Aquel hombre tenía nerviosa a Zafiro, con todas aquellas cosas que decía que era reina de un país llamado Kadar.
— Mire... Señor ¿qué haría una pareja real en un pueblo como este?.
— Ya le he dicho todo lo que necesitaba saber.
— ¿Pero supongo que le harían un análisis de ADN?
— De hecho, es eso precisamente lo que yo había pensado. —Zafiro se echó un poco hacia atrás, como si el hombre fuera a sacar una jeringuilla del bolsillo.
— ¿Qué ha pensado?
— Que venga usted a Kadar conmigo para que le hagan un análisis de ADN. Así se podrá comparar con el de su abuelo. El laboratorio tendrá el resultado en una semana. —Zafiro estuvo a punto de echarse a reír, pero él parecía tan solemne...
— ¿Lo dice en serio?
— Sí. Podemos hacerle una autopsia a los restos de su abuelo.
— ¿Quiere que vaya a Kadar? ¿Que deje mi negocio de diseño gráfico y mi casa para irme con alguien a quien acabo de conocer y que me ha contado una historia extraordinaria? No, gracias. —Replicó ella, intentando imaginar como sería dejar todo lo que ella había logrado.
— De eso nada señor.
— ¿No siente curiosidad de saber señorita?
— Todo esto es absurdo. Y, aunque sintiera curiosidad, ¿para qué voy a ir a Kadar? Podría hacerme el análisis de ADN aquí y enviar el resultado a su país.
— No estamos hablando de un simple caso de paternidad. Lo que haremos servirá para confirmar que es la reina de Kadar.
— Tiene que haber testigos señorita.
— Aquí hay testigos.
— No se puede señorita, tendríamos que traerlos acá, cuando usted puede ir allí perfectamente. Y, si le soy sincero, no esperaba tener que convencerla.
— ¿Qué mujer en su sano juicio aceptaría ir a un país que no conoce con alguien a quien no conoce?
— Alguien que ve esta situación con una mentalidad abierta. Alguien que desea saber de dónde viene, cuál es su origen.
— Yo quiero saberlo, naturalmente... Pero no estoy preparada para ir a un país remoto y convertirme en reina. ¡Ni siquiera sé qué idioma se habla en Kadar!
— Árabe señorita.
— ¿Árabe? Pues yo no hablo una palabra en Árabe. ¿Cómo podría ser la reina?
— Sus derechos dinásticos no tienen nada que ver con el idioma que hable. Lleva aquí en este país casi un cuarto de siglo viviendo. Naturalmente, ha olvidado gran parte de su herencia.
— Mi herencia- —repitió ella, incrédula.
— Ni siquiera estoy segura de quién es usted. ¿Tiene pruebas de ser quien dice ser?.
— Por supuesto.
El hombre sacando el pasaporte del bolsillo. Era un pasaporte diplomático en el que constaba su nombre y su cargo, Secretario de consejo de ancianos de Kadar. Pero Zafiro no podría decir si era falsificado o no y le dio la risa.
— ¿Dónde le han dado esto, en un juego de bingo? —él la miró, sorprendido.
— No señorita.
— Perdone... pero esto no me convence de nada.
— ¿Y si le ofrezco una prueba satisfactoria? —estaba tan serio que Zafiro dejó de sonreír.
— Entonces quizá aceptaría ir con usted. Pero tendría que ser una prueba muy consistente.
— Es usted como su madre, Katya nada le convencía hasta que le demostraban lo contrario.
— Umm.
— Vamos señorita.
— No sé aún no me converse de que soy la reina de Kadar.
— Si no me acompaña a su reino nunca sabrá la verdad.
Zafiro se quedo pensativa, en sí se atrevía a hacer aquello.