Zignum Meiga Entre las dos caras de la luna

Capítulo 11 Feliz cumpleaños

-¡Felicidades!- dijeron al unísono los padres de Eleni al entrar en su cuarto para despertarla.
-¡Gracias!- respondió Eleni aún adormecida y se abrazó a ellos.
Todo era un sueño.
-Esta tarde será tu fiesta de cumpleaños, espero que te guste, ya que este año será algo diferente al resto de... Eleni, ¿no habrás vuelto a mojar las sábanas verdad? Descuida, no le diremos esto a tu tía Melanie. Será nuestro pequeño secreto- le dijo su tío Héctor, quien la había despertado y al que hace poco había comenzado a llamarle "papá".
-95, 96, 97, 98, 99, 100, ¡lista o no, allá voy! - exclamó Alysa al darse la vuelta y terminar de contar con el juvenil rostro oculto entre sus manos y la frente recargada a la pared junto a la escalera.
Eleni permanecía oculta en una pequeña casa de campaña en forma de carpa de circo. Había encontrado unas escaleras de caracol ocultas detrás de la chimenea al espiar a su tío Héctor cuando bajaba la trompa de la estatuilla del elefante de bronce. Las escaleras la llevaron hacia una inocente habitación infantil. Una lámpara en forma de nariz de payaso, situada en el centro del techo, iluminaba la majestuosidad que a los ojos de Eleni se cernía. Eleni asombrada, se sentía estar dentro de una carpa de circo por el decorado profuso de las paredes con globos de colores y animales salvajes, así como los estantes de peluches y juguetes que cautivaban en un llamado silencioso para ser jugados y abrazados por manos infantiles, asombrando los ojos de cualquier niño. En el suelo, en medio del lugar, yacía la pequeña carpa donde se escondería. Y pegado a la pared, el cuadro de un tétrico payaso llamó su atención. El cuadro era inmenso para los ojos de la pequeña, encogiendo rápidamente la efímera alegría que había creído sentir al entrar por primera vez a la habitación, como si se tratase de un monstruo gigante vestido de payaso que despertaba los más incómodos y fríos sentimientos de incomodidad a la niña, y ensombrecía cualquier gesto de felicidad oculto bajo su pequeña máscara. El payaso le sonreía y le saludaba con la mano abierta, oculta por un guante blanco, lista para desvelar unas garras, atacar y arrebatar su cuerpo en un santiamén hacia las profundidades del lienzo. La observaba como si supiera la mentira que había detrás de su pequeña máscara. Se dirigió al cuadro llamada por una inexplicable e hipnótica curiosidad, como si el payaso la llamara, como si también supiera un secreto que se hallaba escondido detrás de aquel rostro pintado tan grotescamente, con una sonrisa tan falsa que, lejos de divertir, aterrorizaba ocultando sus verdaderas intenciones. "¿Y si realmente no era malo? ¿Y si sólo se sentía solo en esta habitación porque todos lo creían un monstruo? ¿Y si sólo quería un amigo con quien jugar? Allí había una sonrisa falsa que daba miedo pero que en realidad ocultaba su pesar, pero las sonrisas falsas así como las máscaras con falsa alegría nunca llegarían a curar la verdadera tristeza" Pensaba Eleni, quien lentamente se dirigía hacia el cuadro del payaso. Eleni posó su pequeña mano en el cuadro, tocando la mano abierta del payaso como un gesto de saludo. A Eleni ya no le parecía tan atemorizante aquél payaso. Enseguida tomó un peluche de elefante y se ocultó dentro de la pequeña tienda de campaña esperando a ser encontrada, y sin darse cuenta pronto se quedó dormida.
Eleni, desde hacía unos meses, sólo pensaba en lo bien que se lo pasaría en la fiesta de cumpleaños que organizarían en el jardín de la residencia. Y era normal, porque sus tíos le organizaban una fiesta lúdica por todo lo alto. Vendrían payasos, malabaristas, e incluso pondrían juegos inflables y dos camas elásticas para que Eleni y los demás niños se lo pasaran en grande, dando saltos sin parar.
