En el año de 1977 el sexto cumpleaños de Dasha había llegado, y con él el regreso de Pandora. Su hermano Héctor la esperaría en la capital haciendo el examen de admisión para su nueva escuela. Pandora rentó como siempre una barca pequeña con un navegante de oficio que remó rumbo a la Isla.
La noche empezaba a extinguirse pero el amanecer aún estaba algo distante, aún había sombras y la oscuridad todavía reinaba. La puerta a la dimensión de ángeles fue abierta. Las niñas dormían con profundidad y ternura, parecían unos verdaderos ángeles con sueños alegres y bondadosos. La puerta de la habitación fue abierta con tanta facilidad y una sombra femenina entró y se acercó sigilosamente junto a la cama donde descansaban las niñas. La silueta de una mujer joven y delgada se encontraba parada junto a Dasha. De pronto, comenzó a inclinarse, su boca se dirigía hacia el rostro de la pequeña. Los ojos cerrados de la niña temblaban con una vibración de presentimiento y su piel comenzó a erizarse de emoción inexplicable. El aliento de aquella sombra femenina se sentía en la suave mejilla de la niña. Unos labios la tocaron en dicha parte presionando en un sonido suave de dulzura y efusividad. El beso de esta mujer despertó del sueño alegre y bondadoso a la niña. Dasha Había presentido la llegada de su madre. Al verla frente a ella se abrazaron fuertemente como si no se hubiesen visto en años, devolviéndole la dulzura del beso con un cariño igualmente desmesurado.
Después de entregarle su obsequio de cumpleaños, Pandora se despidió de su hija como Desdemona lo hizo con Calipso con un beso y un abrazo, actos tan sencillos de hacer como saludos banales, pero al hacerlo con lo que más amaba en este mundo esperaba poder quedarse así eternamente sin separarse la una a la otra.
Por mucho tiempo su padre le había prohibido llevársela, y ahora sólo quedaba un día más de espera.
Aunque para ella era una eternidad no era nada comparado con año y medio. Pandora salía de la habitación de Dasha con un seguro regreso. Mañana llevaría lo más valioso, el tesoro que más amaba en este mundo. A su preciada Dasha. Veía la ventana entablada detrás de su hija que apenas dejaba entrar un pequeño resplandor. El horror que vivió durante todos esos meses sin su hija se terminaría mañana. El plazo de Hefisto para marcharse del pueblo estaría por fin cumplido. Pero en ese mismo día, en el sexto cumpleaños de Dasha se había cumplido otro plazo, uno que se cumplió hace mes y medio, y que había transcurrido mes y medio más en la hora en que se oculta el sol.
Una mano empezó a tocar a la puerta de la vivienda de Hefisto. Unos golpes demasiado fuertes y rápidos. Hefisto se levantó de la silla de madera donde había permanecido unas diez horas. La persona detrás de la puerta era Desdemona que,con lágrimas en los ojos en un rostro lleno de angustia y preocupación, preguntaba dónde estaba ella. Hefisto, con un gesto de confusión seguido de un abrasador miedo que hizo que su corazón casi se saliera desbocado de su pecho y le provocó soltar el puro humeante que traía en su boca, corrió hacia el cuarto de Dasha donde se suponía que estaban Calipso y su nieta. Había perdido noción del tiempo al haberse quedado dormido en su silla, descuidando así a las niñas. Hefisto corrió deprisa hacia la habitación de su nieta, suplicando que este segura y dormida sana y salva como la había dejado, pero para su desgracia, al abrir la puerta de esa habitación, al entrar a la dimensión de ángeles, la cama estaba vacía, sin el cuerpo a salvo de su nieta, la dimensión se había quedado sin ángeles y se había vuelto en un oscuro y tenebroso lugar más de la isla, ni siquiera la pluma blanca de un ángel, las niñas habían desaparecido.
-Le dije a esa maldita loca que había visto a su bastarda correr por el monte alejándose en el
camino, algo que a mí no me incumbe porque no es hija mía, pero en vez de hacerme caso e ir a buscarla decidió venir aquí-. Comentó en tono de burla e indiferencia un hombre que observaba, junto con los demás hombres afuera de la vivienda de Hefisto, el problema que estaba ocurriendo.
