TIEMPO DESPUES…
El velo de la inconsciencia se desvanecía lentamente, pero no era un despertar pacífico. Mi mente, un crisol de dolor y confusión, luchaba por aferrarse a los últimos fragmentos de un sueño. Un sueño tan vívido que se sentía más real que cualquier cosa que hubiera vivido en mucho tiempo.
En ese sueño, Evelyn y yo éramos nosotros, pero no los de este maldito apocalipsis. Éramos más jóvenes, más despreocupados, aunque la sombra de la dificultad económica siempre nos pisaba los talones. Recuerdo sus risas, su pelo rojo flameando bajo el sol, sus ojos verdes que brillaban con una picardía que me hacía sentir el hombre más afortunado del mundo. Vivíamos en un pequeño apartamento, en una ciudad que aún existía, llena de vida y de ruido. Éramos felices, de esa felicidad ruidosa que te llena el pecho y te hace olvidar que el mundo es un lugar complicado.
"¡Ricardo, bobo! ¿Vas a venir o te vas a quedar ahí mirando el techo todo el día?", me gritaba Evelyn, su voz melodiosa pero con ese filo juguetón que tanto amaba. Yo me reía, lanzándole una almohada mientras ella se movía por la cocina, preparando un desayuno que siempre terminábamos devorando entre besos y risas tontas. Nos amábamos, de una forma tan pura y simple que dolía recordarla ahora. Éramos una mezcla perfecta de caos y complicidad. Ella, siempre con ese pantalón ajustado que me volvía loco y esa blusa de tirantes que dejaba poco a la imaginación, se movía como si bailara, incluso al fregar los platos. Yo, un desastre, siempre con una broma a flor de labios, siempre buscando cómo hacerla reír, cómo robarle un beso.
Los días pasaban entre la rutina y la promesa de un futuro mejor. Trabajos temporales, deudas que parecían no acabar nunca, pero siempre teníamos el uno al otro. Y eso, en ese entonces, era suficiente. Una tarde, mientras caminábamos por la calle, vi un cartel. Enorme, brillante, con la imagen de un futuro prometedor. "Proyecto Zeta: Solución para un Mañana Mejor. ¡Participa en la ciencia del futuro y asegura tu bienestar!" La cara del Dr. Hugo Salazar, con su sonrisa afable y su mirada seria, adornaba el anuncio. Evelyn lo vio también. Sus ojos se fijaron en el lema: "Una oportunidad única para quienes buscan un nuevo comienzo".
"¿Qué te parece?", me preguntó Evelyn, su voz más suave, casi soñadora. "Podría ser la solución a nuestros problemas. Podríamos tener la casa que siempre quisimos, el perro, esa consola que tanto has deseado, yo podría entrar a estudiar. Una vida normal, ¿te imaginas?"
Yo dudé. Siempre fui más de instinto que de planes elaborados. "No sé, Eve. Suena… demasiado bueno para ser verdad. ¿Participar en la ciencia del futuro? Eso a mí me suena a ratas de laboratorio, ¿sabes?"
Ella me golpeó el brazo con una sonrisa. "Ay, Ricardo, no seas tan paranoico. Es una oportunidad. ¡Piensa en la vida que podríamos tener! ¿No es eso lo que siempre hemos querido? Luchar por un futuro. ¿Y si este es nuestro futuro?"
Me miró con esos ojos verdes suyos, llenos de una mezcla de esperanza y de esa terquedad que la hacía irresistible. ¿Cómo decirle que no? ¿Cómo negarle la posibilidad de un mañana mejor, incluso si el camino era incierto? Asentí, mi corazón latiendo con la promesa de una vida que apenas podíamos imaginar.
Firmamos los papeles. La suma de dinero que nos darían al terminar era absurdamente grande. Recuerdo la frialdad del laboratorio, el olor a desinfectante, las voces suaves y profesionales de los que nos recibieron. Nos explicaron cosas sobre "compuestos innovadores", sobre "adaptación fisiológica", sobre "un nuevo paradigma para la humanidad". Sonaba impresionante, aunque incomprensible para dos jóvenes como nosotros. Nos dijeron que viviríamos en un lugar seguro, que nuestras necesidades estarían cubiertas. Que contribuiríamos a algo grande. Y nosotros, ingenuos, cegados por la esperanza y la necesidad, nos entregamos.
El sueño se volvió turbio, las imágenes se distorsionaron. La calidez de los besos se mezcló con la frialdad de las cámaras de observación. Las risas se transformaron en murmullos científicos. El amor se sentía… manipulado. Y entonces, la pesadilla. La misma imagen que me había perseguido en mis sueños desde hacía tiempo, pero esta vez, con una claridad desgarradora.
Evelyn, la misma que había prometido luchar por un futuro, estaba en el suelo. Pálida, sudorosa, su cabello rojo empapado y pegado a su frente. Sus labios, antes llenos de besos y palabras de amor, ahora temblaban con un dolor insoportable. Su vientre, abierto, desangrándose. Sus ojos, los más hermosos que jamás había visto, se cerraron. Su cuerpo, sin vida, se desplomó suavemente, la pequeña Emily aún en sus brazos. Un silencio sepulcral se tragó la habitación. El último aliento de un amor que había ardido con una intensidad brutal en un mundo que solo quería apagarnos.
Y entonces, desperté.
Mis párpados se abrieron con lentitud, como si fueran puertas pesadas que se negaban a ceder. La luz, tenue y extraña, se filtraba por una ventana alta, dejando caer un rayo pálido sobre el suelo de lo que parecía una habitación de hospital. El aire, a diferencia del putrefacto olor de allá afuera, era limpio, casi estéril. Mi cuerpo, se sentía como si hubiera pasado por una trituradora. Un dolor sordo palpitaba en mi abdomen, era un eco lejano de agonía. Joder, ¿qué me había pasado? ¿Dónde estaba? Los últimos recuerdos eran un desfile de caos: disparos, gritos, el hedor a muerte. Pero lo más extraño de todo, lo que me heló la sangre y al mismo tiempo me dio un alivio absurdo, fue que mi cabeza… mi cabeza estaba clara. No había niebla, no había huecos, no había esa jodida amnesia que me había torturado. Recordaba todo. Las pruebas, el Gel Z, el Doctor José y su maldito Proyecto Zeta, Evelyn y yo como experimentos, Alma y Ruby en la prisión, Sergio, el parto de Evelyn en medio de ese infierno… todo. Cada maldito detalle se agolpó en mi mente con una claridad brutal, tan nítida que casi dolía. Me reí, una risa seca, sin humor, que se ahogó en mi garganta. Menuda mierda. Siempre debo despertar sin saber que mierdas esta pasando.
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Editado: 12.07.2025