La noche era apacible, cálida. La luz de la luna se derramaba sobre la pared rosa de su habitación. Limpia, pulcra hasta el ridículo. Pero a pesar de lo prosaico de la situación, lo ominoso se hizo presente.
Eleni se encontraba en su cama, su tía se lo había ordenado, acató la orden a pesar del miedo inconmensurable que le carcomía su pequeño corazón.
Había subido las escaleras, cepillado sus dientes y había hecho el mayor tiempo posible para evitar estar en cama. Ella sabía que pasaría otra vez; y "él" sólo la visitaba en las noches mientras estaba en cama.
Cubierta con una manta permaneció inmóvil. Su cerebro buscaba desesperadamente un argumento que contradijera aquel miedo irracional y absurdo; pero su cuerpo no respondía a ese llamado a la sensatez, se obstinaba en mantener los músculos tensos. Las fosas nasales, dilatadas para inhalar la mayor cantidad de oxígeno posible, parecían las de un animal acorralado...
Sus ojos recorrían la habitación con una velocidad frenética y se movían ante cada moción que captaban sus oídos.
Su mente racional estaba estancada repitiendo estúpidamente: "No hay nadie. No. Nadie". Pero esa parte del cerebro inaccesible para la mente racional estaba determinada a mantenerse alerta, mientras se hundía lo más que podía entre las cobijas, aún sabiendo que ni eso la salvaría. Hizo un enorme esfuerzo de voluntad para tratar de dominarse, pero fue inútil.
"Enciende la luz..."
Pensó en su madre, quién ahuyentaba sus infantiles terrores encendiendo lámpara. Pero ahora ella ya no estaba.
Había pensado que, tal vez, si se escondía en el armario, "él", no la encontraría y podría dormir esa noche. Pero todo se había venido abajo cuando recordó que su prima Alisa le había contado sobre el monstruo en el armario, y debajo de la cama era aún más estúpido ocultarse.
El joven y pequeño corazón de Eleni se había acelerado a mil por hora, todo el calor corporal parecía haber desaparecido en un instante, el cuerpo se cubría de un sudor frío, sus pequeños ojos avellana saltaban de sus órbitas y su respiración sólo la hacía sentirse más asfixiada.
Pensó un momento, y se le ocurrió una bella pero ingenua idea; quizá, si se dormía antes de que "él" llegara, la dejaría en paz, podía ser que lo lograra disuadir de esa manera.
De inmediato cerró los ojos, deseando que su idea tuviera éxito, y que "el Silbador" simplemente no se apareciera esa noche y si era posible nunca más.
Estaba a punto de quedarse dormida, cuando de pronto, lo escuchó... podía oírlo... aquél silbido... sus pequeños ojos se cristalizaron con gotas salinas y su pecho se le apretó como si tuviera una gran carga sobre ella.
Escuchó los pasos sobre el piso de madera. Avanzaba lentamente y la pequeña Eleni apretaba sus pequeñas manos y ojos, no podía evitar pensar que había sido muy tonto creer que "el Silbador" iba a tenerle compasión; ¡¡¡él era simplemente malo!!!
Su sollozo era evidente, y Eleni trató de no hacerlo, sabía que "él" disfrutaba de hacerla sentir así, le encantaba verla llorar, se lo había dicho muchas veces;
"Nada me complace más que verte llorar..."
Y reía mientras lo decía con esa voz horrible y rasposa en su pequeña oreja.
Eleni trató de sacar valor y se limpió los ojos con su sábana blanca.
Su respiración seguía agitada, cada paso que daba esa cosa era como un clavo en el ataúd para ella, todo su cuerpo estaba erizado de miedo, sentía frío y temblaba por ello.
Esa cosa se acercaba cada vez más y eso provocaba que el temor acrecentara en ella, que ya estaba casi dando por perdido todo; esa cosa le haría daño otra vez.
Los ojos se le llenaron de lágrimas nuevamente y los sollozos comenzaron de nuevo. De pronto, los pasos se detuvieron. La pequeña Eleni lo notó de inmediato y una ligera esperanza emergió en su angustiado corazón. Tal vez se había ido...
Pero sólo fue momentáneo aquél resplandor de esperanza...
Un leve murmullo comenzó a escucharse e iba en aumento. De repente, el murmullo poco a poco fue mutando a una risa, y poco después a una risotada asquerosa y burlesca. Eleni sólo pudo llorar tras escucharlo reírse así.
