Habían transcurrido ya quince años desde aquella aciaga batalla que culminó en la devastación del pueblo. Los materiales de un ritual estaban casi listos sobre la mesa. Aquel ritual se había vuelto una costumbre monótona pero que debía efectuarse obligatoriamente cada cierto tiempo. Pero los setenta y dos años y el descuido habitual de un cuerpo deteriorado por el humo del tabaco lo detendrían a medio camino de tomar la pieza faltante. Hefisto caminaba hacia la habitación pequeña la que era de su nieta, cuando a unos pasos de llegar, sintió en su corazón el punzante dolor de mil dagas que le hicieron apretar su pecho con la mano derecha, y con el brazo izquierdo extendido en dirección a la habitación, masculló extrañas palabras a modo de conjuro; sus párpados cansados se cerraron como flores marchitas, el latido de su corazón se detuvo y cayó muerto al fin. El infarto que sufrió Hefisto lo mandó directo al otro mundo sin dar tiempo a nada. Se fue sin el perdón de su hija Pandora que después de proferir imprecaciones, maldiciendo a su padre con fervor deseándole la muerte, abandonó la isla para nunca más volver. La cremación se declaró como petición de Hefisto en su testamento.
Desdemona, una mujer de cuarenta y cinco años y su hermana Demetria, pasaron todo el día y la noche en luto sobre un sepulcro apartado del pueblo. Calipso, una joven y bella mujer quien descubrió el frío cadáver de Hefisto, se había ido desde la tarde. Y envueltas en la niebla, alumbradas bajo la luna llena, en el frío de la intemperie, en un suelo de tierra árida, yacían dormidas las dos hermanas. Habían velado el cuerpo de Hefisto protegiéndolo de las garras y picos de los pájaros de carroña que sobrevolaban el lugar de la incineración cual rapaces buitres. Su perecedero cuerpo había tardado más de lo esperado en reducirse a cenizas. Avivaban el fuego una y otra vez durante 24 horas seguidas. Era como si tuviese alguna especie de inmunidad al fuego de donde ascendía una especie de humo negro con la forma de una bestia amorfa. Formándose desde una cola y en el ascenso se delineaba una figura con ocho patas terminando en apéndices humeantes en forma de pinzas de escorpión y con la cabeza de un chacal con las fauces abiertas. El corazón de Hefisto fue lo último que se desintegró en polvo en medio de la leña.
La luz candente del sol empezaba a calentar la tierra. Sus rayos comenzaban a lacerar la piel añosa de las hermanas despertándolas de su letargo. Las cenizas de Hefisto fueron guardadas en una urna de madera que él mismo había fabricado mucho tiempo antes de parecer enfermo.
Según el testamento de Hefisto, debían cumplir con la tarea de llevarle las cenizas a su hija.
Fue al día siguiente que partieron. Demetria y Calipso abordaron una barca abandonada, y salieron de la isla rumbo al puerto de San José. Habían dejado en la vivienda a Desdemona, Calipso había insistido que había que dejarla descansar.
Las isleñas desembarcaron en la costa de la región y amarraron la barca junto a un muelle. Y con sandalias de paja, pisando la tierra oscura de arena volcánica del puerto de San José, emprendieron el camino. Nunca antes habían salido de la isla. Contaban en regresar pronto en cuanto encontrasen a Pandora. Se encontraban caminando con apariencia humilde entre calles, plazas y parques preguntando a los transeúntes la dirección indicada en el testamento que sin prestarles atención se alejaban de ellas. Escuchaban el estridente sonido emitidos por varios autos y transportes públicos de la ciudad cuando un alma caritativa les indicó el lugar. La dirección las llevó a una casa de ladrillos de dos pisos algo maltratada. La vieja y cansada mano de Demetria tocó el oxidado portón y una anciana acudió enseguida.
- ¿Qué se les ofrece? - interrogó la anciana.
- Venimos de parte de Hefisto - contestó Demetria.
- ¿Hefisto? ¿Qué clase de nombre es ese? ¿Acaso es una broma? No conozco a nadie con ese ridículo nombre, y si me disculpa, tengo cosas que hacer - interrumpió la anciana con suma indiferencia.
- ¡Espere! ¿Conoce a Pandora? - preguntó Calipso.
