Zenfrex - El Poder De Mantenerte Con Vida

66. Una solución para un problema

La noche ha caído; hace un rato que Neefar contactó a la élite para cancelar la solicitud de refuerzos. La situación, aunque todavía tensa, se ha calmado considerablemente. Los mineros y la fuerza armada comienzan a despejar la zona minera, regresando al asentamiento en sus respectivas naves. Ambos permanecemos sentados sobre el césped, observando cómo la multitud regresa al asentamiento.

Busco a Neefar con la mirada y la encuentro con sus ojos perdidos en el cielo estrellado. Su rostro, iluminado por la tenue luz de la noche, refleja una melancolía profunda. Con cada respiro que toma, parece estar anhelando algo más, una nostalgia por Mikadea que es notable en su expresión.

—Ashtaria dice que nuestro hogar está entre esas dos estrellas —explica Neefar, señalando tres estrellas alineadas en el cielo nocturno—. La que está en el centro es la gigante roja.

—No me había percatado de la rareza en este cielo. Esas tres estrellas tienen un brillo muy parecido, como si hubieran nacido de una misma madre, parecieran compartir vida.

—Es cierto —sonríe Neefar, sus ojos de neón brillando aún más al disfrutar del paisaje estelar—. La estrella de Mikadea se ve hermosa desde aquí.

—Si los Tiakamitas logran evolucionar como raza, es probable que en algún momento se les ocurra darle un nombre a nuestra estrella.

Su sonrisa cae en mí haciéndome reaccionar con un beso, uno que parece encapsular la calma que ha regresado después del caos. Cuando nos separamos, me levanto y extiendo la mano a Neefar para ayudarla a levantarse.

—Debemos reunirnos con la élite para tratar este asunto lo antes posible—le digo.

Neefar se pone de pie y me asiente. Ambos comenzamos a ingresar las coordenadas en nuestros brazaletes. En cuestión de segundos, dos naves descienden y se posicionan sobre nuestras cabezas, abduciéndonos simultáneamente en cada una de ellas.

Acomodado frente a los controles de mando de mi nave, me aseguro de que todo esté en orden antes de hacer un llamado a todos los miembros de la élite. La urgencia en mi voz es clara mientras convoco una reunión urgente.

—Necesitamos discutir la situación y las medidas a tomar —les comunico a todos—. Por favor, preséntense en el Dominio Élite, de inmediato.

La nave comienza a moverse, elevándose y acelerando hasta alcanzar la velocidad de la luz. A través de la ventanilla, veo el cielo estrellado estirarse y girar a nuestro alrededor, la inmensidad del cielo nocturno nos envuelve mientras nos dirigimos hacia nuestro destino.

Llegamos sobrevolando el asentamiento, ambos nos posicionamos suavemente sobre el Dominio Élite; a pesar de su apariencia rudimentaria y ancestral, tiene un aire imponente en medio del gran asentamiento que hemos construido. Su estructura sólida y austera contrasta con la modernidad de las naves.

Al ingresar al edificio, nos dirigimos hacia la sala de reuniones. La puerta se abre con un suave y ligero chirrido, revelando un amplio espacio decorado con elementos de la cultura tiakamita, incluidos los dibujos que encontramos en las cavernas cercanas a su aldea. Kimku, Klea y Brawn están presentes, esperándonos con expresiones de entusiasmo.

—¡Kiharu, qué bueno verte de vuelta! —exclama Kimku, acercándose para darme una palmada en el hombro. Su alegría es contagiosa.

—No puedo creer que estés aquí otra vez —añade Klea, con una sonrisa amplia mientras me ofrece un apretón en un abrazo—. ¡Me alegra verte!

Brawn se une al saludo, con una risa franca—. ¡El equipo estaba esperando este momento!

Ashtaria, que ya me había saludado antes, me dirige una mirada cálida y una inclinación de cabeza en señal de respeto.

Polh levanta la mano en un gesto de saludo distante, su expresión serena y reservada.

Pero es Handul quien capta toda mi atención. Permanece serio, con una mirada imperturbable que oculta cualquier emoción. La furia comienza a hervir en mi pecho al recordar que fue él quien me mató, y que Ashtaria, sin duda, lo obligó a revivirme con el Zenfrex. La rabia crece dentro de mí, y la tentación de ir a confrontarlo directamente es casi abrumadora.

Contengo el impulso de ir a golpearlo, tomando una profunda respiración para calmarme. Me dirijo hacia una silla, decidiendo sentarme y enfocar mi mente en la reunión en lugar de en mi hermano.

Mientras me acomodo, el resto del equipo sigue chisteando y hablando animadamente, celebrando mi regreso. Su entusiasmo contrasta con el torbellino de emociones que siento, y el ruido alegre de la sala sirve como un recordatorio de que, por ahora, debo mantener mi enojo bajo control.

La sala de reuniones se llena de un murmullo de conversaciones mientras todos se acomodan. Finalmente, levanto la mano para que el silencio vuelva, y comienzo la reunión.

—Gracias a todos por asistir —digo—. Como saben, enfrentamos un problema grave en las minas. Los mineros se niegan a seguir trabajando debido al intenso calor. Ya hemos tenido muertes y no están dispuestos a regresar sin una solución adecuada. Mi propuesta es suspender las excavaciones temporalmente para abordar este problema de manera efectiva.

El grupo murmura en acuerdo, pero antes de que pueda continuar, Handul se aclara la garganta y se dirige a todos.

—No olviden que el gran Halu está por venir —dice Handul con una voz autoritaria—. No podemos permitir que él vea que toda la misión está detenida. La minería debe continuar.

La noticia del gran Halu llega como una sorpresa para mí. No había oído de esta visita, y la implicación de que el gran Halu está por llegar añade una nueva capa de presión.

—¿El gran Halu? —pregunto, tratando de mantener la calma—. ¿Eso significa que debemos ignorar el riesgo para la vida de los mineros?

—El gran Halu tiene que ver que estamos avanzando —responde Handul—. No podemos permitirnos detener las operaciones ahora.

Mi frustración crece al ver que, para mi sorpresa, Neefar también asiente en apoyo a Handul. Mi enojo burbujea, pero me esfuerzo por mantener la compostura.




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