Zenfrex - El Poder De Mantenerte Con Vida

87. La caida

Llegamos al asentamiento y lo primero que hago es dirigirme al centro médico. Llevo a Ashtaria cargada en mi espalda; hace unos minutos quedó inconsciente después de decir un par de palabras en el acantilado.

Entro en la recepción del centro médico y me encuentro con el chico que es asistente de Rauzet.

—¡Señor Kiharu! —exclama mientras corre a ayudar a Ashtaria—... ¿Qué le ha pasado?

Rauzet aparece al final del pasillo. Al ver a Ashtaria bañada en sangre, acelera el paso para socorrernos.

—¿Qué...? No me digas... ¡¿Los Crooler?! —pregunta, señalando hacia el pasillo que lleva a las salas de atención médica. Corro tras él, manteniendo a Ashtaria en mi espalda.

—Nos han atacado los tiakamitas —respondo con respiración agitada—, casi todos se han vuelto en nuestra contra.

—¿Me estás hablando en serio? ¡¿Un tiakamita le hizo esto?!

Entramos en una de las salas de atención médica, el lugar está lleno de luces frías y el sonido constante de los monitores. Colocamos a Ashtaria cuidadosamente sobre la camilla, su cuerpo aún bañado en sangre. La atmósfera está cargada de mucha tensión y el olor a desinfectante inunda el aire. Rauzet se mueve con rapidez y eficiencia, su rostro muestra una mezcla de preocupación y determinación.

Mientras él comienza a preparar el equipo necesario, me doy cuenta de que ya no puedo hacer nada más por ella. La sensación de impotencia es abrumadora. Me siento en una silla que está a un lado de la camilla, observando a Ashtaria con desesperanza. Mi corazón late con fuerza en mi pecho, y una oleada de emociones me envuelve.

—¿Cómo es posible que un tiakamita haya dejado a Ashtaria en tan mal estado? —pregunta Rauzet mientras se prepara para una transfusión de sangre.

—Los tiakamitas le lanzaron un peñón en la cabeza.

—Eso es muy extraño.

—Esos Tiakamitas son unos brutos —refunfuño con desprecio.

Rauzet se mueve rápido, arrastra una mesa hasta la camilla y conecta varios cables al cuerpo de Ashtaria.

—No está grave, ¿verdad? —pregunto, sintiendo una creciente preocupación.

Rauzet examina los datos en la máquina. Su expresión me alarma aún más.

—Maldición…

—¿Qué? —pregunto, notando que a Rauzet le cuesta responder. Claramente, algo no está bien con ella.

—Ashtaria ha sufrido una grave lesión cerebral. Si no sana correctamente, podría no despertar nunca.

El no saber si despertará me llena de ansiedad. Cada minuto sin respuesta se siente como un desgarrón en el alma.

—Esos desgraciados —mis lágrimas fluyen sin control—... Voy a descubrir quién le ha hecho esto.

Rauzet se acerca y pone sus manos sobre mis hombros, mirándome con determinación, como si pidiera que confiara en él.

—Tranquilo, haremos todo lo posible para que despierte. Contactaré a Neefar para que venga a ayudarme, ¿de acuerdo?

—Sí, contacta a Neefar, por favor.

—Ve con mi asistente para que atienda tus heridas. Yo me quedaré con Ashtaria.

—Está bien.

Después de tratar mis heridas, regreso a la sala donde descansa Ashtaria. No sé cuánto tiempo he pasado arrodillado junto a la camilla, con la cabeza recostada a su lado, pensando en lo cruel que ha sido la vida con ella. Cierro los ojos y un recuerdo golpea con dureza mi corazón: recuerdo cuando Yafany me pidió que siempre cuidara de su hija. Desde entonces, la vida de Ashtaria ha sido mi prioridad… Nunca he podido protegerla ni de mi hermano ni de los Crooler. Tampoco cuidé de sus sentimientos; le he fallado tantas veces…

De repente, escucho que la puerta de la sala se abre con prisa. Levanto la cabeza y veo a Neefar entrar con un rostro angustiado, a pasos acelerados. Se coloca una bata blanca colgada en la pared y se dirige rápidamente a la máquina que monitorea la condición de Ashtaria.

Neefar está tan concentrada en los datos que muestra la máquina que no me atrevo a interrumpirla, aunque tengo ganas de preguntarle si todo estará bien. Es mejor dejarla centrada en su análisis.

—Ashtaria va a estar bien —dice Neefar, como si leyera mi mente—. Ahora ve al Dominio Élite y descansa.

—Quiero quedarme con…

—No ayudarás en nada quedándote aquí —me interrumpe—. Si realmente quieres hacer algo por ella, descansa bien. Necesitarás estar al cien por ciento para cuando tengas que ir a buscar respuestas.

Neefar tiene razón. Esto aún no ha terminado, los culpables están entre nosotros, dentro de estas barreras que protegen el asentamiento.

Asiento con determinación y me levanto lentamente del lado de la camilla. Cada movimiento me resulta pesado, cargado con la tensión de lo que está en juego. Antes de salir de la sala, me tomo un momento para lanzar una última mirada a Ashtaria y a Neefar. Sus rostros reflejan la gravedad de la situación, y una mezcla de ansiedad y esperanza me embarga.

Salgo de la sala con paso firme, aunque mi mente aún está llena de preocupaciones. Me dirijo al Dominio Élite, atravesando el pasillo que lleva a las habitaciones de los élites. El lugar, normalmente tranquilo, ahora parece desolado y silencioso, acentuando mi sensación de urgencia.

Una vez en mi dormitorio, cierro la puerta con un susurro casi inaudible y me dejo caer sobre la cama. La comodidad del colchón es un alivio momentáneo, pero mi agotamiento es tan profundo que ni siquiera puedo disfrutar de ella. Siento que el peso del mundo se ha instalado en mis hombros. Mi cuerpo está exhausto, mis pensamientos están desordenados, y un sentimiento de desolación me envuelve mientras cierro los ojos, tratando de dejar atrás la angustia de la sala de atención medica.

...

Unas suaves caricias me despiertan poco a poco. Abro los ojos y lo primero que veo es la silueta del cabello ondulado de Neefar, iluminado por la tenue claridad del amanecer.

«Siento como si hubiera dormido demasiado».

—¿Cómo te sientes? —su voz suave me alivia.

—Demasiado soñoliento y un poco mareado —me restriego los ojos.




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