- Ella ya no vive aquí. Es cierto que ella y su hermano rentaban en este lugar pero eso fue hace años. Recuerdo que un día llegó furiosa y se llevó a su hermano y sin dar explicaciones se fue para no volver jamás.
- ¿Y no sabe a dónde fue? - preguntó Calipso agobiada y la anciana negó sacudiendo la cabeza. La conversación terminó y las fuereñas se retiraron angustiadas y desilusionadas.
Se encontraban rondando en las calles del centro de la región. Empezaba a oscurecer y el viento del crepúsculo soplaba de infortunio sus rostros cansados. Y sin poder pagar hospedaje acabaron en una cama áspera, fría y dura de concreto en un parque de la región. Al día siguiente decidieron emprender la búsqueda las dos por separado. Dos horas más tarde se reunieron de nuevo en el parque. Habían fracasado.
Calipso le sugirió a Demetria quedarse y conseguir un empleo en la región para que su madre y tía descansaran en casa, además que la isla hace tiempo que había dejado de dar vida, todas las plantas y árboles poco a poco iban perdiendo la lozanía, frescura y verdor de sus hojas y comenzaban a secarse hasta marchitarse por completo convirtiéndose la isla en una tierra estéril, y los peces cercanos a la isla les pasaba lo mismo y se veían sus cadáveres flotar en el agua como si el mar estuviese envenenado. Sin embargo, Demetria se negó rotundamente.
La idea de Calipso en realidad era conseguir un trabajo estable para poder mantener a su familia. Volvieron a separarse para intentar buscarla una última vez y Calipso aprovechó la oportunidad para tocar en casas y negocios con la intención de conseguir un empleo y antes de marcharse con un rotundo "no hay trabajo" solicitaba información de Pandora. Calipso era rechazada en cada lugar por diferentes razones. Sólo un lugar quiso contratarla y casi pega un grito de júbilo imaginándose por fin llevándoles comida a la mesa a su familia, pero pronto su fantasía se precipitó haciéndose añicos al enterarse que se trataba de un trabajo de prostitución, al ver hombres junto con mujeres de distintas edades con poca ropa y sentadas en posiciones provocativas al entrar en el oscuro sitio. Un hombre ebrio, con sobrepeso y con una lujuriosa y grotesca mirada, se abalanzó sobre ella queriendo abusar de su cuerpo, rasgándole la ropa en el acto. Calipso le propinó un fuerte rodillazo en la entrepierna y salió corriendo de ahí asustada y desilusionada. Con lágrimas en sus ojos de miel, una profunda rabia en su corazón y con el ánimo por los suelos corrió sin rumbo fijo hasta llegar con el atuendo roto cerca de la playa. Era preferible no buscar más e irse ya, pero aún así faltaba por intentar una última cosa. Caminaba por el asfalto en una calle cercana al mar. Remembranzas gratas de su niñez embriagaron su mente y la apartaron de la cruda realidad en una cortina protectora.
Demetria venía del trabajo diario para descansar un poco en su vivienda donde vivía con su pequeña sobrina y con su hermana. Con ropas sucias de campo, caminando con las suelas de las botas llenas de tierra, cargando costales muy pesados en los hombros. Al llegar dejó los costales en el suelo y comenzó a tocar a la puerta.
- ¿Mamá eres tú?- preguntó la voz de una niña.
- ¡No! ¡soy Demetria! ¡Abre la puerta Calipso!-. Al abrir la puerta se encontraba adentro una pequeña niña de siete años, de tez clara, de tierna ingenuidad en su rostro puro e inocente. La pequeña se dirigió a seguir jugando con sus muñecas de trapo, sentándose en el sucio suelo de la vivienda.
- ¡Calipso! ¿Y Desdemona dónde está?
- ¿otra vez con ese juego? ya sabes, se fue con el curandero
- ¿y te dejó aquí sola?
-me dijiste que... ¡Ay! qué difícil es este juego, mi mamá me dijo que no le abriera a nadie tía.
