Zignum Meiga Entre las dos caras de la luna

Capítulo 1 La Carta del Mago parte 1

Cerci ejecutó el primer movimiento levantando su mano izquierda y posicionándola cerca de su angélico rostro con los dedos extendidos y la palma frente a su nariz. Hefisto se movió velozmente de su lugar percatándose de la intención hostil de la bruja, colocó el puro humeante entre sus labios y sacó de su funda un arma que se asemejaba a un sable. Era una especie de cimitarra a una mano, de acero negro, con caracteres indescifrables del color del jaspe rojo de sus ojos, a lo largo y en cada lado de la hoja, con un sólo filo curvo fino con marcas onduladas, el extremo apuntado del filo era doble, vuelta a manera de hoz y rematada en el extremo con una empuñadura protectora de ébano donde se apreciaban ocho pequeñas gemas de color rubí en forma de ojos, cuatro gemas incrustadas en cada lado de la empuñadura y había en el extremo una cola con formas romboidales dispuestos en línea y separados en segmentos de color negro metálico que se enrollaba en su mano como un sujetador y que recordaba a un rosario de color negro. A simple vista parecía un metal con características especiales, tenía una belleza única y poseía un diseño perfecto para la batalla. La pelea había dado comienzo en aquel inhóspito lugar de la isla. Hefisto había decidido exterminar a la bruja antes de que el fuego sobre el techo de la choza detrás de ellos se extendiese. Cerci comenzó a mover las articulaciones de su muñeca, mano y dedos de su brazo izquierdo haciendo posiciones diferentes y estéticos con gran destreza y habilidad a una velocidad imperceptible a la vista de los mortales, finalizando en una posición que la mantuvo cerca de su frente e inclinando su cabeza de igual forma como cuando se comienza hacer una plegaria. Hefisto escuchó como una voz susurrante, cavernosa y gutural como de una bestia infernal provenía de los labios de Cerci que vibraban a gran velocidad en la oscuridad de la noche, y de los cuales salían arcanas palabras que eran pronunciadas en cuestión de un par de segundos. - Uqshení Leatzmí Divréi Jayamín Benájat Nishmaín Hamacharak -. Apenas terminó de decir la última palabra cuando Hefistó blandió su arma velozmente contra Cerci quien a su vez, en un veloz movimiento retrocedió eludiendo hábilmente el corte mortal de la cimitarra permaneciendo ella en completa quietud en un sitio cerca de la puerta de la choza. De pronto, Hefisto fue rodeado por ocho hombres del poblado de los doce que se habían quedado por mandato de la bruja y cada uno permanecía de pie a la misma distancia unos de otros, cada uno a un par de metros de Hefisto, cada uno con un machete o un pico sujetado amenazadoramente entre sus ásperas manos y cada uno de ellos extrañamente mantenían su ojo izquierdo cerrado y el ojo derecho abierto los cuales lo observaban detenidamente sin parpadear y aquellos ojos que antes brillaban inundados con enferma lascivia ahora brillaban con una desgarradora oscuridad. Llenando sus vacuos ojos de horror nocturno.
El que estaba situado en frente de él y quedaba en medio de Cerci y Hefisto tenía un machete un poco oxidado pero con el suficiente filo para cortar miembros. Y enseguida, aquel hombre comenzó a correr con su machete en mano hacia su antiguo líder quien de inmediato, con un veloz movimiento, blandió su cimitarra nuevamente contra su adversario quien no tuvo oportunidad de impedir el destripamiento de su estómago seguido de una veloz y fuerte patada en su pecho para apartarlo de sí. Hefisto sin vacilar blandió su cimitarra contra su agresor, cuyo orbe derecho inexpresivo aún lo observaba como si no tuviera conciencia del dolor o del peligro que lo rodeaba. Hefisto había decidido matar a todo aquel que se interpusiera en su camino, aún así estuviese siendo manipulado por la bruja. El cuerpo de aquel hombre se veía descendiendo lentamente a estrellarse contra el suelo por los ojos color jaspe rojo de Hefisto que comenzaron a tener una perspectiva del tiempo diferente, cada movimiento veloz bajo su nueva perspectiva ahora eran lentos y antes de que su agresor tocase el suelo con su espalda, se oyó nuevamente la voz susurrante y veloz de Cerci que retumbaba amenazadoramente en los oídos de Hefisto. - Dmá Ji Jadavár Jaiajid Sheefshár Lishbor Kesheomrím Et Shmó Pazuzu -. Cerci había hecho nuevamente una veloz serie de movimientos con su extremidad, finalizando con otra posición. De pronto, el ojo izquierdo de este hombre que permanecía cerrado se abrió y Hefisto pudo divisar en la retina izquierda del sujeto un diagrama de color rojo que parecía haber sido formado por las venas oculares, quedando en blanco el resto del mismo, ya que su pupila e iris habían