Han transcurrido mil doscientas órbitas desde que dejamos nuestro planeta en busca del oro que garantizaría nuestra salvación. Finalmente, hoy estamos de regreso con nuestra gente. La familia mikadeana nos ha esperado durante todo este tiempo. Poco a poco, miles de naves—mineras, de corto viaje y de la fuerza armada—van saliendo de la nave nodriza, preparándose para ingresar en la atmósfera rosácea que nos ofrece un clima extremadamente caluroso. Encabezo la flotilla junto con la élite, escoltando a cientos de naves mineras repletas del oro que prometimos traer a Mikadea. Ese oro será fundamental para construir el gran escudo planetario que protegerá nuestro hogar de la gigante roja.
¡Lo hemos logrado! ¡Misión cumplida!
La impresionante ciudad de Mikadea se dibuja a lo lejos, sofocante y agitada por las ondas de calor provenientes de la gigante roja. El planeta ha cambiado significativamente durante nuestra ausencia. El sistema térmico de la nave muestra un aumento notable en la temperatura ambiental. Afortunadamente, traemos la solución; solo nos queda trabajar cinco mil eclipses más hasta completar la construcción del escudo.
Mientras descendemos hacia la plataforma de aterrizaje del hangar más grande de la ciudad, vemos que una gran multitud de mikadeanos ha estado esperando nuestra llegada. En un extremo de la plataforma, se alza un alto podio donde mi padre dará las palabras de bienvenida a los viajeros. Todas las naves se detienen a la misma altura, flotando sobre la plataforma, esperando que la élite salga primero para ser recibida por los ciudadanos. Yo debo salir antes que todos, así que activo el portal de evacuación de la nave y camino hacia la zona para teletransportarme al exterior.
Al aparecer bajo la luz cilíndrica, soy recibido por el bullicio y la alegría de toda Mikadea. Frente a todos esos rostros desconocidos está el de mi padre. Mientras camino hacia él, noto que la vejez aún no lo hace irreconocible; sus arrugas se acentúan al intentar sonreír, pero se le hace difícil mostrarse alegre. No hace falta ser telépata para saber qué pensamientos rondan su mente. Yo no debía haber regresado solo; sus tres hijos debían estar frente a él en estos momentos.
—Padre, lamento no regresar junto a Handul y Ashtaria —le digo mientras lo abrazo, uno de los abrazos más esperados en estos últimos tiempos
Mi padre deja de abrazarme, pero no aparta sus manos de mis hombros ni sus ojos de los míos.
—Hijo, estoy orgulloso de los tres —su voz temblorosa refleja la vejez que lo ha marcado—. Handul se vio obligado a dejar la misión antes de tiempo, pero eso no disminuye el mérito que tiene en este logro. En cuanto a Ashtaria, desearía tenerla de regreso; si pudiera encontrarla, le suplicaría que dejara de ocultarse. Pero parece que ella ya tomó su decisión, y si para ella eso fue lo correcto, no puedo juzgarla. Este logro también es suyo —levanta la mirada al cielo—, donde quiera que esté. —Hay nostalgia en su rostro.
—¿Crees que Ashtaria esté sola? —pregunto, agachando la mirada.
—Ashtaria era una de las mikadeanas más populares del planeta, una mujer sociable. Seguro está rodeada de amigos.
—Espero que así sea…
—Así es. —Mi padre gira su mirada hacia el gran podio—. Ahora vamos al podio; tengo que dar las palabras de bienvenida.
Asiento a mi padre y lo sigo hasta el podio. Ya cuando estamos ahí, me quedo a su lado esperando que inicie su discurso.
—Este es un día histórico para la civilización de Mikadea —empieza diciendo y el público aplaude con entusiasmo—. Cuando nuestra naturaleza amenazó con destruirnos, nos mantenemos firmes y dijimos «NO», porque aún queremos seguir viviendo. Aquí está el resultado de todo nuestro arduo trabajo —señala las naves que flotan sobre la plataforma, frente a nosotros—. Todo esto se lo debemos a los mikadeanos que dieron sus vidas en busca de los recursos que necesitábamos y, en especial, a todos los miembros de la Élite que viajaron para asegurar el éxito de la misión. ¡Élite de la fuerza armada, sean bienvenidos a su planeta: Mikadea!
Los aplausos y la euforia del público crecen, resonando con entusiasmo. Las naves pilotadas por los miembros de la Élite encienden sus portales de evacuación, comenzando a aparecer bajo la luz cilíndrica que baña la plataforma de aterrizaje. El primero en pisar el suelo de Mikadea es Yazu, seguido de Kimku, Brawn, Rauzet y Foxer, todos sonrientes y saludando a los presentes. Después, suben al gran podio y se alinean detrás de nosotros.
—Quiero dar una bienvenida especial a la próxima reina de Mikadea, a la madre de nuestros futuros gobernantes: Neefar, quien desempeñará un papel crucial en el gobierno de nuestro planeta.
Una de las naves de corto viaje se acerca, se estaciona sobre la plataforma de aterrizaje y abre la capota. Neefar coloca un pie en el borde de la cabina, salta y aterriza de pie en la plataforma. Su cabello ondulado, ahora más corto, cae justo por encima de los hombros, y nunca ha dejado de llevar el lazo negro que siempre adorna su cabello. Mi esposa sigue siendo tan hermosa como siempre.
—¿Por qué Neefar ha bajado en una nave de corto viaje? ¿Por qué no descendió junto con la élite? —me pregunta mi padre en un susurro.
—Ya lo verás, padre.
Para sorpresa de todos, Neefar no viene sola. De repente, en el borde de la cabina, aparecen unas pequeñas cabezas de cabellos blancos, rasgos característicos de la raza mikadeana. Con gracia, Neefar saca a un pequeño niño de hermosos ojos turquesas: Varmit, quien ha cumplido cuatro órbitas en Tiakam y es nuestro hijo mayor. Neefar se ganó el honor de ponerle el nombre durante nuestro baile ceremonial. Varmit es el primer mikadeano criado fuera de Mikadea.
Pero Varmit no es nuestro único hijo. Neefar vuelve a meter las manos en la cabina y saca a una hermosa bebé de cabello ondulado y ojos grises idénticos a los míos. Es mi pequeña consentida, Prisma, quien acaba de cumplir una órbita en Tiakam.