Desdemona al ver la expresión de terror de Hefisto supo de inmediato que la había perdido y estalló en un descomunal llanto.
A lo lejos del camino selvático de la colina que daba hacia el muy crecido y vasto monte, una niña venía a toda prisa gritando con gran desesperación.
-¡Ellas la tienen! ¡Ellas la mataron!-. Gritaba con una voz agitada por intentar escapar de algo desconocido.
Todos salieron de sus viviendas al escuchar los gritos de pánico de Calipso, cuestionándose entre sí y tomando conclusiones apresuradas. Tal vez era el ladrón, tal vez el abusador, se dijeron unos, o tal vez el asesino, tal vez el diablo, se decían otros pero, fuese lo que fuese el enemigo implacable que había mantenido a todos bajo un oscuro velo de suspenso y terror durante tanto tiempo, se encontraban mentalmente preparados para dar muerte, si es que estaba en su poder, a aquel ser desconocido apenas la pequeña informante llegase para revelar su sombría identidad.
Al llegar Calipso, Hefisto corrió como si estuviera en una carrera que ya estaba perdida para intentar ganar la vida de su nieta. Cruzando los obstáculos oía el grito de Calipso como eco
diciendo una y otra vez las mismas palabras, "Ellas la tienen". La pregunta era más que obvia, la respuesta era el gran enigma para aclarar algo evidente y la niña del eco era quien la tenía.
Aquello era el paso esencial para llegar a la meta, y ahí estaba Calipso a doce pasos de él que se le hacían relativamente doscientos, tenía que cruzar los obstáculos invisibles y abrumadores de su conciencia. Corrió hacia Calipso, se inclinó a su pequeña estatura y aún con los ojos desorbitados llenos de terror la tomó de los hombros y la agitó de adelante hacia atrás gritándole.
-¡¿A quién tienen?! ¡¿Ya dilo maldita sea?!- Espetó Hefisto interrogando a Calipso.
-¡A Dasha!- Contestó Calipso.
-¡¿Quiénes la tienen?!-. Cuestionó Hefisto. La ocasión lo ameritaba y Calipso no mencionaba palabra alguna, algo se lo impedía, el miedo la dominaba y parecía desmayarse.
-¡¿Quiénes la tienen?!-. Gritó Hefisto aún más fuerte.
-¡Responde maldita sea, responde ya!-. le exigía con violencia a la niña por la tortura del suspenso que sentía cada milésima de segundo al no saber nada de su nieta causándole un derrame de frío sudor por las sienes.
-¡Suéltela porfavor! ¡No la lastime!-. Exclamó preocupada Desdemona ahora con el temor de que Hefisto le haga algo a Calipso en su locura de no poder hacer confesar a su hija sobre quienes eran las captoras de Dasha. Alrededor de ellos permanecía los hombres apoyando a Hefisto.
-¡Niña habla ya!-. Exigió Demetria quien veía como su sobrina era un ser irritable de suspenso que torturaba a todo curioso que alrededor oía su silencio. Hefisto dobló las rodillas y las azotó contra el suelo de tierra.
-¡Te lo suplico dime dónde está Dasha!-. Ahora el amo y señor se había convertido en un esclavo, ahora era él quien suplicaba con desesperación.
-¡Calipso ya habla!-. Demetria gritó y sin previo aviso...
-¡Las brujas la tienen, ellas la mataron!
La voz infantil de Calipso se escuchó por todos y se miraban entre sí con caras llenas de asombro y confusión que poco a poco fueron cambiando a rostros pensativos y de nuevo a asombro y aceptación por pensar que ahora todo tenía sentido. Sí, tenían que ser ellas, dos seres confusos de la anomalía sobrenatural, debían ser Mixtle y Mextli las brujas que habían sobrevivido al huracán y es más... seguramente debieron haber creado el huracán para traer maldición al pueblo para después llevarse a nuestras hijas, pensaban entre sí.