Los pasos se oyeron de nuevo, llegaron hasta su puerta. Eleni notó debajo de la puerta una sombra y el picaporte comenzó a moverse.
La niña había puesto seguro a su puerta, también se le había ocurrido esa noche y lo había hecho.
La puerta no se abría y "el Silbador" no podría entrar. Eleni se sintió confortada por tal hecho que hasta una ligera sonrisa se le dibujó. Estaba a punto de levantarse de la cama, cuando notó que esa cosa tras su puerta se asomaba por debajo de ella, y sus brillantes ojos resplandecían como los de los gatos, pero con un destello diabólico.
"el Silbador" comenzó a silbar y comenzó a golpear la puerta, con tal brusquedad que parecía que se desbarataría en cualquier momento.
Eleni se metió entre las cobijas nuevamente y puso su almohada sobre su cabeza para ensordecer y acallar los estrepitosos golpes y silbidos del monstruo que venía a devorarla esa noche.
Las lágrimas no paraban de salir, sus pequeñas manos sólo podían enrollarse y apretarse en pequeños e indefensos puños, sus dientes chasqueaban y sus músculos se paralizaban lentamente. De repente, los golpes pararon y la pequeña niña, abrió los ojos mientras su respiración se encontraba como si hubiese corrido durante mucho tiempo, sentía un gran pesar en su pecho, y el corazón se le quería escapar por la boca.
"¿ A dónde habrá ido?"
Se cuestionaba la pequeña internamente, sabía que esa cosa no se iría así de fácil. La niña podía sentir la ansiedad del hambre de aquella bestia aún muy cercana, y si de por sí ya estaba asustada, con más razón el Silbador no dejaría ir a su presa.
La pequeña levantó la almohada de su cabeza y se incorporó con sumo terror para asomarse y ver si aún seguía ahí en la puerta.
Para su sorpresa, la sombra y los ojos habían desaparecido de debajo del madero aquél. La respiración de Eleni comenzaba a calmarse, y la niña se recostó de lado derecho. Pensaba que, tal vez, el Silbador se había aburrido al no poder entrar a la habitación, y sintió un sobrio alivio en su corazón.
La noche nuevamente estaba en calma y el silencio era intempestivamente espasmoso, cual si no hubiera más vida que la de la pequeña Eleni. Los sueños comenzaban a rondar a la niña que hasta hacia unos minutos se había sentido asustada hasta casi al borde de una crisis nerviosa.
Cuando cerraba sus ojos, el pavor la invadió de nuevo, y su cuerpo se paralizó otra vez; no pudo evitar orinarse del horrible sentimiento que lo empapó de sudor frío.
Paralizado su cuerpo, sus ojos se posaron en un rincón de la habitación. Las sombras danzaban alegremente sobre la pared, afuera ladraba el perro de su prima Alisa.
"Ahí está... en el rincón..."
Los segundos se estiraban en una angustia indecible. El tiempo se convirtió en algo físico, pegajoso. Ella miraba hacia el ángulo de la habitación. No parpadeaba. En un último y desesperado intento, su yo racional trató de calmarla.
"Ahí no hay nadie. Son sombras y nada más".
En ese momento le pareció que el bulto del rincón se movía, acaso captando que se dudaba de su existencia. El movimiento fue leve, sutil, apenas perceptible, pero innegable. Lo que ella podía entrever desde su posición era una figura, que bien podía ser humana, de pie en el rincón de la habitación.
En este punto algo sorprendente ocurrió en su interior. El horror no cedió, pero dejó de bloquear los procesos mentales, seguía en posesión de su cuerpo en tanto la amenaza continuase; pero liberó su consciencia para que analizara la mejor manera de salir de aquella desesperada situación. Intentó hablar, pero al principio sólo pudo producir un susurro que apenas si podía oírse a los pies de la cama.
-Papá Héctor...-.
Fue consciente de que había dicho el nombre de su tío, aunque desconocía el por qué, a pesar de la enorme variedad de monstruos conocidos, había pensado justamente en él, quien siempre la había querido...
-Papá Héctor, ¿eres tú? - alcanzó a decir.
La figura del rincón siguió inmóvil durante algunos instantes, luego su cuerpo se inclinó levemente hacia adelante, sacando el rostro de las tinieblas; la luz de la luna alcanzó el rostro de la figura, un segundo apenas. Lo suficiente como para que ella sepa que no era su tío, sino algo infinitamente peor.