Eleni se sentía muy feliz, ya que ese día cumplía 7 años, y sus tíos, los Kedward, invitaron a todos las familias de sus amigos y vecinos para que compartieran con ella todo lo que tenían preparado para aquel día especial. En ese mismo día, a una hora antes de la fiesta, su prima Alysa, quien nunca jugaba con Eleni, por ser su día de cumpleaños, había accedido a jugar con ella a las escondidas como lo hacía en vida la madre de Eleni.
Eleni se sentía muy feliz, pues desde hace mucho que nadie más le hablaba.
Justo debajo del cartel de Feliz cumpleaños, decorado con globos y serpentinas de colores, había una mesa enorme en la que había muchísima comida y bebida.
El pastel era hermoso, la piñata grande, ricas golosinas y muchas cosas más. Sólo faltaba algo, o mejor dicho alguien... Faltaba Eleni.
A la hora acordada empezaron a llegar los invitados.
Veían en los Kedward a la familia perfecta. Melanie, una sofisticada y magnánima mujer empresaria que manejaba dos hectáreas y media de viñedos en Cerro de Oro. Elaboraba vino con su propia marca e incluso distribuía, aprovechando las instalaciones de una bodega situada en su propia residencia alzada en los viñedos. La vinificación y el embotellado se realizaban completamente dentro de las instalaciones de la finca, y el viñedo se abastecía de agua con riego por manto procedente del lago Atitlán.
Sea por amor al vino o por ampliar los horizontes de sus negocios, los Kedward se aventuraron a invertir no sólo en su marca personal sino en adquirir las tierras para cultivar las uvas para la manufactura del producto fundando su propia marca de vino llamada "Kedward Vólkov".
La familia Kedward daba empleos a trabajadores guatemaltecos a cargo de la vendimia. El padre de Melanie heredó el negocio de la vinicultura, al morir, a sus amadas hijas, Melanie y Anzhela. Pero un terrible incendio acabó con la vida de Anzhela, quedando Melanie como única propietaria. No obstante, gracias al asesoramiento de un entendido en enología, Héctor Kedward, quien la ayudaría en el proceso de la bodega, ambos se embarcarían en la travesía de manejar la prestigiosa marca de vinos.
Una feliz y emprendedora pareja, dulce, afectuosa e idealista, con un gran corazón, que habían adoptado a su sobrina después de la muerte de sus padres en aquel horrible incendio que desfiguró el rostro de Eleni y la condenó a usar aquella máscara todo el tiempo, ocultando su piel quemada de miradas curiosas.
Ocultando aquellas mejillas que no ostentarían ya jamás lágrimas de alegría.
Después de que llegasen los invitados, pronto se dieron cuenta que Eleni no se encontraba por ninguna parte. Los Kedward estaban tan ocupados en preparar la fiesta y cubrir las apariencias que descuidaron lo más importante. Ni siquiera Alysa se había percatado de la desaparición de su prima, declarando no saber nada, y acusando a Calipso de haberla descuidado. Calipso había ido al baño sólo por un momento, sabiendo que Alysa cuidaba de Eleni, sin saber que por ese pequeño descuido sería reprendida por parte de Melanie, quien le aseguraba con un aire despectivo, que si algo le pasaba a su sobrina, Calipso sería la principal responsable. Héctor llamó enseguida a Eduard, el mayordomo de la familia, un hombre corpulento, de 27 años de edad aproximadamente, de origen ruso, de aspecto severo, con una enorme cicatriz del lado izquierdo de la cara con una línea roja ligeramente levantada atravesando desde la cola de su ceja hasta al pómulo.
Y entre todos comenzaron a buscar.
