Z: Un Amor En El Apocalipsis.

CAPITULO 55

El frío de la noche se coló por debajo del cuello de mi abrigo pesado como una bofetada helada. Era mi primera guardia nocturna en los muros de Pueblo Z, y aunque mi cuerpo ya no dolía ni un poco –curado de una forma imposiblemente rápida que todavía me dejaba pensando–, cada ráfaga de viento parecía meterse hasta los huesos. Afuera de los muros, la oscuridad era total, una manta negra y silenciosa que se tragaba el paisaje. Dentro, unas cuantas lámparas de aceite y fogatas controladas proyectaban sombras bailando, creando una ilusión de calidez y seguridad que no llegaba del todo a disipar la sensación de estar expuesto.

El aire olía a tierra húmeda, madera quemada y, muy a lo lejos, un rastro débil y repugnante a carne en descomposición que el viento traía de la ciudad bombardeada. De vez en cuando, un gruñido ahogado rompía el silencio, el sonido inconfundible de "ellos", los muertos. Sonaba distante, como si la muralla de Pueblo Z fuera lo suficientemente fuerte como para mantenerlos a raya, pero la simple presencia de ese sonido era un recordatorio constante de la mierda en la que vivíamos.

Estaba parado junto a uno de los puestos de vigilancia improvisados, una plataforma de madera en alto que daba visibilidad sobre la nada. A mi lado, un chico de mi edad –o quizás un poco más joven, era difícil saberlo con la luz tenue– se recargaba contra el borde, mirando hacia la oscuridad con una calma que me sorprendió. Llevaba el cabello rapado al cero, revelando un cráneo lleno de tatuajes intrincados que se perdían bajo la piel de su nuca. Su cara era una mezcla extraña; los ojos parecían gentiles y un poco cansados, pero sus labios estaban perforados con anillos metálicos, tenía un pendiente en la nariz y las orejas llenas de argollas. Sus brazos, que se veían fuertes bajo la tela de su camisa, también estaban cubiertos de tinta. Era una fachada ruda, la de alguien que ha visto cosas, pero la forma en que respiraba, tranquila y regular, no encajaba con la imagen.

"Primera noche, ¿eh?" dijo de repente, su voz era suave, casi un murmullo, a pesar de los metales en sus labios. No sonaba burlón, solo... observador.

Asentí. "Sí. Ricardo."

"Adolfo." Estiró una mano enguantada, que estreché. Su apretón fue firme pero no agresivo. "He escuchado de ti. El 'Héroe'." Una pequeña sonrisa se formó en sus labios perforados.

Me encogí de hombros, incómodo con ese apodo. "Es una estupidez. No sé por qué dicen eso."

"Dicen que llegaste hecho mierda y te curaste más rápido que nadie". Se separó de la pared y se estiró. El aire frío pareció volverse más intenso. "Y que eres bueno peleando. Que pusiste en su sitio a algunos grandotes." Se rió entre dientes. "Aquí a la gente le gusta inventar historias."

"Supongo." A mí también me parecía una historia inventada. Mi cuerpo se sentía fuerte, sí, más de lo que recordaba haber estado nunca. Y los entrenamientos eran duros, pero me adaptaba. Pero 'Héroe'... sonaba ridículo en este puto mundo.

Nos quedamos en silencio un rato, cada uno perdido en sus pensamientos. El viento silbaba al pasar por las rendijas de la madera y a lo lejos, un zombi soltó un gemido lastimero que se perdió en la noche. Era el sonido de la desesperanza, uno con el que ya me había acostumbrado a vivir.

"¿Cuánto tiempo llevas tú aquí, Adolfo?" pregunté, buscando romper el hielo y, quizás, obtener algo de información. Adolfo parecía tranquilo, quizás hablar con él me ayudaría a armar el rompecabezas de Pueblo Z.

Él miró hacia la oscuridad. "Mmm... no mucho. Llegué con un grupo pequeño."

"Que era no mucho." La respuesta me sorprendió. Evelyn me había dicho que yo llevaba meses en Pueblo Z, inconsciente. Si Adolfo llegó hace poco... ¿por qué no lo recordaba? Aunque, claro, mi memoria era un coladero.

"¿Y tú?" preguntó Adolfo, volviendo su mirada perforada hacia mí.

Tragué saliva. La respuesta era más complicada de lo que él imaginaba. "Yo... Evelyn dice que llevo aquí meses. Que llegué muy herido."

La pequeña sonrisa de Adolfo se borró. Frunció el ceño, sus piercings brillando apenas con la luz tenue. Me miró con una intensidad que no había visto antes. No era desconfianza, era... desconcierto.

"¿Meses?" Su voz ya no era un murmullo casual. Era firme. Directa. "No, Ricardo. Eso no es verdad."

El frío en la noche pareció duplicarse. Sentí que el aire se me atascaba en los pulmones. Supe, al instante, que lo que iba a decir iba a ser importante. Que iba a sacudir la frágil versión de la realidad que me había armado.

"¿Qué... qué quieres decir?" Mi voz sonó más débil de lo que quería.

Adolfo se apoyó en la pared de madera de nuevo, pero su postura era tensa ahora. Miró hacia la oscuridad por un segundo, como si buscara las palabras correctas en la nada. "Yo llegué hace, no sé, tres semanas tal vez. Y tú llegaste... llegaste después de mí."

"No llevas aquí meses. Llevas aquí... a lo sumo, dos semanas. Quizás un poco más. No mucho."

Dos semanas. No meses. Evelyn me había mentido. O se había equivocado. Pero dos semanas... eso significaba que no estuve inconsciente "meses" en Pueblo Z. Mi cuerpo se curó de las heridas en días. Eso lo noté. Pero ¿todo el tiempo anterior? ¿El bombardeo, el camino, la cabaña? ¿Qué había pasado antes de Pueblo Z? ¿Cuánto tiempo había estado realmente con Evelyn después de su abuelo? ¿Una semana? ¿Dos? Mi cabeza era un laberinto sin salida.




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