Zion

Capítulo dos

«Siempre me gustó ver el comportamiento de la gente y reflejarlo en mis escritos, pero nunca noté la gran similitud con lo que me faltaba».

 

Capítulo dos

 

Un resultado

Desperté un poco confundida mientras tanteaba buscando mi teléfono. ¿Dónde rayos lo había dejado? Ni siquiera recordaba cómo había terminado en mi cama.

Para ser sincera, no quería salir.

Me estiré una vez y por fin abrí los ojos para tomar mi teléfono, pero algo me distrajo; no estaba en mi habitación.

—¿Qué? —susurré levantándome de golpe y caminé por todo el cuarto observando desesperada cada detalle. Mis paredes blancas habían sido reemplazadas por un azul claro que me resultaba familiar. Los muebles eran distintos a los míos, tampoco estaban en el mismo orden.

A decir verdad, el lugar se me hacía conocido, pero no sabía en dónde lo había visto.

«¿Y si mis papás me dejaron en otra casa porque estaban aburridos de mí?».

No...

Un sonido llamó mi atención y giré con rapidez... Había un gatito.

—Hola, pequeño. —Me senté en la cama y saltó sobre mis piernas, con lo que pude verlo mejor. Era idéntico a Zuki, el gato de Georgia—. ¿Zuki? Okey, esto se está volviendo extraño —hablé luego de tomar la correa y leer su nombre.

Corrí al espejo y chillé sin hacer mucho ruido al ver que no era... yo. Me veía como veía a Georgia en mi mente. Ella era más alta que yo, más delgada, no usaba gafas y su cabello era del mismo color que el mío, solo que más largo.

No podía ser. Claramente estaba soñando. ¡Estaba soñando!

Entré en crisis y comencé a sudar mientras tomaba mi cabello.

—¡Amor! —gritó alguien de lejos y alcé la vista—. Georgia, cariño... Baja a desayunar. —Tocaron la puerta.

—Uno... Dos... Tres... —susurré mirando un punto fijo—. ¡Acto de presencia parental!

—¡Acto de presencia parental! —exclamó un señor alzando los brazos al entrar.

—Eh...

—Georgia, estás sudando. Pero si hace frío… Hija, ¿estás bien?

Y yo no era capaz de articular palabra. Estaba casi petrificada.

—¿Qué pasa? ¿Por qué no bajan cantando como siempre? —preguntó una señora asomando la cabeza. En cuanto me vio, su expresión cambió de felicidad a preocupación y se arrodilló frente a mí—. Está helada, Arnold.

—Ya vengo. —Se movió con rapidez y la señora hizo que me recostara en la cama. Intenté estar lo más tranquila posible, pero todo era muy raro.

—Hija, ¿estuviste de nuevo en la clínica con los niños? Me parece perfecto que vayas con ellos, pero tienes que cuidarte...

—Y-yo...

—Ya estoy. —Arnold dejó un vaso con agua en la mesa de noche y una tela húmeda ligeramente caliente sobre mi frente—. Ten, cariño.

Tomé el agua pensando en que estaba aceptando cosas de extraños. Si era un sueño, era hasta la fecha el más real.

—Dime, Georgia. ¿Estuviste en la clínica?

Negué con la cabeza y volví a tomar del agua, pidiendo al cielo que no tuviera nada malo.

—¿Por qué no habla? —preguntó Arnold y, si no estaba loca, la mismísima Katherine Todd me miraba.

—No lo sé, ayer en la tarde estaba muy feliz porque había logrado perfeccionar un paso de ballet...

—Eh... No me pasa nada, es solo que, uhm... Sí. Estaba en la clínica, perdón por mentirles.

—Gia, sabes que no nos molesta, solo cuídate mucho. No es necesario ocultarlo.

Yo asentí y sonreí de lado.

—Creo que esto merece un abrazo familiar.

Y me abrazaron. Pasaron un rato conmigo y yo intentaba seguirles la corriente hasta saber qué pasaba con exactitud.

Cuando finalmente se fueron, busqué mi teléfono y lo encontré en la mesita de noche. Recordé que había escrito en el libro que Georgia lo ponía ahí todas las noches antes de dormir. Pero qué decepción... No solo era un teléfono feo, era más antiguo que el mío. ¿Por qué no le di uno mejor?

Lo guardé y suspiré un poco.

—Okey, esto... esto es muy raro. —Me levanté para caminar un poco y me puse a pensar en voz alta—. Me dormí pidiendo vivir su vida y desperté... viviéndola —solté mientras desordenaba mi... su cabello.

Si en verdad estaba soñando, en algún momento despertaría. Así que tenía dos opciones: intentar despertar o aprovechar el momento.

Vivir un bonito sueño o despertar a la fea realidad.

—Sí, gracias. Yo voy a seguir aquí. —Asentí mirándome al espejo.

¿Sería como en las películas?

—Pim, pum, pam. Deseo un desayuno. —Señalé, nada apareció—. Okey, eso no sirve. —Suspiré y tomé mi cuaderno. Curiosamente, era lo que tenía en la mano el día anterior.

Georgia obtuvo un desayuno.

Nada pasó.

Bufé y solo bajé al primer piso donde «mis padres» estaban.

—¿Ya estás mejor? —preguntó Katherine mirándome.

—Sí... Mami. —Sonreí y ella besó mi mejilla.

—Vamos, tienes que desayunar.

Alcé una ceja. ¿Funcionó? Y si funcionó, ¿con cuál de las dos formas fue?

—¿Cómo se siente casi entrar al primer día de tu último año, señorita casi graduada? —Observé como Katherine se desplazaba por la cocina sirviendo cereal en un recipiente y pensé:

«¿Qué? ¡Pero si me faltan dos años!».

«Oh, claro, Georgia».

—Eh, no lo sé. Raro. —Dicho esto, me llené la boca del cereal que la mamá de Georgia puso frente a mí con una sonrisa para no soltar más palabras.

—Estás actuando muy raro, ¿quién eres y qué hiciste con mi hija? —preguntó. La miré; Katherine se parecía mucho a Georgia. No recordaba haberla descrito mucho, pero al parecer, a veces el libro hacía lo que quería. Yo fruncí el ceño y ella empezó a reír.

—Lo siento, es solo que... es el último año y estoy un poco triste.

—Bueno, está bien, mi niña. Hay que cerrar etapas para empezar nuevas y mejores. La universidad te espera.

—Ya se me pasará... Voy a ver a... la abuela.

—Claro, dile que ya le envié la receta que me pidió.




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