Zenfrex - El Poder De Mantenerte Con Vida

14. El Phoenix de cola de acero

ZENFREX

EL PODER DE MANTENERTE CON VIDA

Published by Angélica De León

Copyright 2022 Angélica De León

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ÍNDICE

 

PREFACIO.

Hace una órbita (25 años terrestres), en el planeta Mikadea.

Parece que el atardecer a duras penas ha logrado colarse entre las altas y translucidas ventanas que adornan el salón de estudio del Palacio, es ahora cuando el frio se hace sentir con más fuerza y por tal razón disfruto de la calidez que emana de una taza de té, la habitación es inundada por completo con un suave aroma a clorofila fermentada y a frescas esencias florales, y sobre un acolchonado sillón disfruto de un sorbo mientras observo como juegan aquellos tres preciados niños que están bajo mi cuidado.

Uno de esos niños es Kiharu: el hijo mayor del rey de Mikadea. El pequeño se pone de puntillas frente a uno de los estantes que están incrustados en la pared y revisa varias tabletas electrónicas de contenido infantil.

—¡Miren, vengan a ver! —dice Kiharu luego de abrir una de las tabletas—. En esta tableta se puede ver nuestro planeta dibujado en 3D.

Un holograma se levanta frente al asombrado e iluminado rostro de Kiharu, muestra intenciones de compartir la ilustración con su hermano, quien es el príncipe heredero al trono y tiene de nombre: Handul, se dirige hacia donde está Kiharu, llevando con él una actitud altanera.

—Claro que no lo es, Kiharu. Mikadea es rojizo, y ese planeta es como amarillento. ¡Ese planeta es el gigante Vezto! —Handul dice a Kiharu mientras extiende sus manos en lo alto.

Handul nunca pierde la oportunidad para corregir o por lo menos contradecir a su hermano mayor, es más frio y temperamental.

Estos dos niños no suelen jugar solo, siempre están acompañados de una hermosa niña, portadora de unos llamativos ojos dorados, les hablo de mi única hija: Ashtaria.

—Pero ¿qué es lo que dicen esas letras, mami? —me pregunta la pequeña.

Los tres niños fijan sus ojos en los míos y lo aprovecho para llamarles haciendo señas con mi mano. Como los niños obedientes que son, vienen a mí de inmediato, trotando y produciendo un rechinar sobre los maderos que conforman el suelo.

Kiharu se detiene frente a mí, estira sus pequeños brazos para entregarme la tableta de ilustraciones 3D y luego se sienta en el suelo, justo a un lado de los otros dos niños quienes esperan callados y con rostros impacientes el inicio de mi lectura.

Al activar la tableta, un sistema holográfico se suspende sobre el aire, pequeñas imágenes se proyectan con hermoso y brillantes colores para representar nuestro sistema planetario.

—Mikadea, aquel planeta que hace 600 millones de órbitas se dejó fertilizar con la semilla de la vida, iniciando su etapa evolutiva bajo enormes capas de hielo, entre aguas heladas y en la precisa lejanía de una estrella joven. Estos fueron los cimientos de nuestro hogar, nuestro planeta de nombre Mikadea, planeta que hace 200 millones de órbitas después derritió sus hielos y calentó sus suelos producto de aquella estrella que había dejado de ser joven, todo para convertirse en una rebelde y gigante estrella roja.

—¡Wow, esa es nuestra estrella! —Kiharu se sorprende al ver como aparece proyectada nuestra estrella—, ¡es la gigante roja!

—¡Ya cállate, Kiharu! —Handul regaña a su hermano con un ceño fruncido y luego me asiente para que continúe leyendo.

—Así fue como la zona habitable nos alcanzó y nos permitió salir de las aguas para aprender y adoptar una nueva forma de vida. Salimos a explorar nuestro nuevo y cálido mundo, arrastramos nuestros pechos sobre el suelo, amamos el calor y crecimos bajo el cielo y las estrellas. No importaba que solo fuéramos unas pequeñas e indefensas criaturas, este planeta nos forzó a evolucionar entre calamidades atmosféricas y accidentes cósmicos, este planeta nos formó como seres fuertes e inteligente.

—Mami, no entiendo algo.

—¿Qué, corazón?

—¿600 órbitas es mucho tiempo?

—Una órbita equivale a 2500 eclipses con Luham —Kiharu es tan inteligente como su hermano, incluso, lo dice mostrando un chistoso rostro intelectual—. si se multiplica eso por 600 saldrá una cifra enorme —dice haciendo énfasis en la palabra «enorme».

—Bien, Kiharu. Gracias por tu explicación. Bueno, ¿continuamos?

—¡Sí! —los tres me responden y yo continúo leyéndoles.

—Ahora somos producto de esa fortaleza de miles de civilizaciones que han tratado de sobrevivir a un destino…

Mi lectura es interrumpida por el agudo estruendo que hacen los ventanales al quebrarse, cientos de diminutas partículas de vidrios se esparcen frente al resplandor del azafranado atardecer, y entre todo ese revuelo vemos entrar a dos seres extraños perfectamente erguidos, estos seres eran de piel escamosa y verdosa.




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