Toda resistencia se derrumbó. La figura supuraba un odio negro e inhumano que era palpable. La habitación se llenó de un hedor insoportable. Aquello que estaba en el rincón de la habitación dio un paso adelante.
Su boca se contorsionaba en una mueca que intentaba ser una sonrisa; sus ojos eran pozos rojizos dónde era imposible vislumbrar algún rasgo humano. Imposible discutir, imposible razonar con aquel ser que era más bien una voluntad siniestra; sin pasiones, sin deseos; sólo odio y espanto.
Ella se abandonó y se hundió en aquellos pozos jaspe que eran sus ojos.
Alguien subía por la parte baja de la cama y debajo de las cobijas, sintió como las extremidades peludas de anteriores noches comenzaban a tocar sus pies y a subir poco a poco.
Eleni se hallaba paralizada por completo, no sabía qué hacer, su tía no despertaría hasta el amanecer y aún faltaba mucho para eso, el cuarto se sentía frío y más lúgubre que antes; esa cosa la comenzaba a envolver entre sus brazos, se sentían horribles pues eran peludas y muy ásperas.
De pronto, la niña intentó levantarse, huir de su cuarto, salir de la casa; hacer algo menos estar con esa cosa otra vez, ¡no otra noche más!.
Pero el monstruo, al percatarse de sus movimientos, la apretó más fuerte hasta el punto de sacarle el aire a la pobre niña que empezó a sollozar sin consuelo, estaba a punto de ser la cena del Silbador.
Esa cosa empezó a silbar. Posó sus brillantes ojos sobre la carita de la pequeña; que era su presa, y comenzó a acariciar las mejillas de la niña.
---- Shhhh! Shhh! Shhh!---- la acalló el malvado ser ---- ¿No puedes dormir, pequeña Eleni? ¿No puedes dormir? Entonces, te cantaré para que lo hagas bien---- le dijo la criatura al oído mientras comenzaba a silbar. Ella aún podía sentir como la tocaba, y podía sentir el fétido aliento de su predador.
Eleni había entrado en la telaraña del arrullo de cuna.
----No, no temas más, mi preciosa niña---- decía el Silbador mientras lentamente descendían en la cama ambos, era como si la cama se los comiera a los dos.
----Ya no te esfuerces, no pelees más o sólo me harás desearte más---- le decía al oído con su asquerosa voz y la pobre niña lloraba con suma desesperación.
Su pequeña mente sólo tenía el qué le iría a pasar.
---- ¿Por qué a mí... por qué a mí?!!---- se preguntaba con mucha angustia la niña mientras la luz tenue de la luna, que entraba por su ventana, desaparecía por el pequeño resquicio que había entre su cama que la hundía junto al monstruo y lentamente la iba engullendo, mientras escuchaba el arrullo de esa cosa, de ese maldito engendro que la estaba matando de a poco y dolorosamente en el oscuro abismo de la noche.
"Él siempre tiene hambre"
Fue lo último que dijo su mente antes de despertar de aquella pesadilla y encontrarse frente a frente con Calipso, quien salía del cuarto de niños oculto en la biblioteca. Calipso sagazmente había tomado a tiempo la puerta desprendida al pie de la escalera que estuvo a punto de aplastarla, y con ella hizo de escudo para resguardarse del fuego que aquél demonio había expulsado, y así lograr llegar a la chimenea dónde se ocultó hasta el amanecer.
Calipso había salido ya de su escondite y esperaba encontrarse con aquél extraño ser que la obligó a ocultarse en espera de la muerte que en cualquier momento entraría por ella a llevársela. Pero en vez de eso, frente a ella se hallaba, con una semblanza pálida, en medio de la silenciosa y calcinada estancia, la pequeña Eleni. Ya no era necesario intentar buscarla más. En el suelo, cerca de la niña, refulgiendo con los primeros rayos del sol, se encontraba el anillo de Anzhela. Eleni enseguida tomó el anillo de su madre.
Calipso tomó del brazo de la pequeña quien, de alguna manera, también traía las llaves de la residencia en sus manos, y juntas se dirigieron a la salida.
