Z: Un Amor En El Apocalipsis.

CAPITULO 53

Salí de la Oficina de Asignaciones sintiendo el papel de mi horario en la mano. El aire fresco de Pueblo Z me golpeó, pero la sensación no era de alivio puro. Había una inquietud nueva retorciéndose en mi estómago, como una lombriz helada. El hombre de la oficina… sus palabras sobre don José y los experimentos habían arañado la superficie perfecta que Evelyn me había mostrado de este lugar. Pueblo Z no era solo un refugio milagroso, era algo más complejo.

Apreté el papel. Se suponía que debía encontrar a Evelyn de nuevo, pero el plan de "ver algo rápido con una amiga" parecía haberse extendido. Miré a mi alrededor, tratando de ubicarla entre la gente. Las calles de este asentamiento eran caminos de tierra ordenados, flanqueados por casas funcionales y parcelas de tierra cultivada. Había gente trabajando, moviéndose con un propósito que yo no terminaba de entender del todo. Parecían enfocados, casi... adoctrinados. Los guardias con sus músculos y miradas duras se apostaban aquí y allá, reforzando la sensación de orden, pero también de vigilancia constante.

Empecé a caminar, buscando su figura, su cabello rojo que ahora era más corto, pero seguía siendo un punto brillante en este paisaje de tonos tierra y maderas oscuras. Recorrí las calles principales que acababa de conocer. Pasé por la zona de secado de alimentos, donde el olor a carne salada se mezclaba con el del sol. Me asomé al taller improvisado, donde se escuchaba el golpeteo de herramientas. Vi a más gente, más caras desconocidas, todas con esa chispa de determinación, pero ninguna con la calidez que buscaba.

La inquietud creció. ¿Dónde estaba Evelyn? ¿Había pasado algo? Mi cabeza todavía era un desastre. La historia que me contó sobre cómo llegamos aquí, sobre la cabaña y el supermercado, se sentía como si le faltaran pedazos, como si mi mente estuviera protegiéndome, pero también manteniéndome en la oscuridad. Y las reglas... Pueblo Z vivía por sus reglas. No robar, toque de queda, comunicación limitada, entrenamiento obligatorio. Y la donación de sangre mensual.

Esa última regla. El hombre de la oficina había sido muy claro. No era solo para un banco de sangre de emergencias. Era principalmente para los "experimentos" del ahora Doctor José, para estudiar "particularidades" en la sangre de los supervivientes. Y ese Doctor José... era el abuelo de Evelyn. El líder de Pueblo Z.

Todo se sentía como una contradicción andante. Evelyn me decía que Pueblo Z era un refugio seguro, un paraíso comparado con el exterior, un lugar organizado por su abuelo, el viejo testarudo que sobrevivió. Pero el hombre de la oficina me daba otra versión: reglas estrictas, una prisión con zombis encadenados, y un líder que no solo era un líder, sino un doctor que hacía experimentos con la sangre de la gente. ¿Y yo? ¿Qué "particularidades" tendría mi sangre? ¿Fui "evaluado" por esas "aptitudes físicas" por algo más que mi capacidad de defenderme?

Pasé la tarde buscando a Evelyn. El sol apocalíptico comenzó a descender, tiñendo el cielo de colores extraños. Pueblo Z cambió con la luz; las sombras se alargaron, los guardias parecieron más numerosos y atentos. La sensación de que algo no cuadraba no me abandonaba. Era como si el lugar tuviera dos caras: la del refugio seguro y ordenado que Evelyn me había mostrado, y la de algo más frío y calculador que vislumbré en la Oficina de Asignaciones.

Cuando la luz comenzó a fallar y el toque de queda se acercaba, la preocupación se convirtió en un nudo apretado en mi pecho. No la había encontrado en ninguna parte. ¿Le habría pasado algo? ¿Se sentiría mal con el embarazo? Volví sobre mis pasos hacia la vivienda que me habían asignado, la misma donde desperté. La puerta estaba entreabierta. Entré sintiendo la madera vieja crujir bajo mis pies. El cuarto estaba casi a oscuras. Me senté en el borde de la cama incómoda, el papel de mi horario arrugado en mi mano. Sentía el cansancio en mis huesos, pero mi mente no podía descansar.

Escuché pasos afuera. Rápidos. Nerviosos. La puerta se abrió de golpe y Evelyn entró, agitada.

"¡Ricardo!" Su voz era un suspiro, mezclado con un alivio que me hizo ver lo asustada que estaba. Me miró, escaneándome de arriba abajo, y vi el miedo dar paso a la rabia en sus ojos verdes.

"¿Dónde estabas? ¡Te estuve buscando por todas partes! Fui a la oficina, me dijeron que te fuiste hace horas... Creí que habías... que te habías ido." Se acercó, su respiración acelerada, sus manos yendo a mi rostro.

"Tranquila, Evelyn," dije, tomando sus manos. Estaban frías. "¿Ir... a dónde iría? Solo fui a buscarte después de la oficina. No te encontré. Estuve caminando, conociendo el lugar." No le dije que estuve buscando algo más, una familiaridad que no encontraba en este lugar.

Ella se aferró a mis manos, su cuerpo temblaba ligeramente. Podía sentirlo. "Me asustaste," murmuró, su voz más baja. "Con todo lo que ha pasado, con tu golpe... y el embarazo..." Acarició su vientre con una mano, un gesto casi automático que me recordó nuestra nueva realidad. Nos sentamos juntos en la cama. El silencio de la habitación nos envolvió, roto solo por nuestra respiración agitada y los sonidos amortiguados de Pueblo Z cerrándose por la noche.

"Evelyn," empecé, sintiendo que era el momento. Tenía que preguntar. El nudo en mi estómago se apretó más. "Cuando estuve en la oficina... el hombre de las asignaciones me dijo algunas cosas."

Ella me miró, sus ojos verdes fijos en los míos. Su expresión cambió, volviéndose un poco más tensa, más alerta.




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