Hace veinticinco años
— Tenemos que irnos mañana mismo, Katya. Como legítimas herederas al trono, Zafiro y tú están en peligro.
La reina Katya de Kadar miró a su marido.
— Lo sé. No quiero dejar mi país, pero…
Empezó a decir ella, con lágrimas en los ojos.
— No tenemos alternativa.
— Porque esta guerra tan imprevista.
— No te preocupes mi padre tenía muchos amigos en Estados Unidos.
— Estás seguro de que estaremos a salvo allí.
— Si lo estaremos hasta encontremos un nuevo hogar.
— Como si un sitio que no fuese Kadar pudiera ser nuestro hogar. —apretó la mano de su esposo.
— Seremos felices otra vez. Te lo juro.
— Mientras estemos juntos,
Ella dibujo en su rostro una media sonrisa. Su marido asintió, pero tampoco él parecía convencido.
— Empezaremos de nuevo. Cambiaremos de nombre, iremos a algún sitio donde nadie nos conozca…
Pero ambos sabían la triste verdad, tenían que huir de Kadar porque el palacio había sido asaltado por tropas hostiles, dispuestos a matarlos.
— Supongo que tenemos suerte. —dijo la reina para, convérsese de todo lo que podía pasar.
Los soldados del general Al-Zahan habían asesinado a toda su familia y, aunque el general les aseguró que respetaría su vida y les permitiría vivir en un campamento en desierto que había pertenecido a su familia durante siglos, pero era una trampa para asesinarlos a ellos. Pero no Katya y su marido y su hija tenían que escapar de Kadar antes de que el golpe de Estado fuera completo y los aeropuertos estuvieran controlados por sus tropas.
— Estoy segura de que el pueblo no soportará este nuevo régimen. Antes de que nos demos cuenta, podremos volver a Kadar… —su marido la miró, muy serio.
— Puede que no volvamos jamás, Katya.
— Sí, lo sé tenía las esperanzas de volver a nuestro país.
Su padre de Katya le había dicho lo mismo mientras le ponía una enorme pulsera de diamantes en la mano y le hacía prometer que abandonaría el país y vendería la pulsera para empezar una nueva vida. E irse lejos de allí para que no lo mataran a ninguno de los dos, y menos a su nieta quien era la única heredera de Kadar.
— Pero papá... tú tienes que venir con nosotros, también deberías de irte con nosotros.
— No, cariño. —su padre la había abrazado.
— Yo no puedo abandonar Kadar. Toda mi vida he servido a mi país y moriré por él si es necesario, hija mía.
— Pero...
— Para ti es diferente, Katya. Debes mantener a mi nieta a salvo, es lo más importante. Un día volverás a ocupar el trono. Mientras tanto, tienes que esconder a Zafiro donde sea. Puede que el general Al-Zahan la vea como una amenaza…
Katya volvió a mirar a su marido.
— Estoy segura de que volveremos, ya verás. La verdad siempre triunfa amor y el trono será de nuevo de nosotros.
Él sonrió, intentando disimular la tristeza.
— ¿A quién puede extrañarle que te quiera tanto?
Los ojos de Katya brillaban, pero ya no le quedaban lágrimas.
— Yo también te quiero, regresar amor. Más de lo que puedas imaginar.
Su hija, la princesa Zafiro, se movió entre sus brazos. En dos meses, la niña cumpliría cuatro años, y entonces todo su mundo sería diferente. Ya no dormiría en su habitación, con las sábanas de hilos de seda que habían sido de su madre y, antes, de su abuela; no volvería a abrazar a su abuelo, ya no tendría el futuro, ni un hogar estable, comida, seguridad…
Y ya no sería una princesa.