El dolor sordo se volvió un compañero constante en los primeros días. No era insoportable, pero estaba ahí, una punzada en el brazo y una opresión en la cabeza, recordándome que mi cuerpo había pasado por algo serio. Despertar en Pueblo Z fue como salir de una pesadilla y entrar en un sueño... uno extrañamente organizado. Las paredes de cemento, el olor a limpio, la ausencia del hedor a muerte… era un alivio que me llegaba hasta los huesos. Evelyn me cuidaba, venía a verme, me traía comida. Su presencia era un ancla en la confusión de mi cabeza, que seguía sintiéndose como una coladera. No recordaba cómo había llegado allí, solo los fragmentos borrosos que ella me contaba: la casa del abuelo, el departamento, un golpe, una mordida... y Pueblo Z.
Los días se fueron apilando. Uno tras otro. El dolor de mis heridas empezó a ceder. Primero el del brazo. Luego la cabeza. Lo que se suponía que tomaría semanas, o incluso meses, para sanar, pareció curarse en tiempo récord. Era extraño. Una mañana me dolía al moverme, a la siguiente ya podía levantar el brazo sin sentir que se me iba a caer a pedazos. La venda de mi cabeza se volvió innecesaria, revelando solo una cicatriz que apenas se notaba. **Mi cuerpo respondía a un ritmo que no parecía normal**, ni siquiera para alguien de mi edad y mi, según Evelyn, buena condición física. Era como si mis células tuvieran prisa por estar listas para lo que fuera que venía.
El entrenamiento básico era una parte obligatoria de la vida aquí. Pueblo Z se movía con una disciplina que recordaba a un ejército. Tenías un trabajo, tenías que contribuir, tenías que seguir las reglas. Y tenías que aprender a defenderte. Los entrenamientos eran duros, agotadores. Corríamos. Saltábamos. Aprendíamos a manejar las pocas armas de fuego que había, a usar cuchillos, a pelear cuerpo a cuerpo.
Y resultó que no era tan inútil como temía ser. O no lo era más bien. Mi cuerpo, **rejuvenecido por esa curación acelerada**, parecía absorber cada lección. Me volví más rápido. Más fuerte. Mis músculos se marcaron, duros como piedras. Mis reflejos se agudizaron. Aprendí a apuntar y disparar con una precisión que sorprendía a los instructores. No era el más rudo, ni el más experimentado, pero mi habilidad natural, sumada a esa recuperación extraña, me convertía en uno de los mejores.
Fue ahí, en el campo de entrenamiento, que empecé a escuchar el apodo. Al principio, no entendía por qué.
"¡Mira, ahí viene el héroe!" gritaba alguno de los guardias o de los otros reclutas, con una risa que no llegaba a los ojos.
"¿Ya salvó a alguien hoy, héroe?" soltaba otro, mientras corríamos.
"El Héroe". La primera vez me molestó. Me sonaba a burla, a escarnio. Decían la palabra con un sarcasmo frío, como si el concepto mismo de "héroe" en este mundo fuera una broma de mal gusto. Me hacía sentir incómodo. No me gustaba. Pero aprendí a ignorarlos. Mi única respuesta era superar sus tiempos, cargar más peso, ser el último en caer exhausto. Mi cuerpo se había vuelto una máquina, y la usaba para callar sus burlas.
Mientras mi cuerpo se adaptaba a la brutal realidad de Pueblo Z, mi mente seguía buscando respuestas. Evelyn me había contado una versión de la historia, pero había huecos. Grandes huecos. ¿Por qué no recordaba nada del camino hasta aquí? ¿Cómo una simple mordida y un golpe me dejaron tan... vacío? Ella decía que era el estrés, que mi mente bloqueaba lo doloroso. Quizás. Pero se sentía como algo más.
Empecé a preguntar. No de frente. De forma sutil. A los que trabajaban en los campos, a los que reparaban cosas, incluso a los guardias cuando no estaban con esa mirada pétrea de vigilancia. "¿Cuánto tiempo lleva funcionando Pueblo Z?" "¿Cómo encontraron este lugar?" "¿Qué tipo de... investigaciones hace el Doctor José?"
Las respuestas eran siempre las mismas. Repetitivas. Casi como un libreto. "Pueblo Z es un milagro, organizado por el Doctor José, nuestro líder." "Él nos salvó a todos con su conocimiento." "Las misiones son para mantenernos seguros y conseguir lo que necesitamos." "El Doctor José busca una forma de terminar con esto, de entender a 'ellos'." Nadie decía nada concreto sobre los experimentos, solo que la sangre era "necesaria para la comunidad". Si insistía un poco más, me daban la versión oficial: "para el banco de sangre de emergencias". La versión que Evelyn me había dado primero. Pero el hombre de la oficina de asignaciones había sido más honesto. Había dicho que era *principalmente* para los experimentos del Doctor José. Y que mi sangre tenía "particularidades". ¿Qué significaba eso?
Intentaba ver a Don José. Necesitaba hablar con él, agradecerle por salvar a Evelyn y por fundar este lugar que nos mantenía seguros. Quizás él podría llenar los huecos en mi memoria. Quizás él sabría por qué mi cuerpo se curaba tan rápido. Pero cada vez que le decía a Evelyn que quería verlo, ella ponía una excusa. "Está muy ocupado con su investigación". "Tiene mucho trabajo". "No puede recibir visitas en este momento". Siempre lo mismo. Era frustrante. Sentía que Evelyn me ocultaba cosas importantes, no solo sobre Pueblo Z o su abuelo, sino sobre mí mismo.
Nuestra relación con Evelyn era… compleja. Por un lado, cuando estábamos solos, era como si el apocalipsis no existiera. Había momentos de dulzura, de cariño, de esa picardía que la hacía única. Compartíamos el poco confort que Pueblo Z ofrecía. Hablábamos. Nos reíamos. Ella me tocaba, me acariciaba. Y yo la deseaba. Joder, la deseaba con una intensidad que a veces me asustaba.
Pero ahora, había una barrera infranqueable. Su vientre crecía día a día, un recordatorio hermoso y frustrante de lo que teníamos. El embarazo. No podíamos… no podíamos estar juntos de la manera que ambos queríamos. La tensión sexual entre nosotros era palpable. Cada mirada, cada roce, cada vez que la veía con esa túnica holgada que, aun así, no podía ocultar la magnitud de sus pechos ahora, era una tortura dulce. Mi deseo crecía, feroz e insaciable, como si mi cuerpo estuviera diseñado para… para eso. Y la frustración se acumulaba. En mí. En ella. Lo veía en sus ojos a veces, en cómo se mordía el labio, en sus suspiros.
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Editado: 13.06.2025