desaparecido dejando solamente aquel diagrama de venas en forma de telaraña con algunos caracteres en su interior en cada segmento que se separaba hacia el centro y finalizando con un símbolo formado por líneas onduladas y rectas en donde debería estar la pupila, eran figuras semejantes a las que tenía Hefisto grabado en la hoja de su cimitarra pero conformada por diferente número de líneas y con diferente ángulo, patrón y posición, como si ambos pertenecieran a las diferentes letras de un abecedario de un mismo arcano y oscuro lenguaje. Enseguida Hefisto vio como de aquel extraño ojo salía disparado en dirección hacia él, con una potencia tal que hizo brotar la sangre del mismo, una masa negra que abrió sus extremidades en el aire, eran unas temibles y largas patas, era como si el puño de una mano monstruosa abriera sus largos dedos para querer estrangular a su presa. Aquella extraña criatura era una inmensa araña viuda negra que ahora poseía el mismo símbolo rojo que antes tenía el centro del ojo ahora ya destrozado por ella misma al emerger violentamente de él, este símbolo ahora lo tenía la araña en su abdomen donde debería estar la figura roja semejante a un reloj de arena que se distinguía en la mayoría de las arañas de esa especie. El hombre tuerto y ensangrentado cayó por fin al suelo, parecía muerto, y la araña que en el aire se dirigía amenazadoramente hacia Hefisto, se evaporó como el humo, como si hubiera sido solo una ilusión, pero enseguida, Hefisto se dio cuenta de que aquello era tan real como lo era él mismo cuando, en cuestión de un cuarto de segundo, se manifestó una poderosa ráfaga de aire huracanado acompañado de una potente aura de color verde esmeralda traslúcida con forma de un inmaterial ser demoniaco. Aquello tenía la cabeza de un tigre diabólico, con cuerpo de hombre, con cuernos de macho cabrío en la frente, con garras de ave en vez de pies y dos pares de alas como de águila y volaba fieramente contra Hefisto quien en su instinto de sobrevivencia blandió su cimitarra nuevamente y en el aire se oyeron unas vibrantes y potentes palabras. - ¡Vox Leaenae Et Custodia Akrabuamelu! -. Vociferó Hefisto aún con el puro entre sus labios cual más talentoso ventrílocuo, al mismo tiempo que trazaba una figura en la tierra con la doble punta de su cimitarra y con el filo de la hoja en dirección a su demoníaco adversario hecho de aire. Un fuerte y sobrenatural gruñido resonó en la batalla y el poderoso viento infernal se impactó contra un escudo de vibraciones producidas por la cimitarra de Hefisto al tiempo que clavaba la doble punta de su cimitarra en la tierra y al chocar contra los zarpazos del feroz viento demoníaco producían sonidos semejantes a gruñidos de ultratumba. La tierra parecía arder y exhalaba líneas de humo que ascendían vertiginosamente mientras que las vibraciones de la cimitarra descendían desde la hoja hasta la doble punta haciendo arder la tierra al tocarla, parte del viento era obligado a ascender y la hierba, plantas y tierra fueron removidos violentamente alrededor de Hefisto por la potencia arrasadora del viento, sin embargo, él parecía invulnerable e inamovible. Aquel demonio de aire no había logrado mover ni un sólo cabello de su cabeza y este parecía conocer la semblanza destructiva de su enemigo. No cabía duda que Hefisto no era un ser humano normal, la pregunta era de que si aun lo era. Ningún humano común y corriente le daría batalla a fuerzas demoníacas de la misma forma que él lo hacía usando las mismas artes prohibidas que usaba Cerci, sin embargo, la batalla estaba apenas iniciando.
La gema roja de la empuñadura se oscureció simbolizando que uno de los ocho ojos de la cimitarra se había cerrado, pero no fue el único ojo que se había marchitado, los ojos de la muchedumbre fueron cegados desde el inicio de la batalla, mantenían sus ojos abiertos pero tenían una especie de visión ciega. Los lamentos fantasmales de las mujeres y unos cuantos hombres al no poder ver lo que estaba ocurriendo eran silenciados por el sonido estridente del viento que entonaba una melodía caótica en su intento de arrasar con todo a su paso, y otro conjuro se oyó en el aire, era de nuevo la voz de Hefisto que gritaba como el capitán de un barco pirata dando una orden de ataque a sus subordinados. -¡Anpu Latratus Fui Draconum! -. Vociferó Hefisto mientras blandía su cimitarra de modo vertical de abajo hacia arriba haciendo que las delgadas líneas de humo, exhaladas del suelo, se concentrasen en un punto cercano a la cimitarra, y fuesen disparadas en una explosión de humo negro como una bala de cañón, resonando en compañía de un potente ladrido, siguiendo una ruta horizontal recta que se dirigía velozmente contra Cerci.
