El sol seguía aún alto en el cielo. Habían pasado ya varias horas desde el cenit, y el calor del verano continuaba aplastando a todos. Por suerte, empezaba a remitir, y algunas ráfagas de aire procedentes del naciente del río Lazul traían un respiro fresco.
Lirya caminaba por Valderia junto a Talya, tras haber pasado toda la jornada ayudando a las Madres. Habían estado cocinando y limpiando el pabellón central, aquel lugar donde las Madres discutían, trabajaban y organizaban las jornadas de las familias. Era, sin duda, el corazón palpitante de Valderia. Ahora se dirigían al templo, donde Mael acostumbraba a relatar los mitos drelianos y a ayudar a quienes lo necesitaban en el cultivo de las virtudes humanas.
—Lirya, espera un momento —susurró Talya, casi al oído, mientras le sujetaba el brazo—. No quiero cruzarme ahora mismo con Nirel, y mucho menos con Saren. Acaban de entrar… y ya sabes que Saren siempre va detrás de Nirel. Es una envidiosa…
—Yo tampoco quiero ver a Nirel. Desde que Renar se fue… —suspiró Lirya, cerrando los ojos y posando una mano en su vientre—. Está demasiado insistente; intenta ayudarme en todo. Ya sé… vamos al río. Quiero tumbarme y escuchar su murmullo.
—Aún no me lo creo, la verdad —admitió Talya, bajando la voz—. Pero sí, vamos. A un lugar alejado. Todavía me duelen los comentarios de Saren en la Fiesta del Sonido.
Talya intentó guiar a Lirya con cortesía hacia el río, pero ella le respondió con un gesto suave, casi amistoso, que no necesitaba ayuda. Conocía bien el camino y se sentía segura.
Era uno de sus lugares favoritos, el mismo donde pasaba las tardes con Renar. Allí se tumbaban en la hierba junto al lecho del río, dejándose acariciar por el viento, escuchando el canto de los pájaros y la brisa entre las hojas. Allí, él fantaseaba con aventuras imposibles y, con paciencia infinita, le describía el cielo y el paisaje con los detalles que más llamaban su atención.
Allí, él estaba con ella.
—No sé qué tiene de especial este lugar —dijo Talya al llegar, mirando a su alrededor—. Solo es agua y hierba. Es tranquilo, sí, pero como cualquier otro sitio.
—Supongo que son los recuerdos —respondió Lirya, con una sonrisa leve—. Las conversaciones. Cómo Renar me hablaba del río… y de cómo lo comparaba con la vida.
Se sentó sobre la hierba húmeda, al borde del agua, y alzó el rostro hacia la brisa.
—Él decía que la vida era como este río: que nosotros somos el agua, avanzando sin descanso por un camino que parece trazado. Pero que, aun así, tenemos fuerza para sortear los obstáculos.
Llamaba “problemas” a las piedras, y siempre estaba lanzando alguna al agua mientras hablaba. Decía que ningún problema era lo bastante grande como para detenernos… y que si uno lo fuera, si alguna piedra bloqueara el cauce, el río encontraría otro camino.
—"No hay piedra que le gane al agua", me decía. “El agua siempre sigue adelante.” —terminó de decir, mientras alzaba sus ojos grisáceos, inservibles, hacia la nada.
—Siempre lo consideré distante… extraño. Creo que nunca llegué a hablar con él más que un saludo, o por necesidad —replicó Talya, con sinceridad.
Lirya sonrió. Su rostro, siempre sereno, se tiñó de un rubor suave al recordar a Renar.
—Así que Nirel… —dijo con suavidad—. Imagino que Saren se habrá cogido un cabreo monumental.
—Sí… —murmuró Talya, bajando la mirada mientras apoyaba la frente en sus rodillas y abrazaba sus piernas con un suspiro.
—Pagó contigo el cabreo, ¿verdad? No sabía que sentías cosas por Nirel… lo ocultabas bien —continuó Lirya, sin juicio en la voz.
—Sí… bueno, yo tampoco lo sabía —dijo Talya, con timidez—. Ya sabes… la Fiesta del Sonido, el Mirzal… una cosa llevó a la otra.
—No esperaba eso de Nirel —admitió Lirya—. Pensé que andaba detrás de mí, pero él no me interesa. Tranquila —agregó, mientras deslizaba una mano por la espalda de Talya en un gesto suave.
Talya dejó escapar una risa apagada, pero luego se quedó callada unos segundos antes de añadir:
—Y lo está… y Saren por él… —Talya se quedó con el nombre en la boca, bajando aún más la voz—. Por Nirel. Ahora me siento incómoda a su lado. No solo por Saren… también por él. No sé. Fue como si todo se enredara. Saren me dejó en evidencia delante de todos, y luego se metió contigo. Para quedar, como siempre, por encima. Después se fue con dos de otra generación, como si no le importara nada. No la entiendo… ¿por qué tiene que atacar así?
—Porque no tiene nada que ofrecer —sentenció Lirya, con una voz tranquila pero firme—. Está vacía. Solo es cuando los demás dejan de serlo.
Un silencio cayó sobre el ambiente, denso como el calor que aún pesaba en el aire. Talya la miró de reojo, impresionada.
—Tienes una claridad que a veces da miedo —murmuró—. Nos ves de verdad. Quizás ese sea tu secreto… que ves la realidad y no la apariencia. Aunque, bueno… creo que tú también tienes cosas que contar, ¿no? Ese rubor y esa sonrisa no se te escapan tan fácil…
El rostro de Lirya se tornó rojo. El rubor tenue de antes dio paso a un calor más profundo, más encendido. Sin decir nada, se tumbó en la hierba, dejando que el cuerpo cediera al peso del momento. Posó una mano sobre el vientre y la otra en la frente.
—¿Tan evidente es? —repitió Lirya, con un hilo de voz, casi para sí misma.
Talya no respondió de inmediato. Se incorporó sobre un codo, mirando a su amiga con una mezcla de ternura, asombro y una pizca de envidia.
—Algo si —dijo al fin, con suavidad—. Estas más ausente de lo normal, parece que vas flotando
Lirya cerró los ojos, como si quisiera volver a vivir aquel instante.
—Fue después del rito —susurró—. Él estaba... alterado. Como si el mundo entero se le hubiera metido en la piel y no supiera cómo sacarlo. Preparándose para marcharse.
Hizo una pausa, y una sonrisa leve, casi sagrada, iluminó su rostro.
—Y pasó. Fue... precioso, Talya. No fue solo... eso. Fue como si dejáramos de ser dos personas separadas. Como si, por un momento, fuéramos una sola cosa. Un solo latido. Un solo aliento.