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42. Estamos en Tiakam

Es nuestro deber asegurar que ningún Mikadeano corra peligro en los suelos o en la órbita de Tiakam. Si encontramos algún obstáculo, debemos resolverlo de inmediato; solo podemos regresar con buenas noticias a Mikadea, no tenemos permitido informar problemas a mi padre. Nos hemos estado preparando para este momento durante mucho tiempo y finalmente estamos aquí. Reconocemos que podríamos enfrentar desafíos, pero eso no nos detendrá.

En este momento, la palabra que nos define es determinación. Avanzamos, nuestros nanotrajes envolviendo nuestros cuerpos con el metal más resistente de Mikadea. Mi traje destaca entre los demás, dorado, haciendo cada movimiento más ágil y robusto.

A medida que los civiles que tripulan la nave comienzan a llegar para presenciar nuestra partida hacia Tiakam, me percato de que es la primera vez que los civiles ven mi nuevo traje dorado. A través de los cristales que separan la plataforma de despegue, observo cómo numerosos Mikadeanos posan sus ojos en mí. Habitualmente, toda esta atención se centraría en Handul, pero esta vez, soy yo quien capta las miradas llenas de esperanza de la gente.
Abducido al igual que mis compañeros, ingreso a una de las naves de la fuerza armada. Una vez dentro, me acomodo frente al centro de control y procedo a activar todos los sistemas necesarios: transmisión, propulsores, suministro de oxígeno, ajustes gravitatorios, coordenadas y cualquier otro control esencial para asegurar un viaje seguro.
—¿Todos están listos? —pregunta Handul a través del sistema de transmisión.

Uno a uno, respondemos con un firme «listo». Las naves empiezan a elevarse, y las compuertas de la escotilla se abren lentamente para permitirnos salir de la nave nodriza.

—Si resulta que estamos frente a un Tiakam civilizado y con alta tecnología, estos ya deberían saber que estamos en los alrededores de su planeta —dice Kimku.

—Estás en lo cierto. Así que lleguemos preparados para un posible ataque —responde Handul.

Las naves de la fuerza armada, capaces de viajar más rápido que la velocidad de la luz, nos llevan en un abrir y cerrar de ojos hasta la atmósfera de Tiakam. La gravedad comienza a reclamar nuestra presencia y nosotros nos dejamos llevar. A diferencia de Vezto, la atracción no es tan abrumadora ni tan agresiva.

—La gravedad es de nueve punto ocho, muy parecida a la de Mikadea —informa Klea—. Podemos ingresar tal cual como lo hacemos en nuestro planeta.

—¡Ya escucharon! ¡Entrando! —ordena Handul.

Vamos entrando en velocidades bajas, activamos el sistema gravitatorio de la nave para reducir las velocidades y evitar las altas temperaturas que podría surgir producto de la fricción inicial con el aire. Por primera vez podemos ver el borde del cielo de Tiakam. Fijando la mirada en el horizonte puedo ver como el negro de la galaxia se mezcla con el azul de la atmósfera, definitivamente el color que define a Tiakam es el azul.
Estamos a punto de cruzar un vasto mar de nubes, tan blancas y brillantes que parecen anunciar un clima excelente debajo de ellas. Al atravesarlas, lo primero que llama nuestra atención es la abundancia de agua; en todas direcciones, el horizonte se extiende en un azul profundo. En Mikadea, el agua es escasa y nuestro planeta no es tan radiante ni celeste. Estamos más alejados de nuestra estrella, y la atmósfera no es tan limpia como la de este planeta, lo que hace que nuestro mundo sea menos radiante, más rojizo y frío.

—Analizando atmósfera —anuncia Neefar, mientras recoge datos con los diversos sensores de la nave, igual que hicimos en la nave Crooler—. Es increíble, esta atmósfera es exactamente como la nuestra. Tiene todos los elementos necesarios para que podamos respirar con normalidad.

—Klea, ¿qué me dices de los niveles de radiación en el planeta? —le pregunto.

—Dame unos segundos... Listo, lo tengo. El nivel de radiación es cien veces mayor que el de Mikadea. Recomiendo no quitarse los nanotrajes ni dejar la piel al descubierto.
—Klea tiene razón, chicos. Necesitamos analizar mejor esos datos para ofrecer recomendaciones más precisas —dice Neefar, después de revisar los datos que Klea ha compartido con nosotros.

Mientras continuamos nuestro descenso, una línea verde aparece en el horizonte. La vegetación es exuberante, una franja verde intensa que contrasta con el azul del agua.

—¡No puede ser!, miren cuánto verde —exclama Polh, sorprendido.

Nos acercamos a una costa densamente cubierta de árboles. La vegetación es tan abundante que el paisaje parece un tapiz verde ininterrumpido, extendiéndose hasta donde alcanza la vista. La cantidad de árboles es impresionante, y todo el entorno irradia una vitalidad que es completamente ajena a nuestra experiencia en Mikadea.

—¡¿Qué es eso que está volando al lado nuestro?! —pregunta Kimku en un tono trémulo.

Todas las naves se detienen bruscamente mientras contemplamos la vida en este planeta. A nuestro alrededor, una multitud de criaturas aladas surcan el aire. Sus cuerpos están cubiertos de algo similar a escamas, pero estas escamas tienen una especie de fino pelaje que les da una apariencia etérea y delicada. Son pequeñas y ágiles, moviéndose en armonía con el viento. Las extrañas escamas peludas parecen captar y manipular el aire con una precisión sorprendente, permitiéndoles planear y maniobrar con gracia. Las criaturas vuelan con una confianza asombrosa, sin mostrar ningún signo de temor o sorpresa ante nuestra presencia. Se deslizan y planean alrededor de nuestras naves, ignorándonos como si fuéramos parte del paisaje. Continúan su camino, desapareciendo en la distancia mientras seguimos embelesados por la simple y natural maravilla de su vuelo.

—¡Esto es alucinante! —exclama Ashtaria, entre risas nerviosas—. Confieso que estoy algo asustada. ¿Acaso soy la única?

—Claro que no. También estoy muy nervioso —responde Polh, con una nota de emoción en su voz.




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