La estrella ha intensificado su calor, y al levantar la mirada, el incandescente cielo se revela sin una nube a la vista; es un día tan radiante y picante que produce cierto ardor en la piel. Frente a mí, Ashtaria camina con determinación. Ambos estamos trabajando en la búsqueda de frutos comestibles y hemos decidido dirigirnos a la aldea de los tiakamitas. Su sistema digestivo podría ser similar al nuestro, y mucho de lo que ellos comen podría ser útil para nuestra supervivencia.
Mientras avanzamos por el bosque, no puedo evitar recordar a Neefar. La naturaleza y el aroma a flores silvestres me la evocan constantemente. En mi mente, aún perduran imágenes de su cabello esparcido sobre el pasto floreado, el sudor deslizándose por su cuello y sus ojos susurrando un «te amo» bajo las estrellas, provocando en mí un suspiro nostálgico.
—Es por aquí, ¿verdad? —pregunta Ashtaria.
—Ah, sí... ya estamos cerca.
Entonces, se detiene y se vuelve hacia mí con un rostro interrogativo.
—Estás muy distraído... ¿Pasó algo?
—No, tranquila. Todo está bien.
Ella me sonríe, asintiendo a mi respuesta. En otras circunstancias, me habría derretido solo con esa expresión en su rostro.
Seguimos avanzando, y algunos Tiakamitas comienzan a acercarse. Nos observan desde la distancia, siguiendo nuestros pasos. Siempre están pendientes de lo que hacemos, incluso han estado observando cómo los Mikadeanos levantan paredes sobre sus suelos.
Al adentrarnos en el bosque, el recuerdo de Neefar se intensifica. Me esfuerzo por mantenerme concentrado, pero la visión de ella, con su cabello al viento y su mirada brillante, es una distracción constante. El trabajo en equipo con Ashtaria me resulta cómodo, aunque inevitablemente comparo cada gesto suyo con los de Neefar.
—¿También puedes escucharlos? —pregunta Ashtaria, girando para buscar mi rostro—. Me pregunto qué estarán haciendo, se escucha un tremendo bullicio.
—Sí, tienes razón, también lo escucho.
Estamos cerca de la aldea, y el olor a humo y leña quemada se intensifica.
—Sabes, me gustaría analizar el cuerpo de un Tiakamita; eso sería muy útil para nuestras investigaciones —digo, mientras empiezo a divisar la aldea a través del follaje.
—Estoy de acuerdo —responde Ashtaria, observando a algunos Tiakamitas desde la distancia—. Puede que tengamos más en común de lo que pensamos.
—Sí, nuestros antepasados primitivos también eran peludos y grotescos. Aunque no eran tan oscuros, es posible que compartamos algunas características.
Al llegar a la aldea, nos encontramos con una amplia fosa de lodo y varios Tiakamitas dentro de ella. Están removiendo y escarbando el fondo con las manos, pero parecen estar teniendo dificultades. La escena es un completo caos: se gritan entre ellos, se golpean de manera violenta, y hay un desorden evidente.
—¡¿Qué es todo este desastre?! —exclama Ashtaria, sorprendida al ver cómo los Tiakamitas se ensucian y se pelean en el charco de lodo.
Desde el extremo derecho, varios Tiakamitas llegan con recipientes llenos de agua que parecen estar hechos de algún fruto. Se dirigen a la fosa y vierten el agua en ella.
—Por la cantidad de agua, parece que están intentando crear un lago artificial —comento.
Del otro extremo, un grupo está cociendo carnes sobre leñas ardientes. Es una visión habitual en la aldea, pero lo que me desconcierta es el experimento con el barro.
—Mira, Kiharu, ese grupo está construyendo algo con ramas —señala Ashtaria.
Ambos nos acercamos al grupo, tratando de entender su actividad. Observamos cómo atan pajas secas a los extremos de varias ramas, formando una especie de cuadrícula.
—Creo que ya lo entiendo —digo, buscando el rostro de Ashtaria.
—¿Ah, sí?
—Sí —me acerco al grupo de Tiakamitas, quienes, al verme, se levantan de inmediato y retroceden con cierto temor—. Esto es muy parecido a las paredes de los servicios públicos que Polh levantó ayer.
—Es cierto... ¿Entonces están intentando mejorar sus viviendas usando el barro?
—Es lo más probable, pero no tienen el conocimiento necesario para hacerlo correctamente. Aún son bastante torpes en esto. Me encantaría poder enseñarles.
Completamos nuestra tarea sin mayores problemas. Recolectamos una variedad de carnes y frutos. Los Tiakamitas nos ofrecieron todo lo que pudieron en amplias canastas tejidas con paja seca. Mientras cargamos nuestras provisiones, no puedo evitar pensar en cómo podríamos colaborar con ellos para mejorar sus métodos y facilitar su desarrollo.
Al salir de la aldea, decidimos adentrarnos en lo desconocido, explorando más allá de los límites conocidos. Quién sabe, podríamos descubrir nuevos frutos y encontrar lugares aún más fascinantes.
—Con esto tenemos una buena cantidad de alimentos potenciales para analizar —dice Ashtaria, mientras examina una vez más el contenido de la canasta.
—Me alegra que podamos trabajar juntos de nuevo, Ashtaria —digo, alzando la vista hacia ella. No puedo evitar notar lo hermosa que se ve bajo las sombras de los árboles, especialmente cuando la luz de la estrella ilumina sus dorados ojos.
Ashtaria respira hondo antes de retomar la marcha. El silencio regresa, envolviéndonos mientras avanzamos. A pesar de la belleza del entorno, parece que aún persisten momentos incómodos entre nosotros, como si el peso de nuestras palabras no dichas y el pasado no pudiera ser fácilmente ignorado.
El silencio se extiende entre nosotros como una manta densa, solo interrumpida por el crujir de hojas bajo nuestros pasos. El bosque, en su serenidad, parece amplificar la incomodidad que ambos sentimos. Las miradas furtivas que intercambiamos revelan más de lo que las palabras podrían expresar. Ashtaria parece tener algo en mente, su respiración se acelera y su cuerpo se tensa, como si estuviera a punto de romper el silencio que nos envuelve. Finalmente, se detiene bruscamente y me lanza una pregunta directa, sin rodeos.