Fue en ese momento, justo ese jodido segundo cargado de tensión contenida, que Alma se dio cuenta de que la había cagado. No fue un error cualquiera, de esos que uno puede disfrazar con una broma o con una mirada triste para salir del paso. No. Fue una de esas cagadas monumentales, torpes y devastadoras, que cambian la atmósfera como si alguien hubiera arrojado una granada en medio del silencio. Todo en la cabaña pareció crujir, como si el mundo se quebrara alrededor de nosotros. Fue su voz temblorosa, esa dulzura nerviosa suya, la que soltó las palabras de más, sin pensarlo, como si el miedo se le hubiera escurrido por la lengua.
Y claro, Ruby no era de las que dejaban pasar cosas así. No, ella era otra clase de criatura. Observaba con una calma tensa, como una bomba que no hace tic-tac pero que sabes que va a estallar. Apenas Alma dijo lo que dijo, Ruby reaccionó como un látigo. Me empujó hacia un lado con una fuerza seca y fría, como si de repente se hubiera acordado de que minutos antes habíamos estado a un suspiro de arrancarnos la ropa. Como si todo ese deseo que nos había devorado no hubiera existido. Como si yo fuera un error, algo descartable. Su mirada se transformó en algo peligroso. No era ira común. Era esa furia acumulada de años de traición, de heridas mal cerradas, de promesas que nunca se cumplieron.
Su mano se cerró sobre la coleta de Alma como si fuera una cuerda para jalar a una yegua terca. Jaló con brusquedad, casi haciéndola caer hacia atrás. Yo apenas pude moverme. Sentí que se me helaba la sangre.
—¿Iban a escapar? —siseó Ruby, sus palabras como una víbora enroscada a punto de atacar—. ¿Eso era, mocosa de mierda? ¿Iban a dejarme como una estúpida?
Su tono era bajo, apenas un murmullo, pero cargado de veneno. Cada palabra una estocada, cada sílaba una amenaza. Alma gimió de dolor, sus ojos llenos de miedo, de arrepentimiento, de ese tipo de pánico que te atraviesa cuando sabes que la jodiste pero ya es demasiado tarde para retroceder.
Y entonces, sin soltar a Alma ni un segundo, Ruby me miró. Se giró como un rayo oscuro, y sus ojos se clavaron en los míos. Esos ojos negros como el vacío, como la noche sin luna, como el fondo de un pozo sin fondo.
—¿Y tú, maldito experimento? —escupió—. ¿Tú lo sabías? Maldita rata de laboratorio ¿Sabías y no dijiste nada?
Las palabras me cortaron como cuchillas oxidadas. No solo por el insulto, ni siquiera por lo de “rata de laboratorio”, sino por el tono. No era solo rabia. Era algo peor. Era decepción. Era dolor. Era esa clase de furia que nace cuando te sentís traicionada.
Mi cabeza era un caos. Un torbellino que giraba sin control. Las piezas se mezclaban: el experimento, mi maldita identidad robada, Evelyn embarazada y perdida allá afuera. Alma temblando en manos de Ruby. Ruby al borde de explotar. El grupo observándonos como si fuéramos traidores, como si estuviéramos a punto de ser ejecutados. Y afuera… ese sonido. Ese murmullo creciente. Esa amenaza que se acercaba paso a paso.
No era mi día. Otra vez no. Otra vez esa maldita frase me retumbó como un mantra amargo en la cabeza. No es mi puto día. Tal vez nunca lo fue.
Y entonces, justo cuando el silencio se tensó al límite, estalló. Un estruendo seco y brutal hizo que todos saltáramos. ¡BUM! El sonido de un balazo reventó la chapa de la puerta principal, astillas volando como insectos de madera por la sala. Todo quedó en silencio, por un microsegundo eterno. Hasta que la puerta se abrió de golpe, empujando lo que la mantenía cerrada, golpeando todo contra la pared como si un monstruo la hubiese escupido con rabia.
Y ahí estaban.
Tres figuras recortadas contra la oscuridad de la tarde que moría. Tres hombres, sombras humanas con rifles colgando de sus brazos como extensiones de su odio. Los vi entrar como si fueran los dueños del infierno, caminando con ese ritmo seguro, como si supieran que no había nada en esa sala capaz de detenerlos. Sus rostros no mostraban emoción. Solo determinación. La clase de dureza que no nace de la valentía, sino del sadismo.
Y detrás de ellos… lo más jodido de todo.
Los vi. Pequeños. Delgados. Muertos. Niños zombis. Atados con correas al cuello, como si fueran perros de caza. Se movían con sacudidas espasmódicas, sus ojos opacos buscando algo que devorar, sus dientes al descubierto. Eran armas vivientes. Cuerpos infantiles usados como instrumentos de terror. Aquello me revolvió el estómago. Sentí un nudo subir por mi garganta, un impulso de vomitar, de cerrar los ojos y fingir que no lo había visto.
Pero ahí estaban.
El padrastro de Alma no solo había regresado. No solo había dado con la maldita cabaña. Había traído con él el mismísimo infierno, armado hasta los dientes y con niños muertos como mascotas asesinas. El mundo ya era una mierda antes… pero ahora, ahora era otra cosa. Una aberración sin retorno.
Y nosotros estábamos justo en el centro.
#35 en Terror
#1225 en Otros
#371 en Humor
apocalipsis zombi, zombies romance traicion chica fuerte, romance eroticos y comedia
Editado: 18.05.2025