Calipso metió la llave en la cerradura y enseguida abrió la puerta, la luz del amanecer bañó su rostro, atravesó rápidamente el umbral hacia la libertad, sin percatarse de que sólo ella había logrado salir. Eleni, con los primeros rayos del sol, se había desvanecido como una estela de humo en el aire, y reapareció dentro de la casa, envuelta entre las sombras de las paredes chamuscadas. Calipso podía ver a través de su pequeño vestido azul. Podía ver a través de su transparente e infantil cuerpo.
-Gracias por jugar conmigo Calipso. Pero el juego acabó. Papá vendrá esta noche a jugar conmigo desde ahora. No deberías estar aquí cuando él venga, él no dejará que te marches. Querrá que juguemos su juego una y otra vez por siempre.
Ve y encuentra a mi primito Gabriel, ve y búscalo y dile cuánto lo quiero-.
Dijo el espíritu de Eleni antes de desaparecer por siempre de la vista de Calipso y ser cubierta por una sombra en forma de plaga de grillos topo que se dispersaban enseguida para fusionarse con la maldición de la residencia.
La puerta de la residencia se azotó fuertemente al cerrarse frente al rostro de Calipso. En su mano derecha se había quedado el anillo de Anzhela. Y decidida a emprender la búsqueda del hijo de Héctor a petición de Eleni, besó el anillo como una señal de promesa y se alejó para nunca más volver a poner un pie dentro de aquel lugar maldito. Sin saber que Edward, el mayordomo de la familia, se lo había llevado junto con Bim, el perro de Alysa.
Edward, cual perro guardián que obedece fielmente las órdenes de su amo, ya no tendría razón de hacerlo una vez muerto su dueño, y por consiguiente ya no tendría que obedecer las órdenes de la esposa de su amo. Y ahora, el nuevo amo con el que renovaría el contrato por derecho a la herencia de sangre sería Gabriel Kedward. Éste se presentó en el umbral de la casa de Pandora Kedward, a la mañana siguiente del suceso. Envuelto en una manta dentro de una canasta.
El ladrido de Bim alertó su llegada, junto con el tono del timbre de la puerta.
Pandora se encontraba en la cocina preparando el desayuno con ayuda de su inquilina Martha, una mujer de avanzada edad quien preparaba el café, mientras que Alysa, su sobrina, aún dormía. La televisión de la cocina sintonizaba el canal de las noticias. Eran las mismas noticias de siempre sobre desapariciones de personas, de niños, de personas acribilladas y decapitadas por el narcotráfico, y del eclipse solar que se mostraría en el cielo de Guatemala en un par de días. Hasta que la atención de Pandora se centró en la pantalla dejando el cuchillo, con el cual cortaba las verduras, a un lado.
En la pantalla del televisor aparecía la residencia Kedward, el reportero informaba sobre la trágica muerte de la pareja y la desaparición de Eleni Kedward. Martha dejó caer la taza de porcelana llena de café, rompiéndose en pedazos estrepitosamente contra el suelo por las manos temblorosas de quien se ha enterado de una terrible noticia. Unos segundos después, el timbre de la puerta las arrancó a ambas de su estupor.
Tiempo más tarde Pandora y Alysa acompañadas por Martha, quien cargaba entre sus brazos al pequeño Gabriel, habían llegado de aquel funeral donde se le dió el pésame por gente de la industria vinícola y por trabajadores del viñedo y demás seguidores que veían en los Kedward a la familia perfecta ser una víctima más seguramente por extorsionadores del crimen organizado. Todo fue tan rápido y tan doloroso para Pandora que creía que ese día no era real y que despertaría pronto de esa cruel pesadilla. Perder a un hermano no era nada sencillo. Pero tenía que ser fuerte, por Alysa y por Gabriel, aquel bebé que apareció en el umbral de su casa junto con el perro de Alysa como si él lo hubiera traído. Se hallaba exhausta, esforzándose por no parecer devastada ante la mirada triste de Alysa, mientras era consolada por Martha, aquella mujer que más se acercaba al modelo de madre perfecta para Pandora, y quien siempre llevaba una afable sonrisa y un libro de la biblia entre sus manos, como lo traería consigo una ferviente religiosa; excepto en ese día que cambió su sonrisa por palabras de consuelo. Pandora había pasado todo el día fuera de casa, atendiendo aquel tema del funeral con Martha, quien le ayudaba a cuidar a sus sobrinos. Pandora también pasó varias horas en la jefatura de policía respondiendo a los interrogatorios sobre la extraña muerte de su hermano, de su cuñada Melanie y la desaparición de su sobrina Eleni. Le fue entregada en sus manos, gracias a sus insistentes súplicas, la muñeca de Eleni que fue encontrada en la escena del crimen, pero después de ser analizada y confirmar de no servir como prueba para la reconstrucción del delito en materia penal, decidieron al fin entregársela. Pero para cuando Pandora, sus sobrinos y Martha llegaron al anochecer, jamás imaginaron que las luces de las patrullas de la policía les darían la bienvenida en la entrada de la casa.