-Lifnéi Ivér Lo Tasim Mijshol -. Se oyó nuevamente el susurro de Cerci con voz de ultratumba acompañado con la serie de posiciones de manos que esta vez Hefisto pudo ver con detenimiento por la habilidad de su nueva perspectiva del tiempo. Hefisto se percató al final que lo que efectuaba Cerci eran los "mudras arcanos", gestos poderosos de las manos que atrapaban y guiaban el flujo de energía al cerebro, liberando la fuerza del agbara en el interior del cuerpo en los diferentes canales de energía del usuario. Era increíble la habilidad con la que movía sus manos y brazos tan perfectamente en cada postura y de forma vertiginosa. Hefisto pudo notar que en cada posición había un pequeño destello de color verde en las venas de las manos de la bruja y en cada destello podía sentir un aura explosiva que iba aumentando gradualmente en intensidad en cada posición. Enseguida, como había previsto, un viento imponente obedeció al llamado de Cerci y trajo consigo un millar de hojas verdes y en cada hoja estaba marcado un símbolo o carácter misterioso de color escarlata por ambos lados de la hoja. Las hojas por el poder del viento se habían agrupado en una elaborada muralla de hojas que iban rodeando a Hefisto y habían desviado su ataque. Habían obligado a la línea mortal de humo cambiar de dirección y así como el muro de hojas el humo también había rodeado a Hefisto. Hefisto se encontraba atrapado en el ojo de un torbellino hecho de hojas y humo negro y no podía ver nada hacia el exterior, no podía ver nada más allá de aquel muro humeante que lo rodeaba pero que se mantenía a distancia de él. - ¡Shticá Tzedek Tzedek Tirdof! -. Cerci esta vez no susurró sino exclamó el conjuro como lo hacía Hefisto con una vociferante orden, esta vez Hefisto no pudo sentir las explosiones de aura "¿acaso aquel muro de hojas infranqueable con caracteres de sangre me impedía ver y sentir aquellas posiciones y vibraciones evitando la anticipación de sus ataques o era una táctica de falso ademán de parte de Cerci para obligarme a contraatacar con un conjuro innecesario y así caer en una trampa? Sí, seguramente eso era, ya que de lo contrario Cerci hubiera musitado un conjuro para sorprender con un ataque o es que... ¿tal vez era una bruja tonta sin experiencia en batalla después de todo?". Se decía a sí mismo Hefisto intentando entrever las pérfidas intenciones de Cerci. Debía efectuar su siguiente plan de ataque tan estratégicamente perfecto sin probabilidades de fallo.
- Manteia Akrabuamelu -. Susurró Hefisto, la cimitarra guardaba una habilidad que le permitía anticiparse a los ataques de la bruja y este era la lectura de humo y cenizas, un arte derivado de la piromancia; Hefisto lo conocía como manteia, el arte de la adivinación que al entrar en estado de mainomai (una especie de trance de alto rango en el arcano clan magoi) podía leer los sutiles cambios del fuego, humo y cenizas, que sólo los grandes "mantis" o llamados videntes más elevados podían lograr a la perfección y con un entrenamiento de 70 años para cada mancia, y aunque Hefisto en apariencia aun no tenía esa edad, la misteriosa cimitarra que llevaba consigo al parecer le había abierto puertas a esos grandes conocimientos y los suficientes para entrar en una batalla sobrenatural y a un nivel superior, pero la habilidad de Hefisto iba más allá, no sólo calculaba los movimientos de Cerci sino que sus ojos rojos jaspe leían cada ataque por anticipado en cada forma del humo. Dirección, sombra, color, proporción, tamaño y líneas de humo de su puro y de la batalla iban siendo interpretados por los ojos rojos de Hefisto. Aquellas formas vistas ante sus ojos le daban un significado que lo alertaban de los siguientes movimientos de su adversario y le permitían anticiparse a ellos. Hefisto veía arañas, ojos cerrados de gente muerta, cuervos, tallos y raíces que se movían como serpientes, y un gran y hambriento vacío que se abría bajo sus pies. El tercer ojo rojo de la cimitarra se había cerrado y las hojas comenzaban a tornarse a un color café oscuro y comenzaban a tomar una apariencia quebradiza para luego ser destruidas en mil pedazos por el poder ardiente del humo que giraba a velocidad del viento y que al mismo tiempo se iba disipando y permitía ver fuera del humo trece sombras de personas. La sombra de Cerci cerca de la puerta de la choza seguía en su sitio pero esta vez parecía sentada dándole la espalda a Hefisto y sólo se le podía ver su sinuosa, larga y hermosa cabellera negra color azabache que tocaba la tierra del recinto. Había dos sombras juntas en todas las direcciones separadas a la misma distancia unas de otras de dos en dos, excepto enfrente de la choza, ya que sólo se lograba apreciar a una persona que permanecía de pie a la espalda de Cerci justo dónde estaba parado su primer atacante, habían cambiado posiciones siguiendo algún criterio y con el propósito de confundir a su presa.
- Veo que has decidido darme la espalda, tal vez porque eres tan confiada y arrogante que piensas que sentada y sin necesidad de verme lograras vencerme, haré añicos esa soberbia tuya, o tal vez, quieres evitar que vea los movimientos de tus manos para que no logre sentir el agbara de tu aura al atacarme, sea cual fuese el motivo te advierto que a partir de ahora ya nada funcionará, acabo de usar mi tercera habilidad y a partir de aquí te puedo asegurar que éste conjuro erradicará a tus demonios posesivos y
lograré la victoria al derrotarte en tu siguiente movimiento con diez cortes con el filo de mi cimitarra -. Sentenció Hefisto.




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