Se acercó primero a Ruby. Lo vi moverse entre las sombras como un animal satisfecho que ha encontrado una presa demasiado confiada. Sus pasos eran pesados, lentos, con una teatralidad sádica. Su mirada se deslizaba por el cuerpo de Ruby, desnudándola con los ojos. Fue un vistazo rápido, pero cargado de un hambre oscura. De arriba abajo. Y otra vez. Lo hizo sin pudor, como quien examina una fruta madura, decidiendo si morderla ya o disfrutar jugando con ella un poco más.
Ruby lo sostuvo con la mirada por un segundo. Ese segundo fue una eternidad suspendida en el tiempo. Ella no hablo, algo raro en ella.
Pero entonces, él extendió el brazo y le agarró el cabello con una brusquedad que me hizo apretar los dientes hasta el dolor. No sé si fue la forma en que la jaló hacia atrás, obligándola a inclinar la cabeza como una muñeca rota, o el ruido áspero que hizo su cuero cabelludo al ser estirado con esa violencia seca. Fue un susurro de brutalidad que resonó en el silencio. Y en medio de todo, la respiración entrecortada de Ruby. No dijo nada, pero su cuerpo gritaba. La forma en que sus brazos apenas se movieron para intentar sujetarse, el ligero temblor en sus muslos, la tensión rígida en su mandíbula.
Yo no pude hacer nada. No en ese momento. Solo mirar. Tragando el sabor amargo de la impotencia, el miedo y la rabia que empezaba a fermentar.
—Mira qué buena estás —murmuró él, y su voz me revolvió el estómago. Era la misma voz que habíamos escuchado antes por el altavoz, pero ahora estaba cerca, demasiado cerca. Tan cerca que podía sentir el veneno saliendo de cada palabra. —¿Qué hacías perdiendo el tiempo con esos viejos decrépitos... cuando podías estar con uno de nosotros?
El muy cabrón se detuvo a mirar su escote. Abiertamente. Como si la estuviera analizando para ponerle un precio.
—O con todos —añadió, con una sonrisa asquerosa que no vi del todo, pero la imaginé en el tono: burlona, convencida de tener el control absoluto.
Y antes de que Ruby pudiera siquiera reaccionar, su mano bajó. Lo hizo con la rapidez mecánica de quien ha hecho esto miles de veces. Como quien no pide, solo toma. Le apretó el pecho con una brutalidad que me dejó helado. Como si no estuviera tocando a una persona, sino un trozo de carne al que podía moldear, aplastar o romper a placer.
Ruby no gritó. No dijo nada. Pero vi cómo sus ojos se oscurecieron de golpe.
Fue extraño. Como ver una chispa nacer en medio de una tormenta. Una que empieza callada, imperceptible, y de repente estalla con furia. La tensión en sus hombros cambió. Ya no era miedo. Era pura, indomable furia.
Y entonces, sucedió.
En un solo movimiento fluido, como si lo hubiera planeado desde el inicio de los tiempos, Ruby giró el cuello, zafándose del agarre que el tenía en su cabello, luego el cuerpo, y le mordió el brazo. No fue un mordisco simbólico, no fue un débil "déjame". Fue salvaje, animal, la respuesta desesperada de una loba arrinconada que elige morir matando antes que someterse. Sus dientes se hundieron en la carne del desgraciado con un sonido húmedo y espeso. Lo escuché. Fue como un chasquido sordo, como si algo se rompiera bajo la piel.
El grito del padrastro fue un aullido desgarrador, profundo y lleno de sorpresa. Un rugido de rabia mezclado con dolor puro. Su voz se quebró por un segundo y luego volvió con más fuerza. La sangre le manchó la manga al instante, roja, espesa, goteando al suelo, manchando el barro con la prueba de su herida.
Y yo... por dentro, grité: "¡Eso, Ruby! ¡Muerde, maldita sea, muerde hasta el hueso!". Pero por fuera, seguía atado, inmóvil, con los puños apretados hasta que me temblaban las manos, y el corazón golpeándome el pecho como un martillo desbocado. Sentía las cuerdas gruesas y rugosas como arena viva raspándome la piel de las muñecas, apretadas más de lo necesario, como un ritual de dolor. Cada intento de moverme hacía que se clavaran más hondo.
Pero claro, él no iba a dejarlo así. Un animal herido es más peligroso, y él era la peor clase de animal. Con la otra mano, le metió un puñetazo seco en la cabeza. No fue para noquearla, no. Fue un golpe para alejarla, para castigarla. Un castigo por atreverse, por morder, por tener el descaro de mostrar dignidad frente a él. Ruby soltó el brazo de inmediato. No por voluntad propia, sino porque su cuerpo la traicionó, colapsando bajo el impacto. Cayó de lado como una muñeca vencida, sin control. Una línea fina de sangre le salió por la comisura de los labios. No era mucha, pero suficiente para doler, para ser otra marca en su rostro.
La miré caer.
En ese instante, como si hubieran estado esperando esa señal, dos hombres más aparecieron de entre las sombras. Caminaban rápido, en silencio, con esa mirada vacía de quien está ahí solo para obedecer, sin pensar ni sentir. La levantaron sin el menor cuidado, como si no pasara nada, como si no hubiera recibido un golpe, como si no les importara si aún estaba viva o no. Y no les importaba. Eran siluetas recortadas contra la penumbra, sombras con forma humana, respirando al mismo ritmo, carentes de cualquier rastro de humanidad.
Apenas los vi de reojo mientras uno de ellos se agachaba para terminar de meterme un trapo sucio y asqueroso por la boca para no hablar, lo mismo hicieron con Josefina.
Alma, a mi lado, seguía en silencio. Pero no porque no sintiera. Lo sabía por la forma en que su respiración se aceleraba, por cómo sus labios temblaban incontrolablemente. No decía ni una palabra, pero sus ojos, grandes y marrones, no parpadearon. Estaban fijos en el monstruo. La sentía temblar a mi lado, como si buscara en mí la roca que yo no podía ser. Quería ser una muralla para ella, juraba que lo deseaba, pero no podía ni moverme. Su respiración era débil, entrecortada, como si cada bocanada de aire le doliera. Tenía los ojos muy abiertos, fijos en él, como los de un venado acorralado por el cazador. Quería decirle que todo estaría bien, que no la dejaría sola, que de alguna manera saldríamos de ese infierno... pero no podía hablar. La mordaza asquerosa ya estaba ahí, sucia, húmeda, pegajosa.
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Editado: 18.05.2025