-Disculpe la intromisión señora Levi pero tenemos unas preguntas que hacerle-.
-No entiendo. Ya les dije todo lo que sé-.
-Esta vez no se trata de la familia de su hermano. Recibimos una llamada del señor Roberth, aquel hombre que dice ser su inquilino y trabajar para usted en el mantenimiento y jardinería de la residencia. Dijo escuchar extraños ruidos dentro del inmueble. Después de llegar a su dirección, llamar a la puerta y no recibir respuesta alguna, decidimos actuar rápido y entramos por la fuerza, lo que encontramos fue razón para notificar y pedir ayuda del perito en criminalística. Por suerte usted no se encontraba en casa. Los cuerpos fueron llevados a la morgue para que se les efectuara una autopsia. El médico forense confirmó que las muertes de sus tres inquilinos fueron en circunstancias a lo que podría llamarse un suicidio. Una mujer, un hombre y un anciano, de 35, 30 y 65 años de edad respectivamente, murieron hoy en el transcurso del día. El cuerpo de Cordelia Adams confirmó muerte por congelamiento. Eczon Slorah confirmó muerte por ahogamiento y Angelo Denson, confirmó muerte por intoxicación alcohólica, cada uno de ellos fue hallado dentro de su propia habitación. Desafortunadamente aún no hemos dado con la causa real que llevó al deceso de cada uno, el forense seguirá con el proceso de análisis de los cuerpos. Sin embargo, creemos que usted pueda saber algo que nosotros no. Cualquier cosa que nos haga llegar al meollo del asunto y nos ayude a desvelar éste misterio cuanto antes.
-¿Esta bromeando? ¿Primero mi hermano y ahora esto? ¡No! ¿Esto no puede estar sucediendo?
-Sentimos importunarle después de lo que ha pasado. La dejaremos descansar por el día de hoy. Habrá una patrulla vigilando fuera de su casa. Llámenos si necesita ayuda-.
La noche era fría y oscura, y sus calles estaban llenas de vacío...
Pandora encerrada en su habitación sólo quería dormir. Su cuarto no era muy diferente a las calles, estaba oscuro, se percibía la presencia de la soledad, y, debido a ello, podía ver sombras, siluetas que cruzaban de un lado al otro, y que parecían bailar a su alrededor, y por alguna razón empezó a sentir temor. Sentía miradas insistentes sobre ella, acosándola y murmurando. Se agachó en una esquina de su cuarto y se quedó inmóvil...
Comenzó a sudar frió, comenzó a temblar, su corazón cada vez estaba más acelerado, sentía que se le saldría del pecho en cualquier momento.
El miedo se convertía en un pánico estremecedor, y a medida de que transcurrían los minutos, aquel sudor frió se convertía en una ola de calor que le recorría de pies a cabeza. Cubrió sus ojos y sólo se quedó quieta esperando...
Después de un rato, se preguntó,
"¿y las siluetas?"
Miró a su alrededor, pero aquellas ahora sólo se escondían en la oscuridad, ya habían dejado de cruzar de un lado al otro, ya no bailaban, ya no murmuraban.
Ahora... ahora sólo la miraban, ahora sólo estaban quietas, como esperando a que se moviera ella primero.
"¡Vamos!... me acostaré, me cubriré y trataré de dormir, creo que sólo estoy imaginándolo todo" Se dijo a sí misma.
Pero cuando se levantó y quiso ir a su cama, una sombra grande y oscura la tomó del cuello y la estrelló contra la pared. Sintió mucha presión, no podía respirar. La apretó con mucha fuerza, y ella... Ella sólo trataba de soltarse. Pero no tuvo éxito alguno, y sintió que se estaba quedando sin aire.
Y escuchó los murmullos de aquellas sombras que tanto la miraban.
Sólo sentía como se quedaba sin aire. Trató de soltarse hasta el último momento, pero no pudo hacer nada...