- ¿De qué juego hablas? ven vamos a buscarla-. Sujetó a la niña del brazo y se dirigió rápidamente a la vivienda del curandero que se encontraba muy cerca de la suya. Demetria escuchaba un sonido estrepitoso de súplica en el camino, era el llanto de aquella mujer que pedía por su hija. La puerta no tardó en abrirse, y de rodillas en el suelo, rogando con suma desesperación, vio a su hermana llorando mientras un escorpión negro caminaba cerca de ella. El escorpión fué aplastado por los pies de Demetria por temor a que su hermana sea picada. -¡Desdemona!-. Gritó Demetria. - ¡levántate mujer!, Calipso ve con Dasha a su cuarto.
- ¡Demetria! ¿Qué haces aquí?
- ¡no!¿tú que haces aquí?¡el curandero ya se retiró!. ¡No lo molestes más pidiendo por la seguridad de tu hija, si cuando llego y no estás, la niña enseguida me abre la puerta!. ¡Primero dale seguridad a tu hija antes de pedírsela a alguien más! -.
Hefisto y todo el pueblo sabían de una verdad que desconocían Demetria y Desdemona, y esa verdad permanecía oculta para ellas porque Hefisto había dado la orden de que se mantuviera en secreto por petición de su difunta esposa Ana. Y se le había dicho a Calipso que era un juego que su madre había inventado y que por su bien le siguiera el juego o si no su madre se pondría muy triste y ya no la querría jamás. Calipso por su ingenuidad infantil se convenció de ello y desde ese momento comenzó a jugar todos los días a todas horas con su madre para que ella nunca la dejara de querer.
- ¡Hola Dasha! ¿Qué haces? ¡Qué sonido más bonito!
- Es la cajita de música que mi mamá me obsequió cuando cumplí cinco años, ¿te gusta? es la melodía de una madre cuando arrulla a su bebé.
- Es algo triste ¿no lo crees?
- Sí, tienes mucha razón. Es triste pero me hace recordar a mi mamá.
- Sí, es triste pero también es muy linda, así como la pequeña bailarina que me recuerda a un hada, ¿te gustan las hadas Dasha?
- Me fascinan, mi mamá me contó una vez que son bellas mujercitas que caben en mi mano y que tienen hermosas alas de mariposa y que además pueden cumplirte un deseo.
- ¿Si vieras una qué deseo le pedirías?
- Estar con mi mamá ¿y tú?
- Que seamos amigas por siempre-.
Inmersa y taciturna ensimismada aún en preciadas y melancólicas reminiscencias, que la protegían de una crisis emocional, Calipso guardaba un tenso silencio mientras veía jugar a una pequeña niña con una pelota azul. Le hacía recordar a Dasha y el feliz sueño de la maternidad. Una hija, daría todo por ella, haría lo mismo que su madre hacía por ella. Sentía una fuerte admiración hacia su madre aún cuando estuviera enferma. Y a lo lejos veía una feliz pareja de enamorados tomados de las manos. El trauma de su vida pasada le impedía ser feliz, despojándola de una vida plena. Y sólo un final incierto, oscuro y desolado la esperaba. Era una extraña niña con un vestidito blanco impoluto, diadema negra, con guantes y mangas de color piel en sus brazos y manos, pantimedias en sus piernas, y una máscara del mismo color ocultando su cabello y las expresiones infantiles de su rostro, jugando a un par de metros de ella, jugando a botar la pelota que por un descuido se le escapó rodando en medio de la calle.
Mientras tanto, a unos kilómetros de distancia un joven muchacho, bajo el característico aspecto de un maleante, había comenzado a correr después de arrebatarle a Demetria la caja con las cenizas de Hefisto. La extraña niña corrió por su pelota sin percatarse que desde lejos se aproximaba a toda prisa un auto negro. Parecía que aquella persona que conducía tras el volante aceleraba con la única y perversa intención de embarrar el parachoques del auto con vísceras infantiles. Demetria corría tras el asaltante que se había dado a la fuga.
Y tras pocos segundos, el auto impactó sin detenerse contra una pelota que hizo volar por los aires. Y a lo lejos, el rechinar de las llantas de un vehículo grande, al intentar frenar de golpe resonó por toda la avenida. Todo había sucedido tan deprisa, en unos instantes se había derramado sangre y se había perdido una joven vida.
