Dioses, ellos creen que somos dioses. Es normal, ya que para ellos somos algo inexplicable, una rareza que jamás podrían haberse imaginado, y hacemos cosas que son imposibles para su normalidad.
En Mikadea, también hubo muchas órbitas en las que se creyó en la existencia de dioses. Nuestras mentes sentían la necesidad de creer en algo más grande que nosotros, nos aterraba la idea de ser los más capaces en el mundo, temíamos no tener a un ser tan fuerte que pudiera sacarnos de apuros. Tenía que existir algo super poderoso que nos protegiera, que nos salvara del peligro, esa última esperanza ante todo el mal. Así inventamos varios dioses de ese tipo.
Volteo a ver a Neefar y la encuentro radiante, con una gran sonrisa y unos ojos azules tan neones que reflejan pura fascinación.
—Somos idolatrados, Kiharu. ¿Está mal que me sienta poderosa e inmortal?
—Me siento de la misma manera, Neefar —digo, mirando a mi alrededor—. Míralos, son ojos de esperanza, creen y confían en nosotros —vuelvo a buscar el rostro de Neefar y quedo atrapado en su sonrisa. Sin poder detenerme, llevo mis manos a su rostro y lo acerco hasta pegar nuestras frentes—. Todas las razas que conocemos siempre tratan de matarnos, pero ellos son diferentes, ellos nos quieren.
Una sonrisa de Neefar así de cerca es tan irresistible. Siento tantas ganas de besarla.
—Lo sé, amo todo de este planeta —me susurra Neefar, desquiciándome.
«¡Vamos, Kiharu, calma tus impulsos! Le prometiste no intentar nada».
Cierro mis ojos porque me resulta muy tentador aferrarme a sus labios, y si llegara a encontrarme con sus ojos podría derretir mi alma. Prefiero solo sentir su respiración en mis mejillas y deleitarme con el tono de su voz.
—Neefar, estoy poniendo mucho esfuerzo para separarme de ti, pero no puedo.
—Kiharu, por favor, debemos mantener distancia. —Sus pasos retroceden y yo avanzo con ellos.
—No puedo, en serio, esto es muy fuerte.
No sé hacia dónde nos llevará esto. Mi corazón está muy acelerado, al igual que el de ella. La tengo presionada contra mi pecho, puedo sentir sus latidos y su respiración irregular.
Esto es diferente a cualquier cosa que haya sentido antes. Me tiene temblando de pura desesperación, y esos cosquilleos en mi estómago que producen bienestar.
—Kiharu, pienso que... —Un tropiezo la interrumpe, y caemos sobre una pequeña montaña de pasto seco que se levanta con el impacto. La tengo debajo de mí, y sobre nosotros, el pasto comienza a caer.
—Tu cabello ha quedado lleno de pasto seco —le sonrío enternecido, nuestros labios están a punto de hacer contacto cuando...
«¡MALDICIÓN!... ¡¿PERO QUÉ...?!».
Algo, o alguien, impacta sobre nosotros, tomándonos por el cuello y arrastrando nuestros cuerpos a gran velocidad sobre el suelo de Tiakam. No puedo respirar ni abrir los ojos por el polvo que levantamos. Desesperado, cubro mi cabeza con el casco y activo el modo ataque de mi traje. Desde mi espalda, emergen dos extremidades metálicas, las cuales uso para tomar al atacante por el cuello. Aprieto con fuerza, logrando desestabilizarlo y provocando que suelte nuestros cuellos; cada uno sale disparado en diferentes direcciones.
Al recomponerme y levantarme del suelo, me encuentro en medio de un vasto campo, rodeado por una vegetación que alcanza hasta mis hombros. Es difícil moverse aquí y encontrar a Neefar en un lugar como este. Necesito pensar rápido. Debo protegerla.
—¡Neefar! —grito su nombre entre respiraciones agitadas mientras corto la hierba con las extremidades de mi nanotraje.
La arrastrada me ha dejado el rostro raspado; siento cómo arde mi mejilla derecha y la sangre se desliza hasta gotear en mi mentón. Lo que nos atacó es muy peligroso, debe tener algún tipo de propulsores avanzados para moverse a esa velocidad.
¡Maldición! Necesito encontrar a Neefar.
Doy un gran salto, pero soy atrapado en el aire por ese ser sumamente veloz. Me toma del cuello y, volando por encima del campo, me lanza contra el suelo cuando pierde altura. Al estrellarme, el dolor me arranca un quejido; me ha lanzado con tanta fuerza que ni el nanotraje puede amortiguar el impacto. Esta bestia no es fácil de lidiar.
—¡Kiharu! —escucho la voz de Neefar, aliviado de que me haya encontrado. Ella me ayuda a levantarme del suelo; parece estar bien.
—Neefar... —La veo intacta; claro, su poder regenerativo.
—¡Qué momento más conmovedor! —resuena una voz desconocida desde diferentes direcciones—. ¡Lamento haber arruinado su momento romántico! Pero es que encontrar a dos singularidades en un mismo lugar es una ganga.
«¡¿Qué dijo?!... ¿Singularidades?... Es alguien como nosotros, y ni siquiera he podido ver su rostro para confirmarlo por el color de sus ojos».
—¡¿Quién eres?! ¡Muéstrate, cobarde! —mi voz se eleva con furia.
—¡Mi nombre es Trox! —responde con rapidez—. Poseo el poder de una singularidad, la singularidad del espacio-tiempo.
Su revelación es alarmante. Un ser con ese tipo de poder podría ser una amenaza considerable.
—Tiempo-espacio, de ahí esa habilidad para desplazarse tan rápido —murmura Neefar.
—¡Ven, hablemos! ¡Dime qué quieres! —grito hacia el cielo, desafiante.
Finalmente, se digna a aparecer. Observo a Trox por primera vez: su piel grisácea contrasta con unos ojos amarillos neón, destacan esas orejas cuadradas y abstractas, sin cabello visible y de complexión robusta. Viste una ajustada indumentaria blanca y unas pesadas botas metálicas. Avanza hacia nosotros, Neefar y yo nos preparamos en modo defensivo instantáneamente.
—Soy del planeta Yowta... También me sorprende verlos a ustedes. Es la primera vez que me topo con alguien de su raza —dice Trox, con una sonrisa que no llega a sus ojos.
—¿A qué planeta llamas Yowta, a este o a otro? —pregunto, todavía en posición defensiva, observando cada uno de sus movimientos.
—No, este planeta no es Yowta. Mi planeta nativo está a millones de años luz de aquí —responde, su voz cargada de una calma inquietante.