Narrado desde la perspectiva de Trox
Cada vez que viajo hacia ese punto en el tiempo, veo una y otra vez aquella fatídica escena: yo, sin poder descifrar mis sentimientos en ese momento, sin conocer los eventos que me llevarán a enfrentar a un Kiharu gritando en llanto, arrodillado y bañado en sangre, con mi espada en mano. Frente a nosotros, un cuerpo sin cabeza cuya identidad me es esquiva, pues el futuro nunca ha sido claro. Kiharu grita el nombre de Ashtaria, mostrando un rostro trágico, sugiriendo que ella es la que yace sin vida frente a nosotros. Este futuro se repite incesantemente en mis visiones, porque cada vez que intento avanzar en el tiempo, solo alcanzo ese momento, sin poder ir más allá.
El miedo se apodera de mí. La guerra parece ser el destino que me aguarda, pues en esas visiones no solo veo mikadeanos armados con metal, sino también un crooler metamórfico en medio de una batalla que parece darse dentro de una infraestructura tecnológica. Por eso, me he refugiado en mi habitación, esperando que, al quedarme aquí, pueda sobrevivir y encontrar una nueva línea de tiempo.
Un golpe en la puerta interrumpe mis pensamientos.
—¡Adelante!
La puerta se desliza, y uno de los guardias del palacio se asoma.
—Comandante, hay una visita mikadeana. Es la señorita Ashtaria.
El nombre de Ashtaria resuena en mi mente como una alarma de calamidades, acelerando mi pulso y respiración.
—¡No, que se vaya! —grito con pánico—. ¡Dile a los generales que no permitan que esa mujer permanezca aquí ni un segundo más! ¡Ella solo traerá desgracias!
—O-OK, comandante… —dice, sorprendido por mi reacción descontrolada. Cierra la puerta rápidamente, dejándome en la soledad que he buscado durante estas últimas órbitas.
Me tiro sobre la cama, respiro profundamente y trato de calmarme, frotando mi cara con las manos. Espero que los generales puedan expulsar a Ashtaria de mi planeta; no quiero oír su nombre nunca más.
—¡Trox, levántate de la cama! —una voz grave y femenina me hace saltar de la cama—. ¡Tu raza necesita tu ayuda, los tiakamitas están a punto de ser exterminados! —Al levantar la mirada, veo los ojos dorados y exaltados de Ashtaria.
Retrocedo varios pasos hasta chocar con la pared. A pesar de tener la habilidad de acabar con ella en un par de movimientos, el miedo me paraliza. No puedo reaccionar como debería.
—¡¿Cómo entraste?! —tropiezo con mis palabras, aterrado—. No te vi entrar…
—¿Recuerdas que tengo poder de invisibilidad? —avanza hacia mí mientras yo presiono mi espalda contra la pared—. Entré cuando tu guardia abrió la puerta —Ashtaria se detiene a pocos centímetros—. Pero no es momento para hablar de mis poderes. Estoy aquí porque te necesito.
—Yo no…, así que lárgate de una maldita vez…
—¡¿Qué pasa contigo?! —frunce el ceño y me mira con frustración—. ¿No entiendes que tu raza está a punto de ser exterminada?
—¡Vete de mi planeta! —le grito, pero solo consigo que ella me tome del cuello del turbante y me presione contra la pared.
—¡¿Por qué ese miedo repentino hacia mí?! —pregunta, y luego da un par de pasos atrás con cierta incertidumbre en su rostro—. ¿Qué te ha pasado? Has estado desaparecido por mucho tiempo, ya ni se te ve en Tiakam.
Mis manos tiemblan, mi cuerpo está completamente tenso, mi mente atormentada por ese último segundo de mi futuro, el grito ensordecedor de Kiharu resonando una y otra vez. El nombre de Ashtaria está grabado en mi locura.
Sin poder controlar mis movimientos, me deslizo por la pared hasta caer sentado en el suelo, abrazando mis rodillas bajo mi mentón.
—No quiero morir —susurro, tapándome los oídos para no seguir escuchando aquel nombre—. No quiero morir, no quiero morir.
—¡Ey! —siento sus frías manos sobre mis brazos, su tacto me estremece—. ¿Quién podría siquiera ponerte un dedo encima? —dice eso y luego retira sus manos.
—Nuestra muerte está cerca…
—¿Por qué crees eso? —pregunta con preocupación.
—Porque ya no hay futuro para mí —vuelvo a agachar la mirada—. Hace un par de orbitas, los eventos futuros comenzaron a escasear, y ahora solo hay uno.
—¿Te refieres a aquel último segundo de tu futuro? —pregunta, con una mezcla de curiosidad y preocupación—. ¿El de Kiharu gritando mi nombre?
Asiento mientras mis ojos se humedecen.
—Si vienes para arrastrarme a una guerra —una lágrima se desliza por mi mejilla—… No, no iré.
Levanto la mirada y me encuentro con su rostro, sumido en un profundo estado de shock.
«¿Ella también está aterrorizada?»
—Pues… ¿Adivina qué?... ¡Me vale! —su expresión ruda y valiente me sorprende—. Si tengo que morir por una buena causa, lo haré con dignidad —vuelve a tomarme de los brazos y me levanta del suelo—. No le tengo miedo a la muerte, Trox. Tú tampoco deberías temerle, porque en este universo inestable, cualquier cosa puede suceder.
Una mujer que ha vencido a la muerte en su pasado. Ella nunca entenderá cómo me siento.
De pie, me vuelvo brusco y me suelto de su agarre. Ella se sorprende por mi reacción, creyendo que sus palabras podrían disipar mis traumas.
—De milagro volviste a la vida. No estás aquí por tus hazañas, Ashtaria, sino por alguien que, para tu suerte, te amaba. Pero yo no tengo a nadie.
—No dejaré que mueras.
—Tú no tienes el poder para mantenerme con vida —le respondo con cinismo.
—Pero mi esposo sí lo tiene.
Entonces, en un ataque de imprudencia, suelto unas carcajadas, más relajado y distraído de mi calamitoso futuro, me dirijo a mi cama y me dejo caer sobre ella. La observo mientras ella permanece de pie frente a mí.
—Cuando Handul descubra que lo engañé con el tema del Zenfrex, vendrá a matarme. Él nunca me devolvería a la vida.
—Confía en mí, Trox. Tú también podrías regresar de la muerte. Solo procura que no te quiten la cabeza.
Su seguridad en sus palabras es desconcertante; no entiendo cómo puede pedirme confianza y, al mismo tiempo, sugerirme que acepte mi muerte.