Unas lágrimas salían de sus ojos, sentía que era él fin.
De repente cayó al piso, y se despertó.
Era tan sólo un sueño, pero las lágrimas sí corrían de sus ojos y tenía ambas manos sobre su cuello. Se estaba estrangulando ella misma sin darse cuenta mientras dormía.
Sentada en su cama, miró a todos lados. No había nadie. Sobó su cuello porque sentía la marcada molestia.
Pensó en que olvidaría lo que pasó e intentaría dormir.
Se sentía muy cansada. Se volvió a acostar, se cubrió con su sábana y cerró sus ojos, pero... De repente, escuchó los murmullos cerca de ella.
08: 30 am:
Pandora Despertó y se sentó en la cama por un tiempo. Observó con tristeza a la muñeca que le había regalado a Eleni y que había puesto junto a la otra muñeca de porcelana de su difunta hija en un estante cerca del armario. Martha le había dejado una nota junto con el desayuno en una bandeja en el piso de madera en la entrada de su habitación. La nota decía que Martha acompañada de Roberth, su esposo, habían llevado a Alysa, a Bim y al pequeño Gabriel al mercado del pueblo y a dar un paseo por el parque para dejarla descansar con la seguridad de que Pandora se encontraría custodiada por dos elementos de la policía fuera de su casa.
Aunque Pandora ahora se encontraba sola, escuchaba pasos por toda su casa. Empezó a preguntarse si alguien había entrado durante la noche, así que se levantó para revisar el cerrojo. No sólo el cerrojo seguía enganchado, la cadena también seguía intacta. Halló la bandeja con la nota que leyó, la cual se encontraba al pie de la entrada, pero nada más. Sin embargo, los pasos todavía se escuchaban, y tenía que comprobar revisando toda la habitación así como toda la casa, al menos tres veces más, para asegurarse de que realmente estaba sola.
09:00 am:
Pandora estaba tomando un baño caliente, pero, mientras el agua estaba cayendo, escuchó una conversación sucediendo justo afuera de la puerta. Sabía que no había nadie porque había revisado la puerta, pero no podía dejar de escuchar a algunas vocecitas debatiendo sobre si tocar a la puerta o alejarse de ahí. Pandora metió la cabeza bajo el agua y trató de ignorar lo que no estaba allí.
09:30 am:
Pandora sintió que había algo arrastrándose por su pierna. Cuando miró hacia abajo para inspeccionar, no había nada.
10:00 am:
Pandora iba de camino al parque, la soledad la estaba volviendo loca, de pronto, la forma en que la gravedad tiró de ella por debajo de sus pies hizo que se haya descentrado ligeramente hacia la derecha. Sintió vértigo, sentía que algo la estaba tirando, así que tuvo que sentarse y esperar a que su equilibrio se restableciera, con la cabeza entre las manos para evitar vomitarse a si misma debido al mareo.
10:30 am:
Pandora regresando con Martha, el señor Roberth junto con sus sobrinos y el perro, la voz en su cabeza comenzó a llamarla, como respuesta a los niños que se encontraban jugando en el parque, diciéndole que debería destripar a uno, ahogar a otro con los intestinos, y romperle el cuello a otro más, mientras se estremecía y se aterrorizaba internamente por ver a esos niños morir. Pandora hacía hasta lo imposible por ignorarlo, pero la voz se hacía más fuerte y más exigente, incluso después de que ya habían pasado a los niños.
12:00 pm:
Mientras estaba en casa, las paredes de la residencia comenzaron a moverse tanto que casi le provocaron enfermarse.
Pandora había perdido el control sobre sus pensamientos, sentía que éstos le habían sido sustraídos, impuestos o que eran dirigidos por extraños poderes o fuerzas ajenas.
En sus crisis psicóticas, la acompañaban la angustia, la excitabilidad, el insomnio, los mareos y un comportamiento agresivo.
Sufría también de inquietud corporal, de movimientos extraños y absurdos y de conductas repetitivas.
De inmediato, acudió a una cita con el psicólogo, pero el término síndrome de Fregoli la aterró, el sólo hecho de pensar que necesitaría de pastillas por razones de alguna enfermedad mental era algo que ella no concebía. No soportaría que le llamaran loca. Sabía que ella no lo estaba, sabía que se trataba de algo más. Visitó al padre Abelard con la esperanza de recibir una respuesta que le ayude a resolver el por qué de todos sus males, no obstante, el sacerdote le dijo no saber más de lo que ella sabía.