En la acera, a un lado de la carretera, yacía una pelota desinflada y en el suelo una joven mujer con una niña entre sus brazos. La mujer había rescatado a la niña de una muerte segura. El coche desapareció tan rápido como había aparecido. Demetria había parado de correr tras el ladrón por haberle alcanzado primero la muerte, el muchacho había muerto al quedar bajo las llantas de un pesado autobús. La urna yacía intacta tirada en el asfalto empapada con la sangre del asaltante, y fue recuperada por Demetria segundos después.
Enseguida llegó una mujer de no más de treinta años, tomó el brazo enmallado de la menor y la jaló tan bruscamente como si quisiera arrancárselo.
- ¡Escuincla idiota! ¡Te has roto el vestido! -. Espetó la mujer muy enfurecida. Miró a Calipso de pies a cabeza de modo petulante como si la isleña fuese una repugnante basura tirada en medio de la calle, envenenando a la pobre Calipso con su fría mirada y luego se alejó con la niña.
- ¿Qué hacías con esa gentuza? Puede tener gérmenes. Y nada de esto a tu padre, ya te he dicho un millón de veces que cuando esté con mi novio te portes bien -. Se le oía decir a la mujer mientras se alejaba cada vez más junto a la niña y aquel enamorado suyo.
Regresó Calipso al parque cansada, hambrienta, triste y con raspones en las rodillas, ahí le esperaba Demetria; y después de relatarle lo que aconteció con la niña, y que ese era el motivo de haber roto sus prendas ocultándole el hecho de que casi fue abusada, regresaron a la costa con la intención de volver a su hogar. Demetria después de oír el relato de Calipso le sorprendió pues también le había pasado algo similar y decidió callarlo pues no quería aturdirla más.
Ambas se llevaban un horrible recuerdo que intentarían arrancar de su memoria una vez llegasen a la isla.
Encaminándose hacia la balsa que habían dejado atada al muelle una voz infantil se oyó de repente. Enseguida, detrás de los pies de un extraño, que para los ojos de Calipso era demasiado apuesto, igual que una versión joven de Hefisto, se asomó la misma niña que había salvado.
-Disculpe, es para mí una suerte encontrarla. Mi sobrina me confesó después de ver su vestido roto que usted la salvó de ser atropellada, aunque no he venido precisamente a agradecerle. Vera, el motivo de mi presencia y el que haya dado con usted, es que Eleni tomó el anillo de mi esposa el cual extravió en algún lugar que ella asegura fue en aquel momento en que usted ya sabe, pero desafortunadamente no logramos encontrar la joya la cual tiene un valor sentimental para mi esposa, aunque para serle sincero creo que he encontrado una joya aún más valiosa-. Dijo el sofisticado y joven hombre con un tono seductor en su gruesa voz mientras observaba con detenimiento la singular y atezada belleza que irradiaba la joven.
-No me mal entienda, como usted sabrá, después de lo ocurrido tuve que despedir a la mujer que cuidaba a Eleni inmediatamente, y por el momento me he quedado sin niñera. Por eso me atrevo a proponerle trabajar para mí y cuidar a mi sobrina, ¿quién más podría cuidarla sino usted?-. Sonrió el padre de Eleni que no dejaba de tener ese deje de sensualidad en su tono de voz.
- Acepto-. Dijo Calipso sin previo aviso.
- ¿Disculpe que acaba de decir?
- Que acepto el trabajo señor...
- Héctor, Señor Héctor Kedward ¿y tú?
- ¿Tú eres el hermano de Pandora?-. Preguntó Calipso anonadada.
- Sí, pero ¿quién es usted?
Demetria no quería que Calipso se quedara, pero después de pensarlo mejor, supo que aquello prometía una vida mucho mejor para Calipso y para Desdemona al poder subsistir con el trabajo de su sobrina. Se despidió de Calipso con un abrazo tan fuerte que parecía no querer desprender nunca su calidez maternal, pero tenía que hacerlo y regresar por Desdemona y como la vez primera que se despidió de Calipso cuando era tan sólo una niña, los recuerdos de aquella despedida, que anticipaba un trágico y nefasto momento, invadieron por un instante su perturbada mente al dejarle la urna y al abordar aquel viejo bote para remar de vuelta a casa donde una terrible noticia aguardaba por ella. Las lágrimas que fueron derramadas en muchas ocasiones y que se creían haberse extinguido en los secarrales ojos de Demetria, serían extraídas nuevamente. Tantas heridas y cicatrices se abrirían nuevamente al regresar a la isla. Demetria ocultaría aquel trágico suceso a Calipso. Demetria no sería capaz de decirle a Calipso que su madre había muerto. El entierro sería al día siguiente en el pequeño jardín detrás de la vivienda de Demetria en un funeral donde sólo asistiría una persona. Demetria derramaría incesantemente una vez más sus lágrimas en completa y escalofriante soledad donde se incorporaba sin remisión posible a la fúnebre desolación de su alma.