Había pasado una hora de búsqueda por parte de los Kedward y Calipso, quien había descubierto gracias a ese incidente, uno de los escondites secretos de la residencia, cuando vió a la señora Melanie cargando aún al pequeño Gabriel, salir por detrás del estante de libros pegado a un lado de la gran escalera. Calipso era la única persona además de la familia Kedward que tenía libre acceso a la casa para vigilar a las niñas, y que por ello además, tenía alojamiento bajo el mismo techo en una habitación situada en la primera planta. Proporcionándole también cierta información como la localización de las llaves de repuesto. Calipso sabía que no le caía bien a la señora Melanie y sabía que en cualquier momento, apenas tuviese algún error, la señora la echaría fuera de la casa. Afortunadamente la última palabra siempre la tenía Héctor. Conocía esa gélida mirada que siempre le brindaba su señora. Era la misma mirada de escarnio de aquella anterior niñera. Lo que no sabía era que Melanie actuaba así porque sentía celos y envidia de la salvaje belleza de la chica, al darse cuenta de la mirada lasciva que siempre tenía su esposo al observarla, y no era para menos. Calipso en realidad era una mujer que desbordaba belleza y sensualidad sin siquiera ella notarlo. Pero estaba por demás decir que a Calipso en realidad no le importaba su apariencia. En la Isla de la Orquídea Negra se habían extinguido las miradas masculinas que en multitud la hubiesen querido cortejar. Por eso mismo nunca se dio cuenta de que corría peligro al pisar el puerto de San José y que era cuestión de tiempo que un hombre quisiera sobrepasarse con ella. Tampoco llegó a sentir esa natural atracción hacia el género opuesto, ya que el único hombre del cual sentía algo, y eso era una gran admiración, era Hefisto, el cual veía en él al padre que nunca tuvo. Y aunque Héctor era un hombre muy atractivo, no era motivo suficiente para hacerla preocuparse en su aspecto físico. Los espejos nunca llegaron a reflejar la vanidad inexistente de su genuina belleza que, aún sin maquillaje, resaltaba reflejándose en las miradas de la gente que reconocían para bien o para mal su encanto femenino.
Eleni escuchaba aquél silbido en la oscuridad, taladrando su oídos con un terror inexplicable. Comenzaba siempre como el canto de un pequeño grillo perdido en su oído. Aquella misma pesadilla la había obligado a padecer de un terrible insomnio todas las noches, y cuando por fin cedía el paso al abrumador sueño, aquello también le hacía ceder el paso a las pesadillas y a la incontinencia, despertando entre sábanas húmedas donde ni la luz del amanecer cubría su pesar, al contrario, significaba el paso al sufrimiento diurno.
Aún con el avasallante sopor, aquél silbido la había obligado a levantarse para ir en la búsqueda y seguridad de algún miembro de su familia. Nada que no sean unos labios podía asemejarse siquiera a una réplica exacta de lo que era capaz la boca de hacer, que era un silbido casi inaudible. Era la melodía de una canción. El frío y la oscuridad la envolvían enturbiando su visión y despojándola hasta de algún fragmento del brillo plateado de la luna que se escondía tras las nubes negras que avecinaban una tormenta. Estiraba sus pequeñas manos para poder agarrase de las paredes, palpándolas, anhelando tocar algún interruptor, más sin embargo, parecían haber sido engullidos por la misma oscuridad. El silbido suspenso nunca silenciaba y tampoco aumentaba, aún cuando bajaba las escaleras en casi completa ceguera. Sin saber si se aproximaba o se alejaba más al origen del silbido o a la seguridad de sus tíos. Comenzaba a sentirse extraviada, cada vez más pesada e incómoda. El terror invadía cada vez más su mente infantil, hasta que sus pequeñas manos lograron tocar una ventana de cristal. La oscuridad había inundado todo allá afuera, sus dulces ojos no podían percibir nada. De pronto, las nubes negras desenmascararon el rostro de la luna, permitiendo iluminar por breves segundos con su luz plateada, el rostro enmascarado de Eleni, haciéndola reflejarse en el cristal de la ventana. El sueño se esfumó, espabilándose de inmediato con un susto casi mortal al notar la presencia de un rostro también reflejado en la ventana y que se encontraba situado por arriba de su cabeza. Al darse la vuelta para verlo cara a cara, comprendió que el silbido que escuchaba todo el tiempo y que se comparaba con el constante y rápido latir de su corazón, el cual parecía salirse de su pecho, provenía de los labios, si es que se podían llamar labios, de aquella cosa que había estado por encima de ella acompañándola todo este tiempo. Sus ojos escarlata derramaban en ella un descomunal miedo. Era el mismo monstruo que con sus sádicas manos le hundían las oscuras pesadillas. Aquél del que sentía el dolor que sus caricias entregaban sobre su piel todas las noches.
Aquél monstruo que la observaba con ojos sádicos inhumanos, no paraba de silbar aquella tétrica melodía como en un intento fallido por tranquilizarla antes de complacerse en lo que cualquier demonio haría con una desprotegida y pequeña niña a su alcance. Esperando saciar su apetito carnal. Queriendo explotar en ella en miles de perversiones. Sonriendo con una maligna satisfacción sabiendo de antemano qué es lo que lo va a satisfacer.