Pandora cayó en una profunda depresión que la llevó a encerrarse en su habitación durante todo el día.
Nadie ni la señora Martha lograba sacarla de su ensimismamiento. No hablaba con nadie, ni quería ver a nadie. Sintió un extraño e indómito deseo de pintar.
Habilitó la buhardilla de su casa como estudio de pintura y dedicaba horas enteras a manchar lienzos con extrañas figuras en actitud desesperada. Pandora pintaba su propio estado de ánimo, como si quisiera expulsar los fantasmas que la atormentaban a golpes de pinceladas, escupiendo a través de ellas su desesperación y su rabia. Ningún otro tratamiento era eficaz contra su melancolía. Martha y su esposo Roberth se encontraban preocupados por ella. Conocían la historia que había detrás de Pandora. Una mujer que había perdido a una hija y que al poco tiempo de casarse con un extraño hombre adinerado da a luz a una nueva hija a quien dio por nombre Ania, pero años más tarde, el desafortunado destino le tuvo preparado aquella enfermedad que le sobrevino a lo que más amaba, a su querida Ania. Ania fue diagnosticada con leucemia linfocítica aguda a la edad de seis años y fue internada en un hospital especializado para llevar su tratamiento en un lugar que sólo Pandora conocía. Al poco tiempo después su esposo, Arian Levi, decide llevar los negocios fuera de la ciudad de Guatemala y dejar a cargo a Héctor Kedward. Pandora con el paso de los años fue enterándose de lo que realmente se dedicaba su esposo, llevándola a planear un posible divorcio. Sin embargo, después de enterarse de la enfermedad de Ania, decidió al final ignorar todo, por el bien de Ania para el pago del tratamiento de su amada hija a quien había prometido que no volvería a perder de nuevo.
Después de pasar mucho tiempo encerrada en el estudio de pintura, Pandora al fin salió, había dado a luz a una treintena de cuadros con el rostro infantil del que parecía ser un niño huérfano o de la calle derramando lágrimas de unos ojos llenos de sufrimiento y dolor, era un niño diferente en cada uno de los treinta cuadros que había pintado, y había decorado cada pared principal de la residencia, que amenazaba por moverse, con un cuadro de aquellos como si se tratase de algún amuleto contra las siluetas que la acosaban y contra las paredes que se agitaban, aquellas siluetas que en sus sueños lúcidos parecían llevar los rostros tristes de varios niños suplicando ayuda, aquellas paredes que parecían querer liberar su más grande miedo que se trataba de algún secreto encerrado detrás de los muros de la residencia.
Martha y Roberth aterrados por aquellos cuadros que les generaban una especie de enfermedad psicosomática que les causaba un elevado ritmo cardiaco, vértigo, confusión, temblor, palpitaciones, depresiones e incluso alucinaciones debido a la exposición ante las obras de Pandora, decidieron al final abandonar la residencia sin que Pandora se enterara, odiaban la idea de abandonar a Alysa y a Gabriel pero sentían que si no lo hacían terminarían por perder la cordura también. Pandora después de terminar la última pintura y decorar la última y atemorizante pared de la residencia, decidió irse a dormir, y durmió, durmió como hace mucho tiempo no había dormido, durmió como un bebé sin preocupaciones, sin pesadillas, hasta que el aullido de Bim mezclado con el llanto de Gabriel la despertó. El aullido espeluznante del perro cesó, al igual que el llanto del bebé. El reloj a lado de su cama marcaba las 3:00 am. Pandora entró a la habitación del que antes era de Ania donde sabía que dormían Alysa y Gabriel. Alysa se hallaba en la cama profundamente dormida. Sin embargo, Gabriel no estaba en la cuna donde debería estar.
Invadida nuevamente de un enorme pánico, llamó a Martha y a Roberth pero ninguno de los dos acudía a su desesperado llamado. Presentía el peligro. Enseguida encendió las luces y bajó, con los pies descalzos, las escaleras que la llevaban a la entrada de la residencia, y ahí, en medio del recibidor, Pandora suelta un grito estremecedor al presenciar la terrible escena. La sangre yacía esparcida por todos lados al igual que la carne destrozada que pertenecía a la cabeza del cuerpo decapitado de un perro. Era el cadáver cercenado de Bim que yacía sobre un charco de sangre en el suelo de madera.