Calipso viajó a Santiago Atitlán para conocer la residencia y a los residentes de la familia Kedward, la distinguida esposa de Héctor, Melanie, una mujer rubia y sofisticada, quien hacia terapia de jardinería con sus plantas de ricino, adelfas y laureles junto a un hermoso bebé de un año de nombre Gabriel que se mecía sobre una sillita mecedora, y a su simpática hija de 14 años Alysa, quien era una versión castaña de Pandora y quien jugaba con un enorme perro de color blanco, un dogo guatemalteco.
Y después de contarle con más detalle y profundidad sus intereses para con su hermana Pandora en su elegante despacho, Héctor rechazó la posesión de la urna con las cenizas de su padre pero no rechazó en ayudar a Calipso por haber salvado a su sobrina y le entregó un adelanto de su sueldo y la dirección de su hermana haciéndole prometer que después regresaría a cuidar de Eleni. Calipso agradecida y lista para irse, estrechó la mano de Héctor quien de inmediato la apartó al agarrar un libro junto a su computadora para aplastar furiosamente con él un insecto que parecía un grillo gordo que había saltado a su escritorio.
-Que tengas buena suerte- comentó Héctor despidiéndose con una cordial sonrisa.
Después de dejar Cerro de oro. Calipso se embarcaba hacia la zona residencial más prestigiosa del lago Atitlán. Ubicada en Santa Fe. Rumbo a un pequeño complejo de casas residenciales. Con una piscina rodeada de extensos y hermosos jardines privados, exquisitamente cuidados. Los amplios y majestuosos jardines circundaban la orilla del lago con árboles llenos frutas y flores. El entorno era muy tranquilo y aislado.
Una casa Maravillosa de madera, en forma de Octágono era la residencia de Pandora. Calipso tocó el timbre y en el umbral apareció una bella y delgada mujer de 34 años, de tez clara, cabello y ojos negros.
- Si busca un cuarto ya no hay lu... ¿Por qué tiene el vestido roto? ¿Se encuentra bien?
- Disculpe ¿Es usted Pandora, hija de Hefisto?
Con tristeza y gran odio que emanaban de sus ojos y con un tono de voz que infundía rencor y exasperación dijo - Sí, soy yo ¿ha que has venido? -. Calipso por fin había encontrado lo que hace algunas horas había perdido la esperanza de encontrar. Aún así tenía en su poder un extraño artilugio que le había heredado Hefisto para usarlo en caso extremo y sólo como último recurso como brújula para localizar a Pandora, aunque de usarlo, había una advertencia de peligro inminente y hubiera preferido dejar a Demetria segura en la isla antes de emprender la búsqueda con aquel extraño objeto. De inmediato, le contó a Pandora quién era y por qué había venido.
- Bien. Se puede retirar.
- Pero...
- ¿Acaso no me oyó? ¡Váyase! ¡O llamo a la policía! ¡No quiero tener nada que ver con ese hombre y mucho menos tener sus asquerosas cenizas en mi casa! -. Espetó Pandora alejándose de la puerta de ciprés. Calipso detuvo la puerta con su mano y replicó - Pandora, Dasha te amó a ti como a su difunto abuelo y hubiese querido que lo perdones. Que no sigas aferrada a ese odio que te carcome por dentro y que no te deja ser completamente feliz. Acaba ya con todo esto, acaba ya con el recuerdo de la muerte de Dasha. Perdona a tu padre por ese amor que le tenías a tu hija. Dasha si estuviera viva no sería como tú. No la decepciones y déjala descansar en paz. Haz feliz el alma de tu hija y se feliz, antes de que sea demasiado tarde y nunca más vuelvas a reencontrarte con ella porque el rencor te llevará lejos de ella a un lugar asegurado para ti en el infierno -. Replicó Calipso en un intento fallido por disuadir a Pandora, a quien jamás le habían dicho por nadie algo semejante. Pero era seguro que no perdonaría tan fácilmente el sufrimiento que la torturó durante años.