Y como si la luna también sintiese miedo, se cubrió detrás de un manto de nubes negras que la ocultaron, y con ella su luz, sumergiendo a Eleni de vuelta a la completa oscuridad de la residencia junto aquél siniestro y perturbador silbido tan cerca de ella que hasta podía percibir su frío y diabólico aliento.
-No abras los ojos- musitó la criatura.
Eleni despertó súbitamente en la cama de sus padres y encontró uno a cada lado de ella envueltos en llamas. Eleni despertó abruptamente en la realidad al sentir algo posarse sobre su cabeza, y salió corriendo a toda prisa con los ojos cerrados, pues tenía miedo de abrirlos, lo que provocó que chocara contra el cuadro del payaso y causara que la pintura se cayera de la pared y se abatiera sobre ella, produciendo un ruido estridente mezclado con un llanto infantil, seguido por la melodía de docenas de muñecas de porcelana que se hallaban ocultas detrás del cuadro del payaso. Cantaban al unísono una canción de cuna, potenciando en conjunto una estrepitosa melodía que lejos de ser dulce y arrulladora era totalmente terrorífica para Eleni, porque era la misma melodía que silbaba aquél monstruo de sus pesadillas, aquél que la visitaba todas las noches, aquél que ni el payaso del cuadro podía hacerle frente con tal aterradora apariencia. Héctor entró de inmediato a la habitación llamado por el coro musical de muñecas, y detrás de él Calipso, quien de inmediato quitó el cuadro encima de la niña quien aún se encontraba en un incontrolable llanto.
-¡Calipso saca a la niña de inmediato de este lugar, y esto también va para tí. Está totalmente prohibido el acceso a esta área de la casa. Sí esto llega a repetirse, siento advertirte que serás despedida inmediatamente-. Reprendió Héctor con gran enfado. De pronto, mientras Calipso abrazaba a la niña, un pequeño insecto semejante a un grillo saltó sobre la cabeza de Héctor, quien se lo sacudió al sentir apenas su pequeño peso, y enseguida, al caer al suelo, lo aplastó matándolo de un pisotón.
-Y Calipso, recuérdame llamar al control de plagas, tenemos un problema con grillos topo que se puede convertir en un asunto grave para los cultivos. Si llegan a tocar el viñedo, significaría la ruina para los negocios en Guatemala.
Eleni apareció por fin en la fiesta, y todos los invitados comenzaron a aplaudirle y a felicitarla.
Era de esperarse que todos se enterarían de la triste historia de Eleni, aquella niña con un disfraz azul de princesa, quien se encontraba apartada de los demás niños de gente privilegiada quienes le temían a su anónimo rostro. Pero Eleni le temía más a ellos, incluso a los demás niños, por ocultar sus verdaderos y soberbios rostros tras una máscara de honestidad, tras un disfraz de bondad.
Los regalos que llevaron para Eleni eran numerosos, sobre la mesa había hermosas cajas de colores brillantes con grandes lazos. Todos pidieron que Eleni abriera los obsequios y así lo hizo pero Eleni deseaba algo más. Eleni deseaba lo que había pedido al soplar las siete inofensivas velas de su pastel donde veía un fuego abrasador destruir su casa. Eleni deseaba poder abrazar a sus padres una vez más.
Eleni tomó el décimo noveno obsequio de la mesa, quitó el brillante moño color carmesí, desprendió la dorada envoltura y levantó la tapa de la caja abriéndola en un instante, metió sus pequeñas manos dentro de la caja y a continuación sacó un objeto cuyo tamaño se asemejaba al de un bebé de ocho meses.
Eleni también deseaba una muñeca que hablara, no una que llorara o que repitiera palabras, sino una que en verdad pudiera hablar, escuchar y guardar secretos, que pudiera responder para contarle todo lo que le ocurría, todo lo que ella sufría en secreto.
-Ojalá y te diviertas mucho con ella.
-Gracias tía-.
El recuerdo de Pandora, de la última vez que habló con su hija, la torturaba todas las noches. Despertaba en la cama de su habitación con los brazos vacíos, pero esta vez aquel doloroso recuerdo se manifestó con más fuerza dañándola aún más.
