Bombardear. ¿Qué? ¿La ciudad? Mi cabeza dolía solo de intentar procesar.
"Así que… decidimos salir. Usando unas bicicletas que encontramos cerca de la avenida".
"¿Bicicletas?" ¿Bombardeo? Fruncí el ceño, sintiendo cómo el dolor se incrementaba con el esfuerzo mental. "No recuerdo nada de eso". Ninguna imagen. Nada.
"Es por el golpe", dijo ella, con una dulzura inesperada, como si estuviera explicándole algo a un niño pequeño o a un retrasado. "Tuviste un golpe muy fuerte en la cabeza. Pero sí, usamos bicicletas. Fue… difícil". Se le nubló la mirada. "La ciudad estaba llena de… esas cosas. Oscuridad que no dejaba ver nada. Y también… bueno, gente. Gente mala". Su voz adquirió un tono sombrío.
"Logramos salir de la ciudad", continuó. "Pedaleamos por horas. Encontramos un lugar seguro… una cabaña vieja, en un cerro. Y ahí… ahí estuvimos un tiempo". Volvió a sonreír de lado, esa sonrisa que me derretía, que me hacía sentir como si el mundo pudiera estar bien. "semanas…". Susurró. "Perdí la noción del tiempo".
"¿Y qué hicimos en esa cabaña?", pregunté, mi mente ya yendo por imaginaciones… bueno, por mis imaginaciones habituales. La simple idea de estar encerrado en una cabaña con Evelyn, sin el constante peligro inmediato del departamento o las calles… sonaba… interesante. Muy, muy interesante.
Ella soltó una risa leve, esa risa que me hacía sentir un poco menos idiota, un poco más… humano. "Bueno… digamos que aprovechamos el tiempo. Ya sabes… nos aseguramos de que el apocalipsis no nos impidiera… vivir al máximo". Una calor incómodo (o no tan incómodo, siendo sinceros) subió por mi cuerpo. Incluso ahora, maltrecho, confundido, dolorido y apestando probablemente, mi cuerpo reaccionaba a Evelyn. Era inevitable. Estúpido. Pero jodidamente inevitable. "Palpita", pensé con una mueca mental. Sintiendo mi estúpido cuerpo con sus prioridades.
"Pero no podíamos quedarnos ahí para siempre", siguió ella, volviéndose seria de nuevo. "La comida se acababa. Tuvimos que salir de nuevo a buscar suministros. Fuimos a ese maldito supermercado”. Hizo una pausa, su mirada se volvió distante. Como recordando algo desagradable. "Y entonces… pasó. Estábamos… nos encontramos con un grupo grande. De… de zombis. Eran… muchos. Una horda. Y… me protegiste. Te interpusiste… para que yo pudiera escapar. Te mordieron". Mi corazón dio un vuelco. Me mordieron. Joder. ¿Y no me convertí? ¿Cómo? Ella siguió, la voz temblorosa. "Y… y te golpeaste la cabeza muy fuerte contra algo. Caíste inconsciente".
Mi mano se dirigió instintivamente a mi cabeza, sintiendo la venda apretada que la cubría. Dolía. Bajé la mano a mi brazo, notando otra venda allí. Ah. Una mordida. Un golpe. Empezaba a encajar. Lento. Muy lento. Pero la secuencia seguía nublada. ¿Cómo sobreviví a la mordida? ¿Quién me salvó?
"Creí que… creí que ibas a morir ahí mismo. Que ibas a convertirte", susurró, sus ojos humedeciéndose un poco de nuevo. La miré. Su miedo por mí. Me apretó el pecho. "Pero entonces… llegaron ellos".
"¿Quiénes?" pregunté, la curiosidad venciendo al dolor.
"Gente de aquí. De Pueblo Z", explicó. "Estaban patrullando. Vieron la conmoción, los zombis… te vieron a ti, herido, y a mí… intentando arrastrarte".
Arrastrarme. La imagen de Evelyn, intentando arrastrar mi cuerpo muerto por las calles… me hizo sentir aún más patético. "Nos trajeron aquí. Te han estado cuidando desde entonces".
"¿Y este lugar… Pueblo Z? ¿Quién lo dirige?". Mi mente, incluso hecha trizas, volvía a la logística básica de la supervivencia. ¿Quién manda aquí? ¿Es un líder? ¿Un dictador? ¿Cómo funciona?
Sus ojos, esas esmeraldas que tanto me gustaban, se iluminaron con orgullo y alivio. La tensión pareció disiparse un poco. "Mi abuelo".
Me quedé helado. El corazón dejó de palpitar por un segundo. ¿Qué? "¿Tu… tu abuelo? ¿Don José?" No podía ser. No.
"¡Sí!", sonrió ampliamente, una sonrisa que me iluminó el alma. "Está vivo. Sobrevivió. ¡Te dije que era un viejo testarudo y que no iba a morir fácilmente!"
Un peso enorme se quitó de mi pecho. Como si me hubieran quitado una lápida de encima. Don José. El jodido viejo testarudo que me había ordenado que me llevara a Evelyn y la protegiera. El que sabía de armas, el que se preparaba para el fin del mundo. Estaba vivo. Y lideraba este lugar. Eso… eso no era solo una buena noticia. Era una noticia increíble. Milagrosa. "Gracias, pinche viejo", murmuré en voz baja, una frase que me resultó extrañamente familiar. La había dicho antes.
"¿Lo ves? Te lo dije", Evelyn me miraba con una mezcla de cariño y esa picardía que tanto me gustaba. "Siempre te decía que él era la mejor. Aunque tú no me creías".
"Bueno, me alegra haberme equivocado esta vez", admití, sintiendo una genuina oleada de alivio que me relajó los músculos doloridos. "Así que… ¿él dirige este lugar? ¿Cómo es? ¿Es… grande?"
"Es increíble, Ricardo", dijo con entusiasmo, levantándose de la cama con la lentitud propia de su estado. Joder. Me había acostumbrado tanto a verla moverse con esa velocidad apocalíptica, ligera como un gato, que verla con esa pesadez nueva… era chocante. Se acercó al borde de la cama. "Es… un verdadero asentamiento. No como la cabaña, que era solo un escondite temporal. Aquí hay casas de verdad, barricadas sólidas. Muros altos. Vigilancia. Tienen un sistema… funciona. La gente trabaja junta. Hay seguridad". La vi llevar una mano a su espalda, agarrándose ligeramente la espalda o la zona lumbar. Supuse que el peso extra, además de todo lo que había pasado, estaba haciendo mella. Y seguía viéndose increíble.
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Editado: 18.05.2025