- ¿Terminaste? mira incivilizada, Hefisto no merece perdón. Por su culpa mi vida se había convertido ya en un infierno personal. Él me hizo cosas que nunca lograré erradicar de mi mente y que Dasha desconocía. Pero todo se sabe ahora ¿no?, si como dices, todo lo ve desde el más allá. Ahora sabrá la clase de escoria y excremento humano que fue su abuelo. Y que se pudra en el infierno si es que existe. Y si voy para allá, al menos tendré la dicha de verlo arder. Sin embargo, te agradezco el haber venido hasta aquí a darme esa buena noticia. Y no sólo eso. Te agradezco porque ahora podré ir a recuperar lo que dejé hace muchos años en aquella maldita vivienda -.
Calipso, desconcertada se apartó de la puerta. Y cabizbaja, abandonó el lugar, no sin antes enterrar la urna bajo los tulipanes del bello jardín de la residencia de Pandora.
Pandora dejó la gran ciudad de los antiguos pueblos indígenas en el lago Atitlán y se alejó de la vida que había hecho después de la muerte de su hija. Y con la luz mortecina del crepúsculo, se adentró al mar a bordo de una barca de renta con un navegante de oficio, zarpando de la tierra oscura y caliza del puerto de San José hacia la Isla de la Orquídea Negra. El navegante remaba impasible y temeroso, conocía rumores sobre una isla maldita. Pero Pandora se las apañó entregándole una buena suma de billetes. Desembarcaron al siniestro lugar.
Siempre un ambiente de extraño e incipiente terror perduraba en la isla desde hace quince años. El lugar donde se encontraba la choza de las brujas estaba cercado con una muralla de rocas donde se podía acceder desde una pequeña abertura. Había recorrido un camino escabroso y largo para llegar a la vivienda de Hefisto mientras el barquero esperaba por ella en la orilla rehusándose siquiera a pisar la isla.
Con los pies frente a la vieja puerta de madera, Pandora comenzó a abrir la puerta la cual detonó en un lúgubre y sepulcral crujido. Entró en la penumbra de su antiguo hogar, un ambiente pesado y gélido la envolvió enseguida. Sacó una pequeña linterna de su bolso y caminó iluminando tenuemente su camino hasta encontrar las velas en una mesa, encendió una a una con un encendedor que traía consigo, tomó una de las velas y anduvo con más claridad observando los frascos con extrañas sustancias en estantes de madera y cada oscuro rincón lleno de reminiscencias de una penumbrosa cueva con un demonio como padre. Pero ahora ya no era una niña y el demonio había abandonado esta tierra. No obstante, en cada poro de su piel se había apoderado una terrible tensión de muerte que crecía cada vez más al acercarse tras la puerta de la habitación de Dasha. Comenzó a empujar la puerta que estaba atascada presionando con fuerza. De pronto, una ráfaga de viento embravecido abrió la puerta de golpe que desató un escalofrío que la envolvió e hizo extinguir la llama de la vela. Pandora volvió a encender la vela y se dirigió hacia el armario aislado que se encontraba en la esquina de la habitación junto a la ventana cubierta por tablas de madera, algo realmente curioso dado que el viento que se había manifestado hace tan sólo unos instantes no pudo provenir de ningún lugar que no haya sido aquella ventana que restringía el paso de cualquier corriente de aire al estar protegida por viejas tablas de madera. Se reflejó su rostro maduro en el espejo opaco de una de las dos puertas del armario como si estuviesen empañadas de un aliento gélido. Fisuras de cristal atravesaban su reflejo y el reflejo de una sombra pasando velozmente detrás de ella. Pandora sintió una mirada sobrecogedora y aquella sombra que se había movido cerca de la entrada de la habitación había llamado su atención. Pensaba que tal vez la sugestión por pensar en demonios la había abrumado o tal vez era el escepticismo al negarse en creer que las prácticas ocultas de su padre habían causado algún efecto negativo en todo lo que la rodeaba. Caminó con cautela fuera de la habitación para averiguar que había sido aquello pero al no encontrar nada que no fuera un lúgubre vacío de una vivienda abandonada regresó a la habitación