Hefisto se puso su sombrero negro y tomó el puro que había dejado caer y que siempre estaba encendido y los palos, machetes, picos, palas, rastrillos y demás utensilios puntiagudos
que antes se utilizaban para cosechar, resaltaban en el ambiente. Los perros temerosos de algo desconocido se negaron a seguir avanzando a mitad del camino y huyeron despavoridos de regreso al pueblo y sus dueños siguieron sin ellos hacia la maleza, llevados por la venganza, inspirados en Hefisto, traían consigo agarradas entre las manos con fuerza y fiereza palos puntiagudos, antorchas flameantes y todo lo que utilizarían como arma para arremeter y acabar de una vez por todas con las dos brujas. Hefisto traía consigo un arma dentro de su funda negra que parecía ser un largo machete. El ejército de la población marchaba hacia una guerra contra su enemigo indomable con su líder al frente, el ex curandero Hefisto, a paso veloz hacia la amenaza inminente, subiendo a la colina, atravesando el umbral de la jungla llena de peligros y temores hacia lo más profundo del monte, hacia las tinieblas de la noche, donde yacían los monstruos de la perdición, cortando hierbas para pasar en un camino selvático de gran aspereza pero no se habían percatado que las hierbas, arbustos y matorrales así como insectos desprendían un extraño olor que ellos aspiraban sin darse cuenta. Poco a poco fue cayendo la noche más oscura, la luna comenzó a cubrirse arropándose con sombras bajo un lúgubre manto. Ocultándose en la penumbra de un eclipse que le dejaba el mando a las estrellas para que brillaran sobre la faz de la tierra y sean testigos de aquella inminente matanza. Parecían luciérnagas gigantes las antorchas de la muchedumbre.
Y al final, en un claro, cerca de la costa de la isla, debajo de una redonda y gran luna negra, yacía una choza.
La choza era de mediano tamaño aunque bien hecha, con un techo conformado de hojas de palma, no tenía ventanas y sólo parecía tener una puerta hecha de madera de los árboles de la selva así como paredes hechas del mismo material.
Desdemona y Calipso se habían quedado en el poblado ahora sin gente y Demetria dio paso firme para alcanzar al pueblo y ser parte del ejército de Hefisto. Pronto la choza de las brujas fue rodeada por más de una docena de personas sedientas de venganza para hacer uso de sus manos expertas al labrar su histeria en la carne de sus enemigas y su líder Hefisto comenzó con su grito de amenaza.
-¡Salgan ahora o quemaremos este maldito lugar con ustedes adentro!-.
La jerga de la horda de verdugos lo siguió con voces que cobraban la idiosincrasia del pueblo en el plano expresivo de su irascibilidad.
La hora de la verdad había llegado, la puerta de la choza comenzaba a abrirse y las armas
hogareñas a enfilarse, preparadas para empaparse de carmesí líquido. El crujir de aquella puerta hacía sentir un gran temor en el recinto suspensivo debajo de la luna negra.
La silueta mítica de ese ser empezaba a emerger, unos dedos inhibidores de mujer salían de su capullo tocando suavemente la madera vieja de la puerta, abriéndola más y más para dar paso a
una faz increíble de desbordante belleza oscura e inocente suavidad, el pie derecho salía de su escondite como una invitación perturbadora de placeres mortales, su tobillo, rodilla, hasta avanzar en la escultura viva de su cadera de piel oscura, y cada parte de su anatomía fuera de este mundo eran partes de una anatomía de sirena que tentaban a los hombres a besarlas y caer en el sueño eterno de la muerte y salían de aquel lugar asomándose y mostrándose ante todos. Todos los miembros de los observadores se volvían rígidos.
Era una de las sirenas sin cola, era una de las obsesiones masculinas, era una de las razones de histeria femenina, era Mextli con cuerpo y rostro de ángel, de faz extremadamente bella e inocente que dejaba a los hombres nuevamente hipnotizados y con intenciones seguras de no atacar y entregarles todo su podrido amor y todo lo que ellas les pidieran. El ejército hilarante de venganza señorial se había convertido en un grupo de idólatras idiotas y los celos de las muertas en vida quedaban enmudecidos detrás de los amos esclavizados del recinto tétrico.
Y alternándose se reflejaba en su tez la locura y el terror, taciturnas y rígidas. El miedo les habían vertido.
Y ahí mismo en el territorio fúnebre algo inesperado ocurría. La meta de aquel líder pagano se había presentado en forma de una anatomía insidiosa y cruzarla tal vez significaría la salvación de su nieta, la mirada de hermosos ojos verdes esmeralda de la bruja disfrazada se fijaba en las pupilas tétricas de Hefisto, llevaba la selva en sus ojos, transmitía su ardiente frialdad sin piedad.
