¿Realmente he llegado a mi fin?
¿Después de esto no hay nada para mí?
No estoy seguro, pero lo que sí sé es que Neefar va a continuar con su vida, y yo me encargaré de ello.
—Kiharu, debemos saltar de la nave. Ella pesa más que nosotros y necesitamos tiempo.
Es cierto, es cuestión de física: cuanto más pesa un objeto, mayor es su velocidad de descenso. Necesitamos darles tiempo a las naves de la fuerza armada para que lleguen a nuestra posición, activen el sistema de abducción y roguemos que funcione. De lo contrario, estaremos muertos.
La capota de la nave se abre por completo. Neefar se libera de su cinturón de seguridad y su cuerpo se aleja de la nave; la veo agregar coordenadas desde su brazalete para llamar a la nave. Luego, me suelto del cinturón de seguridad y dejo de ser arrastrado por el peso de la nave. De igual manera, introduzco las coordenadas actuales para que la nave de la fuerza armada pueda encontrarnos.
Mientras caigo entre las nubes, el aire frío azota mi rostro y mis pensamientos se desordenan en un torbellino de miedo y desesperación. El rugido del viento es ensordecedor, y la sensación de vacío en mi estómago es aterradora. Mi corazón late desbocado, como si intentara liberarse de mi pecho.
El cielo se mezcla en un borrón de colores rosados y blancos, y mis ojos se llenan de lágrimas involuntarias por el viento y el pánico. A pesar de la adrenalina, un pensamiento constante martillea en mi mente: ¿y si no funciona? ¿y si no logramos sobrevivir?
Veo a Neefar a cierta distancia, su cuerpo apenas visible a través de las nubes. Su brazalete brilla con un destello de esperanza, pero el miedo sigue siendo abrumador. Siento un nudo en la garganta y una opresión en el pecho; nunca me he sentido tan vulnerable y expuesto.
El suelo se aproxima cada vez más rápido y, por un instante, casi me dejo llevar por el terror. Pero entonces, a lo lejos, vemos aproximarse a altas velocidades una de las naves de la fuerza armada. Esta se posiciona sobre nosotros, y al activar el sistema de abducción, Neefar sería la primera en salvarse, ya que ella está sobre mí.
—¡Neefar, esa es la tuya!
—¡¿Y la tuya?! ¿Por qué no llega?!
Lo que Neefar no sabe es que esa nave es la mía; la suya aún no ha llegado, extrañamente, porque ya debería estar aquí. Se percata de esto cuando intenta activar la abducción desde su brazalete.
—¡Kiharu, es la tuya!
—¡No, es la tuya! —Respondo rápidamente, activando el sistema de abducción de la nave.
Mi corazón late aún más fuerte, una mezcla de alivio y angustia. Veo cómo el haz de luz del sistema de abducción se despliega desde la nave, envolviendo a Neefar. Antes de que su cuerpo desaparezca de mi vista, veo que su mirada está fija en mí, llena de preocupación y desesperación.
—¡Tranquila! —grito, tratando de sonar más seguro de lo que me siento—. ¡La mía vendrá pronto!
Neefar está a salvo dentro de la nave, pero yo no.
El viento sigue rugiendo en mis oídos, y aunque veo a Neefar ascendiendo con la nave, mi propio descenso no se detiene. El miedo vuelve a apoderarse de mí, pero trato de mantener la calma, repitiéndome que todo saldrá bien.
Justo cuando pienso que Neefar va camino a la nave nodriza, ella me sorprende. La veo descender a alta velocidad, y al pasar cerca de mí, su nave me desestabiliza, haciéndome girar sin control en el aire. Mientras el mareo se apodera de mí, mi brazalete recibe una llamada. Es Neefar. De inmediato, respondo, incapaz de detener mis giros.
—¡Kiharu, activa tu nanotraje en modo ataque y crea dos planchas en tu espalda, necesitas planear!
Sigo sus indicaciones y, como si fuera un ser alado, mi cuerpo empieza a ser controlado por la aerodinámica de las dos planchas que he creado. Sin embargo, la cantidad de nanopartículas es muy baja para resistir la fuerza del viento; pronto podrían romperse.
—¡Neefar, no creo que esto me salve de la caída!
—No, solo quiero que planees sobre mi nave y luego te aferres a las alas.
La idea es arriesgada, pero no tengo otra opción. Ajusto las planchas para dirigir mi caída hacia la nave de Neefar. El viento tira de mí con fuerza, y cada segundo parece que las planchas van a desintegrarse. A medida que me acerco, veo las alas de la nave extendidas, mi única esperanza.
Con un último esfuerzo, extiendo los brazos y logro agarrarme a una de las alas. El impacto me sacude, pero no suelto. La fuerza del viento intenta arrancarme, pero me aferro con todas mis fuerzas mientras desintegro las planchas tras mi espalda y las transformo en do cuerdas metálicas para así poder amarrarme a las alas.
Neefar maniobra la nave con precisión, reduciendo la velocidad para darme una oportunidad de acomodarme. Finalmente, me amarro a las alas.
—¡Lo lograste! —grita Neefar, con alivio evidente en su voz, a través de la transmisión del brazalete.
—No, ¡tú lo lograste! —respondo, sintiendo un torrente de alivio que amenaza con abrumarme, deseando abrazarla y permanecer así el resto del día.
El suelo se acerca lentamente mientras la nave desciende con suavidad. Neefar maniobra con destreza desde la cabina mientras yo permanezco aferrado al ala exterior, dejando que el viento acaricie mi rostro con delicadeza.
Con un susurro apenas perceptible, la nave se estabiliza en el aire, quedando suspendida en el aire. Desintegro las cuerdas metálicas que me mantienen atado al ala y me preparo para el próximo paso: saltar de la nave.
Cuando finalmente bajamos de la nave, un fuerte abrazo se convierte en nuestra primera acción. Es largo, necesitado de un consuelo reparador. Neefar me abraza por la cintura mientras yo sostengo su rostro entre mis manos, pegando mi frente con la suya.
—Eres increíble. Grandiosa, mujer —le digo con voz suave pero llena de admiración. Esta vez, no se ruboriza. En cambio, las lágrimas comienzan a brotar de sus ojos y ella se echa a llorar.