encontrando esta vez una de las puertas del armario abierta. Se acercó de nuevo al armario y lentamente asomó su cabeza en la oscuridad dentro del mueble alumbrándola con la trémula luz de la vela. El armario estaba vacío, sin ropas, excepto por telarañas y polvo enmohecido, miró del otro lado abriendo la otra puerta y observó cada rincón hasta percatarse de algo. Arriba del armario había un agujero de diez centímetros que le permitía divisar una caja de color rojo. Sacó de inmediato la cabeza y parada de puntillas intentó alcanzar la caja. De pronto, retiró su mano abruptamente, uno de sus dedos sangraba, algo la había picado. Pensó que había sido una astilla. Enseguida, comenzó a sentirse mareada. Pandora se sentía desfallecer y un sueño profundo terminó por consumirla y cayó al suelo inconsciente sumergida en la negrura total de la vivienda. Pasaban las horas y el barquero después de un largo tiempo de espera, cansado y nervioso, alerta a cualquier pequeño ruido que escuchaba salir de la oscuridad de la isla, al final terminó por marcharse y abandonar a Pandora. Demetria se encontraba ocupada a altas horas de la noche manchándose de tierra entre un sollozo llanto, temblando en un rictus de dolor, sintiendo que moría con el aquel ineludible desapego, cavando un profundo agujero para su hermana Desdemona.
El sonido de la mañana anunciada por el cantar de los pájaros despertó a Pandora de su amargo sueño, sólo un minúsculo rayo de sol permitía entrar la ventana sellada, había pasado la noche en el polvoriento y frío suelo de la vivienda. Junto a ella se hallaba el trozo de cera derretida. Pandora se reincorporó de inmediato y fue en busca de una silla a la cual posteriormente se subió para asomar su cabeza por arriba del armario. Agujas atravesando una caja desde el interior y por fuera fue lo que la había pinchado. Tomó la caja con mucho cuidado y bajó con ella de la silla para ponerla en el asiento, retiró las agujas una por una, y al final retiró la tapa. Un odio y repulsión visceral la estremeció al hallar adentro de la caja el obsequio que le había dado a Dasha convertido en un porta-agujas. El dolor la enajenó. Consumida por una rigurosa rabia, lanzó la silla contra el armario destruyendo los espejos de las puertas en mil pedazos y de rodillas aún con el rostro enrojecido de cólera estalló en llanto mientras abrazaba fuertemente a ambas muñecas contra su pecho en una ardiente mezcla de sentimientos; amor, tristeza y odio descomunal. Importándole poco el dolor y sangrado que le había producido las agujas de las muñecas al clavarlas contra su pecho ya que el dolor que sentía en su interior era aún más grande. No había una fibra en todo su cuerpo tembloroso que no gritase.
Con abundantes lágrimas en sus ojos veía la pequeña silla de ruedas recargada a la pared de la estancia y la soledad que impregnaba el espacio vacío de aquella silla de ruedas, donde antes emanaba la risa y la alegría de una niña, la salpicó contagiándola de un calcinante y devastador vacío que magullaba y hacía arder sin piedad su maternal alma. De pronto, un fuerte golpeteo la regresó en sí. Era Demetria quien llamaba a la puerta.
Pandora regresó con la caja de muñecas entre sus manos, en la barca de Demetria quien remaba y traía los ojos enrojecidos por permanecer despierta toda la noche. Aún no podía quitarse de sus pensamientos lo extraño que fue el momento que le siguió después de abrir la puerta y hallar a Demetria de pie con la mirada perdida. Había pensado que Demetria tras el fuerte ruido de cristales rompiéndose había llamado su atención y había hecho que tocase la puerta ya que no la había visto llegar, más sin embargo, lo que dijo Demetria después como si supiera que siempre estuvo ahí. -Ya está hecho, es hora de irnos-.
Pandora fue lo último que escuchó de esa mujer que se quedó callada durante todo el trayecto, ensimismada en una profunda depresión y que después de dejar a Pandora en el Puerto de San José regresó a la isla sin emitir ninguna palabra.
"Todo había terminado" pensaba Pandora, sin saber que lo peor estaba apenas por comenzar.