El extraño y avasallador poder de sus órganos de la vista y de la membrana mágica y oscura que cubría al verdadero y siniestro ser tenía un efecto embriagador que encendía el deseo lascivo de las mórbidas miradas y convertía a los hombres en sus marionetas con tan sólo decir una palabra, una orden por la carne sobrenatural del monstruo. De repente, comenzaron a llenarse de vacío, los ojos de la bruja habían cambiado, abandonando su frío y hermoso color esmeralda para adoptar los ojos infernales de un monstruo. Un eclipse demencial en su mirada. Ahora eran negros como el color del ónix, ahora llevaba la noche más oscura en sus ojos. Aquel color oscuro había abarcado completamente su órgano visual, sus pupilas, iris, escleróticas, todo ahora era una hipnotizante y profunda oscuridad, como la noche más oscura, lleno de vacío y muerte. Ver sus ojos de obsidiana, era arrojarse al vórtice de un gran agujero oscuro supermasivo.
Los oídos de deseosos de pasión de los hombres y de los fantasmas celosos de las mujeres escucharon en el silencio de la noche, una voz hipnótica de dulzura que salía desde la garganta de dicho monstruo hasta los labios de este falso ángel que había hecho que la mirada castigadora de un amnésico sea la mirada de un condenado merecedor.
- Ya es tarde, la criatura ha sido utilizada, sólo queda la cáscara carnal debajo de este recinto, su jugo de vida me satisfizo demasiado, soy a la que vinieron a dar muerte por el alma de sus hijas, mi nombre ustedes ya lo conocen pero tanto mi nombre como la niña que yo era antes y que ustedes se complacían en apedrear y ver arder en fuego ha quedado en el pasado, de ahora en adelante me llamarán Cerci la diosa de su poblado y de Isla de la Orquídea Negra, a mi hermana Medeia también la alabarán, y como primera orden algo sencillo les pediré, traigan a la maldita criatura que se escapó, Medeia ansía su rojo elixir, aún tiene hambre y yace débil adentro, vallan y tráiganme a todos los bebés, vallan a las costas y rapten a todas las niñas, Medeia y yo abasteceremos nuestro alimento por mucho tiempo, ¡vallan malditos vallan! vallan y serán recompensados por lo que más anhelan de nosotras, pero doce de ustedes se quedarán como testigos para presenciar la inminente muerte que le daré a su amado líder Hefisto -.
La meta nunca existió y la guerra había desaparecido, el enemigo era astuto, su venganza era más fuerte y su carne oscura no fue labrada por la gente del pueblo. Las marionetas obedecieron la orden, corrían por las veredas, por la selva como animales salvajes hacía el pueblo por caminos escabrosos, fue una suerte que no se encontraran con Demetria quien ocultándose entre los arbustos estaba al ras de ellos pensando que corrían huyendo del monstruo y que si la veían la podían obligar a regresar. Habían llegado ya las marionetas al pueblo decididos a traer el mandato de Cerci, Calipso había despertado del desmayo que había tenido y acechaba por los agujeros de las tablas que tenía la ventana de la vivienda y Desdemona entablaba con martillo y clavos viejos y oxidados todos los rincones de su hogar -¡Ahí esta!- Desdemona escuchó ese grito amenazante que provenía de la colina. Corrían a toda prisa a llevarse a Calipso, como una estampida de animales, con armas en manos, sometidos por la lujuria. Demetria había llegado cerca de la choza de las brujas y caminaba ocultándose detrás de las mujeres perturbadas, presas del pánico y la locura, se arrastraba con sigilo entre los arbustos y Desdemona en el pueblo tomaba a su hija del brazo y corría con el martillo en la otra mano, cerraba y cubría la puerta de la vivienda con palos, sillas, costales y con el propio peso de su cuerpo, empujando la puerta para evitar que se llevaran a su hija. Los sometidos corrían en una carrera egoísta hacia la meta del acercamiento condicional, del deseo lujurioso de sus muy torcidas y depravadas mentes. Desdemona no tomaba la alternativa de rendirse, luchaba contra los subyugados, aquellos mismos que habían acabado con el dominio sofocante de su antiguo gobernador, aquellos que ahora se encontraban rompiendo puertas y ventanas ajenas para llevarse a una niña inocente por la orden de una bruja insidiosa. Y pronto, los palos no tardaron en clavarse, los machetes a traspasar y los picos a agujerear y destruir cualquier pared que se interponía