Los de Yowta aceptan los requerimientos de Neefar. Ella se levanta del sofá y, desde su nanotraje espacial, desprende varias esferas de nanopartículas, que transforma en tubos. Con su pulgar, usa más nanopartículas para crear una pequeña aguja, con la que pincha los pulgares de los demás y luego deposita las muestras en los tubos.
—Hermosos ojos azules, tan brillantes como una estrella de neutrones —la halaga Gerebav mientras observa cómo Neefar le toma la muestra de sangre—. Dime, Neefar, ¿con qué poder te han bendecido?
—Podría hacer que todo el palacio se estrelle sobre tu cabeza.
Gerebav sonríe ante la áspera respuesta de Neefar.
—Suena a un poder gravitatorio —dice Dorfen.
—Es justo eso, manipular la materia oscura que conforma el espacio.
—Muy interesante…
—Lo que me parece interesante es que los yowtas puedan entender y hablar nuestro idioma —les observo a los tres—. ¿Cómo es eso posible?... Supongo que ustedes tienen su propio idioma.
Entonces Trox empieza a hablar en un dialecto inentendible para cualquier mikadeano, por primera vez nos presentan su lengua natal, el idioma de los yowtas.
—Trox acaba de responderte en nuestro idioma —dice Gerebav.
—¿Y qué dijo? —pregunta Neefar.
—Dijo: Los yowtas tenemos un bajo nivel de telepatía, lo que nos permite acceder a las partes del cerebro donde se desarrolla el lenguaje y así hacerles comprender lo que decimos.
—¿Pueden acceder a nuestros recuerdos? ¿Controlar nuestras mentes? —pregunto sintiéndome un poco asustado.
—No —Gerebav niega con la cabeza—, eso ya serían niveles altos de telepatía. Nosotros nunca hemos alcanzado tales habilidades, así que no se preocupen por eso.
Luego de respirar hondo, advierto:
—Espero que sea cierto.
—Queremos que ustedes confíen en nosotros, podemos colaborar entre ambas razas —nos dice Gerebav—. Sabemos que ustedes quieren a los primates para que les ayuden con la misión. Nosotros no nos opondremos solo si, al finalizar su misión, ustedes garantizan la supervivencia de la nueva raza de Yowta. No sé si sabes esto, líder mikadeano, pero los crooler piensan ser la raza dominante en Tiakam para mantener a los tiakamitas bajo su control, y no podemos permitirlo.
—Kiharu, entre nosotros podemos cuidarnos las espaldas —agrega Trox—. Ustedes cuidan de los primates y nosotros les damos cualquier tipo de información.
—Es justo lo que venimos a buscar, Trox —respondo fijando mis ojos en el amarillo neón de sus ojos—. Queremos más información de los Crooler.
—Me parece perfecto, y como sus aliados queremos ayudarles en todo lo que podamos. Por tal razón, no dejaré que se vayan de aquí sin antes conocer cada detalle de lo que nosotros sabemos de los Crooler, para que se preparen lo antes posible.
Creí que la información nos llegaría después de que Neefar comprobara la veracidad del supuesto vínculo de sangre entre los yowtas y los tiakamitas.
—¿Qué tienes para decirnos referente a los Crooler? —pregunto apoyando los codos sobre el respaldo del sofá.
—Trox, cuéntale.
—Hace años, durante una visita en la aldea de los tiakamitas, presencié la ira del planeta en forma de tormenta, una de las más feroces y peligrosas que he conocido. Solo con ver el cielo se podía entender que se vendrían lluvias intensas y prolongadas; las gotas aún no empezaban a caer, pero los truenos ya se podían escuchar muy cerca. Recuerdo que una gran cantidad de tiakamitas estaban afuera de sus viviendas, recogiendo sus pieles secas y reforzando las chozas para que el viento no las tumbara. No pasó mucho tiempo cuando, de repente, cayó un rayo a menos de cien metros de distancia de la aldea. El sonido de la caída fue ensordecedor. Aquél impacto apenas pudo sentirse sobre la piel, y es que nadie tenía que resultar lastimado, pues se trataba de una insignificante carga eléctrica, pero hubo uno que se vio afectado: un tiakamita empezó a deformar su cuerpo de manera extraña. Lo vi transformarse en un ser reptil. Luego cayó al piso e inmediatamente comenzó a quebrantarse en millones de pequeñas masas verdosas… Fue en aquel entonces cuando supimos de la existencia de una segunda raza en Nóderra.
»Ese mismo día, bajo la tormenta, caminé hasta donde estaban los restos de aquel ser. Tomé pequeñas muestras y se las traje a Dorfen para que las analizara.
—Lo examiné utilizando los instrumentos que aún permanecen en nuestra nave nodriza —continúa Dorfen—. En mis análisis encontré células regenerativas que podían cambiar de forma a su antojo, pero debido al toque eléctrico ya no eran capaces de fusionarse entre ellas. La electricidad era la clave para dejarlas inertes.
—¿Y… por qué aún no han creado armas eléctricas? —pregunto intrigado y confundido.
—Mi estimado mikadeano, te encuentras en una civilización sin ningún tipo de tecnología —responde Gerebav—. Ni siquiera tenemos redes de transmisión eléctrica; no sé si te habrás dado cuenta, pero todo aquí es alumbrado con antorchas.
—¿Qué han hecho con la tecnología de su nave nodriza? —pregunta Neefar.
—Nuestra tecnología espacial no funciona con energía electromagnética —responde Dorfen—. Nosotros usamos la energía oscura para movernos en el espacio, así como las Galaxias lo usan para moverse y expandirse, nosotros también nos propulsamos con ella.
—Claro, la materia oscura está por toda la galaxia y con ella se puede producir energía oscura. La energía solar es muy poca, ese es uno de los problemas que tenemos con nuestros viajes interestelares.
—Cierto, nosotros nos movemos de estrella a estrella —confirmo lo dicho por Neefar.
—Para nuestra desgracia, las armas creadas a partir de energía oscura no afectan a los Crooler. Por tal razón no hemos podido hacer algo al respecto. Y, por lo que me acaban de decir, puedo suponer que ustedes cuentan con la tecnología eléctrica.
—Sí, la nave se alimenta de energía solar. De seguro podremos crear buenas armas —confirma Neefar, fijando sus ojos en los míos para que yo también afirme.