-¡Mami! ¡mami! ¡por fin llegaste! ¡te extrañé muchísimo!- exclamó la niña con júbilo mientras abrazaba a su madre y acariciaba su negro cabello entre sus pequeños dedos.
-Yo también te extrañé hija. Pequeña... ¿Por qué esta Calipso durmiendo en tu cama?- preguntó Pandora al ver a la otra niña recostada junto a su hija.
-No lo sé, ¡pero estoy contenta de tenerla aquí conmigo y ahora estoy más contenta de tenerte
aquí conmigo también! - dijo Dasha observando el preciado rostro de su madre.
-Hija, no podré quedarme mucho tiempo, tu abuelo está esperando a que me vaya. Tengo que
regresar por tu tío - excusó Pandora con evidente consternación.
-¡Pero mamá!, quédate un poco más conmigo, te extrañé tanto. No quiero que te vayas nunca - objetó Dasha con suma tristeza en sus ojos cristalinos de pequeño ángel.
-Debo hacerlo mi amor pero, te prometo algo, y es una buena noticia; regresaré mañana y te llevaré conmigo ¿Cómo ves? Nos iremos de este miserable y horrendo lugar para siempre.
-¿Y Calipso podrá ir con nosotras?
-Lo siento pequeña, no lo creo, pero ¿no quieres conocer a tu tío Héctor e ir a una escuela?
-Sólo quiero estar contigo mami.
-Pues así será y ya nada nos podrá separar, te lo prometo. Bueno, haber mujercita ya no chille más y dígame, ¿Cuántos años cumple usted? ¿diez u once?
-¡No! cumplo seis años.
-¡Válgame Dios! ¡pero si ya estás muy grande! Haber ¿Qué tenemos por aquí? ¡Una caja
sorpresa!
-¡Orales! ¿Qué es? ¿Qué es? ¡Dime!
-No lo sé. Anda ábrelo ya.
-¡Orales! ¡Gracias mami! ¡Son muy lindas! ¡Me encantan! ¡Te quiero mucho! Pensé
-Ojalá y te diviertas mucho con ellas. Te amo hija mía. Oye hija... ¿estás enferma? ¿duermes bien? te veo muy cansada.
-No es nada mami. Es sólo que tengo aún mucho sueño.
- Bueno, tengo que irme hija,
pero ya sabes, mañana regreso. Descansa bebé.
-Está bien mami, te esperaré. Te quiero muchísimo.
-Adiós mi pequeña-.
Pandora no pudo contener aquella lágrima que pugnaba por salir evidenciando su tristeza, como un desesperado grito de dolor al abrirse nuevamente su herida que nunca cicatrizaba del todo, al ver plasmado en el rostro oculto de Eleni la angelical sonrisa de Dasha al pronunciar esas mismas palabras cuando le obsequió aquellas dos muñecas aquel funesto día cuando perdió lo que más amaba.
Pandora había envuelto una de las dos muñecas para obsequiarle a Eleni, y la otra muñeca la había dejado guardada en su casa para obsequiarsela a alguien especial.
Enseguida se despidió de su hermano Héctor y de Melanie, disculpándose de que había recibido una llamada importante.
Prefirió decir eso a decir que no quería arruinar la alegre fiesta con una escena dramática al evocar el rostro de su hija en una niña sin rostro.
Pandora estaba a punto de irse cuando su hermano Héctor le pidió de favor que llevase a su hija Alysa a que pase unos días de vacaciones en su casa, sabía que su hermano la había visto aquella escurridiza lágrima y no permitiría dejarla sola. Y sin poder negarse a la dulzura de su sobrina, accedió llevarla consigo en el auto. Alysa se subió al auto, no sin antes despedirse de sus padres y de su mejor amigo Ringo que le correspondió lamiéndole la mejilla a su joven dueña. Y la pequeña Eleni se despidió de Pandora con un cálido abrazo, agradecida por la bonita muñeca de porcelana que le había obsequiado. El auto se alejó perdiéndose entre las calles mientras era observado desde la ventana de la residencia por Calipso quien decidió quedarse dentro por temor a que Pandora también la quisiese echar fuera de la casa.