en su camino, las fisuras, las grietas se hacían enormes dejando pasar parte del cuerpo de los subyugados y Desdemona con el martillo en la mano golpeaba a todo aquel que comenzaba a entrar, luchaba contra el enemigo en una guerra donde ella era la única batalladora a su favor. Eran muchos, eran demasiados para una sola mujer, una sola madre que protegía a su hija con uñas y dientes, y pronto no tardaron en vencerla y capturar a la niña que gritaba llena de temor por ser separada de su madre. Demetria caminaba entre los fantasmas celosos y sometidos de mujeres hacia detrás de la choza, Hefisto permanecía inmóvil y la bella, oscura e inocente fisionomía de la bruja quedaba en un gesto de hipocresía. La mentira no sólo era practicada por los embusteros del poblado sino también por la astucia de Cerci, la gobernante de la noche, que obligó a los hombres a obedecer. Y clavándose todavía en las pupilas tétricas de su miserable víctima se encontraban encarados Cerci y Hefisto, mientras que la valentía de una mujer observaba a través de una hendidura de la choza, aunque era una abertura muy estrecha era suficiente como para que una pupila lograra ver una imagen y en la ranura, la penumbra abarcaba toda la estancia y Demetria, gracias a las antorchas que traían consigo algunos hombres desde el otro lado de la choza que ahora usaban sólo con el único propósito de usar su luz para poder observar y apreciar mejor a su diosa en la oscuridad de la noche, pudo ver algo que estaba cerca de la puerta, una silueta se reflejaba por la luz baja que entraba por la puerta pero luego parecían ser dos siluetas. Demetria no lograba distinguir bien lo que había adentro de la choza y de entre su ropa sacó un martillo ensangrentado, impresionada por lo que sus ojos estaban viendo volvió a cerrarlos fuertemente
para después abrirlos y ver mejor que lo que tenían sus manos era solo un engaño de su mente ya que no era un martillo ensangrentado lo que llevaba en la mano sino un cuchillo de cocina, el cuchillo que siempre llevaba consigo desde que comenzó a sentir miedo por Calipso. Ensartó lo más que pudo el cuchillo en la hendidura, raspando y cortando la madera vieja por los bordes, haciendo más ancho el agujero e inesperadamente el cuchillo le fue arrebatado como si el hueco, ahora un poco más grande, se lo hubiera tragado. Asomó lentamente todo su ojo por el agujero y la silueta o siluetas que estaban cerca de la puerta desaparecieron y sólo se lograba percibir un nauseabundo hedor de algo podrido, como de algo muerto hace varios días, haciéndose poco a poco más fuerte ante el olfato de Demetria, que no sólo sentía en los orificios de su nariz, lo sentía hasta en los poros de su cara y en sus oídos un sonido de respiración sofocante, no cabía duda, era el aliento de un horrible monstruo. La bestia mostró sus fauces de golpe a la vista de Demetria por el agujero como un endemoniado perro asesino al ras de su presa, gruñía con furia, con colmillos numerosos, como un juego de navajas bucales en cada encía y con hilos de abundante saliva repugnante y de inconcebible hedor.
Demetria quedó paralizada al ver tan tenebrosa imagen, de pronto, su cuchillo atravesó la madera con fuerza desde adentro, tan violentamente que casi corta su mejilla izquierda al perforar a su lado la madera, no obstante, eso la despetrificó y pudo ver a través del agujero aquel ojo negro que había visto Hefisto, la observaba, escudriñaba su ser como si observara su alma, como si pudiera observar todos sus secretos, y un deseo de lujuria quería irrumpir en su ser y doblegarla, pero su alma de mujer no cedía y ese deseo se fue convirtiendo en miedo y terror y Demetria se apartó aterrorizada de ahí. Los subyugados habían llegado ya con el encargo en su poder para entregárselo a Medeia, el ser que obtendría su poder como cada mes y medio. Hefisto era obsoleto pero no irrelevante, la antorcha de un subyugado fue arrebatado y arrojado sobre el techo de la choza por Demetria. La maldad de Hefisto renació por un instante y sus ojos mostraban esa fría maldad, el tono verde oscuro también había abandonado sus ojos y habían adoptado el color del jaspe como inyectados con sangre, unos ojos rojos que habían observado que en la hermosa frente de Cerci había una extraña marca semejante a una
media luna cuarto menguante de color negro.
