Desde la distancia en la que me encontraba, no podía apreciar su rostro, sin embargo, como un switch, mi cuerpo reaccionó.
Pensé en buscar al guardia de seguridad, pero él debería de estar en el baño ahora mismo, por lo que tuve que actuar.
Corrí tan rápido como pude. Tenía que detenerla.
— ¿Qué estoy haciendo?
Tenía que evitar que cometiese una locura. No había más razones, no tenía otro objetivo. Simplemente quería impedir que ella se quitase la vida justo frente a mis ojos.
Era muy consciente de que nuestra relación era apenas de compañeros. No, incluso más distante que eso. Pero no podía permitir que su primer día de clases acabase así.
Mi respiración se agitó.
El camino más cercano para llegar a la terraza implicaba dar muchos giros y escalones.
¡¡Doom!!
— ¡Agh!...
Mi pecho comenzó a doler.
“Hiro, te recomiendo practicar deportes no muy exigentes, comienza con caminatas para fortalecer los pulmones, pero no te excedas o podrías sufrir otro ataque”.
Aquellas palabras que el Doctor Gotaro me dijo en el último infarto llegaron a mi cabeza.
Quizás lo olvidé o simplemente sabía que había algo más importante que mis preocupaciones.
¡¡Dooooomm!!
Comencé a caer.
— No… no ahora… no cuando ella aún sigue allá arriba.
¡¡Dooooomm!!
Sentía mil agujas penetrando mi corazón una y otra vez sin detenerse.
Era esa sensación de estarse quemando de adentro hacia afuera. La angustia y el miedo se transmitían a la par que el dolor me alcanzaba.
Pero no me detuve.
— ¡¡AAHH!!... duele… duele mucho.
Mi mochila comenzó a pesarme demasiado. La tiré.
Mi garganta podía sentirla seca y sin nada de humedad. Similar a tener una puñada de canela en polvo en tu boca.
Mis músculos temblaban. Me exigían detenerme.
La visión inició a fallar y volverse borrosa.
— Solo… solo falta un poco… más…. ¡¡Aaaaagghh!!
Respirar únicamente por la nariz dejó de ser suficiente.
Comencé a jadear. Como un perro exhausto y moribundo.
— Te conozco desde que éramos unos bebés… Pensabas en ella ¿verdad?
Comencé a recordar las palabras de Yanamo.
— Si realmente quieres salvarla, deberías hacerlo.
Claro. Él lo sabía desde el principio. Sabía que tenía que hacer.
Las escaleras me estaban matando.
La corbata del uniforme me asfixiaba.
Pero así seguí avanzando.
Al llegar al último escalón, abrí la puerta inmediatamente.
La luz del sol llegando casi al ocaso me cegó.
Estaba en la posición perfecta para comenzar a ocultarse por completo.
Cuando me adapté. Miré la escena frente a mí.
Hanako estaba de pie sobre el borde de la terraza. Había cruzado la baranda y ahora nada la detenía de avanzar y caer.
Ella tenía la mirada fija en el suelo que la esperaba a más de 5 pisos.
— ¡¡Hag!!… ¡¡Hanakogh!! — Grité.
Mi garganta estaba tan seca que no podía pronunciar bien su nombre. Mis palabras no le llegaban.
Mi pecho dolía con fuerza. Podía sentir mis vasos sanguíneos a punto de reventar como un globo.
Mis pulmones se tornaron pesados. No pareciera que dentro de ellos hubiese aire.
Tan solo la acción de inhalar y exhalar causaba que el recorrido del aire por mi garganta y laringe provocaran un dolor y ardor inmenso.
— Debo salvarla… por una vez en mi vida… debo hacer algo bien…