9:00 pm de la noche. Sentada en el suelo de su habitación Eleni jugaba con los crayones y un cuaderno de dibujos que le habían obsequiado en su fiesta de cumpleaños mientras degustaba un pastel de chocolate que su tía Melanie le había regalado. Su expresión infantil era difusa, pero la cristalinidad de sus ojos delataba la desdicha que no sólo una mujer como Pandora podía cargar. Un par de gotas de dolor humedecieron el dibujo que reflejaba el miedo y la pena que debía soportar a tan temprana edad.
- Eleni, ya es hora de cepillarse los dientes y te acuestes a dormir - avisó Calipso al entrar a la habitación.
- ¿Pero qué estás dibujando? - preguntó Calipso sentándose junto a la niña.
- Un monstruo.
- ¿Ah sí? Veamos. Pues para dar miedo se ve bastante bien. Tienes talento. ¿Cómo se te ha ocurrido?
- Me visita todas las noches. Cuando empieza a silbar me asusta porque sé que está cerca.
- ¿Lo has visto?
- No. Pero he sentido sus manos cuando me toca mis piernas y comienza a lastimarme. Y me dice que no abra los ojos o grite porque si no me matará. Sólo sé que es muy alto y me asusta mucho, pero nadie me cree.
- ¿Y le has platicando de esto a alguien más?
- A mi tía Melanie, pero dice que yo soy el monstruo, que yo encendí la casa que mató a mami y a papi, y que soy el origen de todo mal, por eso nunca nadie debe ver mi rostro y menos mi primito Gabriel, o le haría daño. Pero yo sólo recuerdo que esa noche me dieron miedo los rayos y me fui a dormir con ellos, y luego... Sólo pude salvar su anillo. Pero mi tía se ha quedado con él.
- ¿Aquel anillo de plata que buscaba tu tío era de tú mamá?
- Sí.
- Siento mucho que lo hayas perdido.
- No lo he perdido, lo tengo aquí conmigo. Puedes ponértelo si quieres. Sería como tener a mamá cerca.
Eleni sacó del leotardo que cubría su pierna derecha un precioso anillo de plata adornado por un brillante diamante. Calipso lo tomó colocándolo en uno de sus dedos para apreciarlo más de cerca. Jamás había visto una piedra de tal belleza.
-¿Quieres pastel?
-No gracias, ya es de noche y me mantendrá despierta, y tampoco deberías comer eso ahora, ¿quién te lo dio?.
-Mi tía, es la primera vez que me regala algo. Y no quiero invitarle a mi prima Alysa. Por eso me lo estoy acabando ahorita. Las dos me odian menos papá Héctor.
- Ya no estarás sola Eleni. De ahora en adelante yo te protegeré.
-¿Lo prometes?
-Es una promesa-.
Calipso intentó consolar la agonía de Eleni, quien se aferraba a su mano donde descansaba el anillo como si fuese la mano de su madre.
Conocía esa mirada. Calipso sabía que Eleni llevaba cicatrices marcadas no sólo en la piel sino también dentro de ella, arrastraba traumas y un sufrimiento inculcado durante quien sabe cuánto tiempo en esa casa, y se compadecía sintiéndose impotente al no saber cómo ayudarla, así como esa impotencia al no haber hecho nada para salvar a Dasha. Eleni se mantenía abrazada firmemente a aquella muñeca que exhumó de la memoria de Calipso aquellas reminiscencias que, como migajas del pasado, la protegían de darse por vencida, pero que a la vez, la carcomían de culpa cada vez al evocarlas en su mente el recuerdo de su mejor amiga Dasha.
Aunque no recordara nada del momento en el que Dasha murió, tal vez porque fue un momento tan traumatizante para ella que su mente infantil prefirió vomitarlo para siempre. Pero de lo que sí estaba segura es que no permitiría que le hicieran daño a Eleni de nuevo. No volvería a cometer el mismo error dos veces.
En ese preciso instante, Melanie entró a la habitación y halló a Calipso con el anillo de su hermana en su dedo índice. Melanie llamó a Eduard, y esa misma noche Calipso abandonó la residencia en silencio, escoltada por el mayordomo hasta la salida. Melanie la había amenazado de que debía irse de inmediato, sin decirle nada a Héctor o de lo contrario, se encargaría de hundirla en la cárcel. A pesar de que Eleni confesó que no fue Calipso sino ella quien lo había tomado. Eleni no quería que la separaran de Calipso, pero al final, fueron súplicas a oídos sordos.




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