víctima más de ese maldito gel? ¿Era yo un sujeto... o un arma?
¿Era este deseo... mío?
Y justo cuando pensaba que todo estaba por estallar, que íbamos a cruzar una línea de la que no había vuelta atrás, sus manos comenzaron a moverse.
Con una torpeza apurada, empezó a desabrochar los botones de mi camiseta. Sus dedos temblaban, no sé si de ansiedad, de deseo o de rabia contenida. Yo... no me moví. No me detuve. ¿Cómo hacerlo? Mi cabeza estaba hecha un desastre, llena de voces que se contradecían entre sí. El recuerdo de Evelyn, el miedo ahora más fuerte de que estuviera embarazada, la dulzura de Alma, la traición de todo lo que creí ser...
Pero mi cuerpo era otra historia.
Su respiración golpeaba mi cuello, cálida y húmeda, mientras su camiseta se deslizaba un poco hacia abajo, revelando aún más piel. Su escote era una provocación viviente. Los pechos se movían como si tuvieran voluntad propia, llamándome, provocándome... dominándome.
Una punzada de deseo se encendió en mi vientre. Cruda. Animal. Incontrolable.
Y entonces, Ruby me miró... y sonrió.
Una sonrisa lasciva, salvaje, triunfante. Una que decía "te tengo" sin necesidad de palabras.
#156 en Terror
#3011 en Otros
#644 en Humor
apocalipsis zombi, zombies romance traicion chica fuerte, romance eroticos y comedia
Editado: 13.04.2025