-¿Crees que sea buena idea quemar este lugar? ¿En verdad piensas que el alma de Dasha ha dejado este mundo? ¿Confías realmente en lo que he dicho? ¿Acaso has visto su cadáver con tus propios ojos? Y si fuera así ¿En verdad piensas esparcir sus cenizas en este recinto que ustedes mismos lo llaman maldito? Adelante, no te quedes con la duda, te daré la oportunidad de que acabes conmigo y descubras la verdad por ti mismo, antes de que esa pequeña llama que ustedes lanzaron primero consuma todo este lugar-. Dijo Cerci con elegancia y aires de grandeza y con una expresión de suma confianza.
Hefisto tomó una bocanada de humo que luego exhaló por la nariz y boca produciendo estelas de humo para luego tomar el puro entre sus dedos.
-¡Apártate de aquí y ve a proteger a tu sobrina ya has hecho suficiente en este lugar Demetria!-.
-¡Pero...
-¡¿Qué no oíste?! ¡No estorbes! Y tú abominación, no sé qué clase de estirpe o especie oscura seas.
Ángel y milagro eres para ellos; demonio y maldición eres para mí. No he venido a probar tus besos que sólo saben a muerte y enguñen sólo a los débiles que ansían beber de tu lengua, cual gusanos a la carroña. Que anhelan entregar sus almas por unas gotas de ácida compañía de quien sólo ansía beber la savia de sus venas.
No he venido a recorrer tu impío cuerpo que entregaste a la noche y a los demonios que lo habitan.
¿Crees que lograrás someterme al igual que a ellos? ¿Acaso no te has dado cuenta ya de mi poder? Mi voluntad y venganza son inmensamente más grandes que tu odio y deseo de destruirme, tal vez no tengas miedo porque crees que ningún arma puede dañarte pero te equivocas, ahora mismo te probaré que existe una que puede dañar a cualquiera quien se quiebre por la sed de sangre. En mi funda llevó un arma; Akrabuamelu, la espada de ocho ojos del dios escorpión, esta arma posee ocho gemas en forma de ojos y cada una tiene una habilidad, cuando una habilidad es usada un ojo se cierra y no vuelve abrirse, así como no puede ser usada la misma habilidad hasta cierto tiempo ¿crees poder sobrevivir a sus ocho habilidades? Sin embargo, contigo un corte es más que suficiente, sólo basta cortar tu cabeza para acabar contigo, pero te propongo algo, si me obligas a usar las ocho habilidades habrás ganado, sin embargo, es seguro que no llegarás ni a la mitad.
Los gusanos besaran tus labios en tu tumba. Y probarán la sangre entre tus dientes, que son los verdaderos besos de un demonio-. Se jactaba Hefisto declarándose como futuro ganador de la batalla.
-No me subestimes curandero, al subestimarme estas cavando tu propia tumba-.
Demetria no entendía por qué Hefisto se había molestado tanto cuando ella aventó la antorcha,
¿acaso aún creía Hefisto que podía salvar a su nieta? Se preguntaba ella misma, aquel era el momento oportuno para acabar aunque sea con la vida de una de ellas. Medeia yacía débil oculta dentro de la choza y esta era la única oportunidad para acabar con ella pero Hefisto se lo había impedido. Sin embargo, no podía ir a proteger a su sobrina como él le había ordenado, sabía que primero debía matar a las brujas para que todo esto terminase de una vez y para siempre, así que tomó distancia para observar detrás de los árboles por si en caso de que Hefisto necesitase de su ayuda.
Entonces se desató la batalla, una batalla tan extraordinaria y sobrenatural, tan fuera de este mundo que sólo quedaría registrado en la memoria de aquella mujer llamada Demetria. Una batalla que quedaría en el olvido como se esfuma el humo después de la tormenta. Una batalla que pareció no dejar huella en la realidad.
Pasó un tiempo en el que no se supo nada y sólo las criaturas de la noche fueron testigos de aquél insólito suceso.