Tengo que ponerme en marcha y comenzar a empacar mis cosas, ya estoy un poco atrasado. De inmediato entro a la ducha y me doy un buen baño. Al salir, me peino frente al espejo, recorto la barba que empieza a crecer, y me visto con el nanotraje que he elegido para hoy.
Al regresar a mi habitación, el aroma a té de hierbas silvestres vuelve a envolverme. Es un olor muy agradable, una delicia que puedo disfrutar incluso sin saborearlo.
—Veo que te gusta el olor del té —comenta Neefar con una sonrisa gentil al entrar en mi habitación.
—Sí, tiene un aroma exquisito.
—Espero que sepa tan bien como huele.
—¿Lo has preparado tú?
—Sí, el que estás oliendo es el que Klea está bebiendo. Venía a ofrecerte un poco; te dará energía para comenzar el día.
—Sí. Sería genial, gracias.
Neefar asiente con una sonrisa luminosa y, con un movimiento suave, se da media vuelta para salir de mi habitación. La sigo hasta la cocina, donde la observo servir té en una delicada taza de cristal verdoso. El líquido tornasol que emana de la tetera parece tener vida propia mientras se vierte en la taza, resplandeciendo con un brillo sutil y cambiante. Luego, con un gesto elegante, deja caer dentro del vaso un par de pétalos amarillos de flores de espuma, añadiendo un toque de belleza etérea.
La taza se coloca con delicadeza sobre la mesa junto a un plato de desayuno meticulosamente preparado, una verdadera obra maestra culinaria. En el centro del plato principal reposa un trozo de kalepsa, una fruta carmesí con una piel aterciopelada que emana una dulzura exótica y una jugosa pulpa dorada. A su lado, se amontonan los zarkal, pequeños granos esféricos de color azul brillante que prometen explotar con un sabor agridulce en cada bocado.
También hay una porción de vellun, un tipo de tubérculo violeta que, al cocinarse, logra una textura suave y cremosa, desprendiendo un aroma parecido a la dulzura de la madera húmeda que habitan en la riviera mikadeana.
Nunca antes una mujer, salvo el personal de servicio doméstico del palacio cuando era niño, me había preparado el desayuno. Este gesto me hace sentir profundamente querido y cuidado.
—¡Wow! Esto se ve esquicito.
—Espero y te guste —dice Neefar, sonriendo con timidez.
—Seguro que sí.
Después de disfrutar de un delicioso desayuno, los tres salimos de mi casa, cada uno llevando una caja en ambas manos. Estas cajas contienen todas mis pertenencias que llevaré conmigo a Tiakam, y la que llevo yo es bastante pesada.
Al salir al exterior, levanto la mirada hacia el cielo despejado. La claridad del día es vibrante y, observando la ubicación de la estrella roja en el horizonte, deduzco que ya es mediodía.
—Es hora de ir al hangar de corto viaje —anuncio, girando la mirada hacia las chicas—. Vayan por sus equipajes y nos encontramos allí.
—Está bien, si necesitas algo, avísanos —responde Klea.
—Entendido.
Klea deja la caja a un lado del portal, añade las coordenadas que conducen a su casa y se despide con un gesto antes de atravesar el plasma cian del portal. Mientras tanto, Neefar solo tiene que cruzar hacia la casa vecina para recoger sus cosas. Antes de partir, deja la caja sobre la que llevaba Klea y me brinda un adiós silencioso que se lee en sus labios.
Una vez que Neefar se va a su casa, me posiciono frente al portal y lo sincronizo con mi brazalete. Ingreso las coordenadas que llevan al portal cercano del hangar. Sujeto mis tres cajas de equipaje, soportando el peso de la torre que forman, y atravieso el portal con determinación.
Al llegar al hangar de corto viaje, me sorprende encontrarlo casi vacío. En el centro de la amplia plataforma de despegue, solo quedan estacionadas las dos últimas naves de corto viaje disponibles. Entre ellas, distingo una alta y delgada figura mikadeana: Brawn, quien parece estar acomodando su equipaje en los asientos traseros de una de las naves. Mientras me acerco a él, levanto la mirada al cielo, observando cómo algunas de las naves que acaban de despegar se elevan y vuelan en lo alto, dejando rastros etéreos en el firmamento.
—¡Hola, Kiharu! Me enteré de tu victoria en el coliseo —dice Brawn, dejando caer la última caja sobre el asiento.
—Ah, sí, para mí será algo inolvidable.
—Ya lo creo... ¿Y cómo te encuentras con tus lesiones?
—Ya me siento muy bien.
—Con Neefar cuidándote, no me sorprendería que mañana estuvieras listo para enfrentarte a otro Phoenix.
—Sí, definitivamente Neefar es la mejor.
—Uff... qué día más caluroso —Klea acaba de llegar, cargando dos cajas. No son las únicas que trae consigo; frente al gran portal ha dejado unas seis más. Parece que se ha traído prácticamente toda su casa.
—¡Hola, Klea! Permíteme ayudarte —dice Brawn en un tono caballeroso, con el pecho en alto. Corre directamente hacia el portal y comienza a cargar una parte del equipaje de Klea.
—¿Qué es todo eso, Klea? —señalo la torre de cajas que Brawn lleva cargando con esfuerzo—. ¿Acaso quieres fundar una civilización en Tiakam? —le pregunto con una sonrisa burlona.
—Es que no entiendes; dejar algo de esto es arruinar mil doscientos eclipses de mi vida.
Luego de un par de sutiles y exhaustas risas, Brawn dice:
—Creo que es mejor dejarla llevar todo, Kiharu. No me gustaría ver a una Klea malhumorada durante mil doscientos eclipses.
—Sí... tienes razón —río junto a Brawn.
Klea se acerca a Brawn y le da palmaditas en el hombro.
—Brawn, tú sí me comprendes. Creo que podemos llegar a ser buenos amigos.
—Sí, eso espero —responde sonriente.
Brawn se ha comprometido a ayudar a Klea, a pesar de no ser tan musculoso como Polh. Regresa por la última tanda de cajas, toma una pila y su rostro se enrojece al instante debido al esfuerzo…, espero que no se le reviente una vena.
—Kiharu, yo me voy con Brawn. ¿Esperas a Nee?
—Sí, ve tranquila. Yo la espero.