Zion

Capítulo cuatro

«Así que noté que, si le daba una buena solución al problema, se iría y podría borrar mi error».

 

Capítulo cuatro

 

¿Manga?

—Pasaba por aquí —contestó él. Como si estuviera comprando un jugo en el supermercado.

Demasiadas películas de vampiros, Gia.

—¿Cómo entraste? —El chico me miró señalando la ventana y avanzó un poco.

—¿Estás bien? —preguntó. Me preocupaba la tranquilidad con la que hablaba. ¿En qué momento eso me había parecido que estaba bien?

—Claramente no, un chico acaba de entrar por la ventana de mi habitación.

—Lo siento, la puerta estaba cerrada.

—Shawn, si la puerta está cerrada, no significa que puedes entrar, está cerrada por algo, ¿no? Mira, no quiero ser grosera, pero será mejor que te vayas. —Tomé el teléfono esperando algún mensaje de Pam o mis padres.

—¿Pasó algo?

—Shawn, por favor...

—Está bien, me voy. —Se levantó y caminó hacia mi puerta—. Pero voy a salir por aquí, para que todos me vean.

—Bueno.

Y me miró confundido mientras seguía con la vista fija en el teléfono, en la historia decía que debía detenerlo, pero sinceramente me importaba más que Pam respondiera.

—Adiós...

Y Shawn se fue. Esa noche, Pam contestó diciendo que sus papás estaban estables, pero inconscientes. Aún podía remediarlo... si averiguaba cómo.

Entonces encontré una idea en el cuaderno especial que decía en forma clara:

Georgia está sola, Pam queda sin padres y se queda viviendo con los Todd.

—¿Qué clase de persona cruel soy? Ni siquiera lo puse con delicadeza.

Intenté borrarlo, pero por más que lo hacía, la hoja parecía intacta.

Bufé pateando el piso y cerré los ojos. Pero los abrí en grande y decidí anotar algo un poco más arriba mientras el gato, Zuki, decidía que mi pierna sería su nueva almohada.

Cambio de planes, los padres de Pam se recuperan y deciden mudarse cerca de Georgia.

Había logrado escribirlo, era un gran avance. Entonces intenté borrar la anterior línea, y pude hacerlo.

Así que noté que, si daba una buena solución al problema, se iría y podría borrar mi error.

El teléfono sonó y corrí a contestar:

—¿Hola?

—Gia, mamá despertó. —Pam lloraba de felicidad y el peso que caía sobre mí se sintió más liviano.

—¡Eso es genial! ¿Han dicho algo?

—No, yo estaba con ella, tomé su mano y despertó... Luego llegó la enfermera y me sacaron de ahí. —Oí un ruido y luego oí a papá decirle algo a Sam—. ¿Qué? ¡Oh, por Dios!

—¿Pasa algo?

—¡Mi papá acaba de despertar! Te llamo luego, un beso. —Colgó y me quedé mirando el teléfono.

—Logré remediarlo... ¿O sea que debo escribirlo en el cuaderno? Debe haber otra forma. Oh, genial, estoy hablando sola otra vez.

La semana siguiente me aburrí. Sin contar las tareas, no tenía otra cosa que hacer. Estaba sola, tal como en la vida real. Tal vez porque cambié el rumbo de las cosas al decirle a Shawn que se fuera.

Una mañana, al llegar a la escuela, decidí ir a conocer lo que había alrededor de «mi burbuja». Tanta gente en la escuela y yo solo había escrito de Shawn y Pam.

Pero lo raro empezó en el momento en que de verdad sentí que estaba saliendo de una burbuja. Como había llegado temprano, en vez de caminar hacia el pasillo como todas las mañanas, fui hacia el jardín y sentí que rompía una especie de pared. Fue muy extraño, aunque conocí a un par de personas que fueron bastante agradables.

—Hola, nena. —Se acercó a mí sonriendo y no pude evitar sonreír también.

—¿Qué pasa?

—Nada, ¿y tú? Tenemos una salida pendiente.

—¿Perdona? ¿Y cuándo pasó eso? —pregunté poniendo las manos sobre mi cadera.

—Todavía no...

—No, nunca me pediste salir. No lo recuerdo.

—Yo lo recuerdo perfectamente —habló y yo alcé una ceja.

—Pues no, tendrás que hacerlo de nuevo.

—Vaya, y yo que pensaba que eras callada.

—Ser callada no significa que no sepa hablar.

—¿Salimos?

—Estamos fuera. —Miré alrededor como mostrándole dónde nos encontrábamos.

—Qué lista, vamos por pizza.

—¿Cuándo?

—Ahora. —Tomó mi mano y me solté dando la vuelta.

—Tengo clases, luego será. Lo siento. —Me encogí de hombros y caminé hacia el salón.

Una vez más había cambiado el rumbo de las cosas; se suponía que debía aceptar. El problema era que las notas de Georgia estaban bajando y no tenía ni dos meses de clases. Ni siquiera sabía por qué me importaban las notas ficticias de un personaje, pero así era.

Al llegar al salón, específicamente a mi silla, encontré un sobre de papel que decía «Gia». Era raro; los únicos que llamaban así a Georgia eran de su familia.

«Me gusta cuando callas porque estás como ausente, y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.

Extracto del Poema XV de Pablo Neruda».

¿Quién rayos había enviado eso?

—¿Qué haces? —preguntó alguien, invadiendo mi espacio personal.

—Hola... ¿Quién eres?

—Soy quien tú creas que debo ser. No, no es cierto. Mi nombre es Alec, ¿y el tuyo?

—Soy... Georgia, hola.

—Es un gusto, Georgia.

—Lamento si sueno grosera, pero... ¿Qué haces aquí?

—Nada, soy nuevo y estaba socializando. Si te molesta, puedo irme... Lejos... Solo. —Lo miré mientras él tocaba su cara y reí.

—No, si quieres, puedes quedarte, no hay problema.

—¿En serio?

—Claro, puedes sentarte aquí. —Moví mi mochila y palmeé el asiento.

—Genial. —Bailó hacia el sitio donde había dejado su mochila y la tomó para sentarse a mi lado.

—Así que... nuevo.

—Sí, me mudé hace poco aquí, me está gustando la ciudad. Pero muchas personas son tan raras...

—¿Cómo quién?

—Como el chico que te persigue por los pasillos. Raro —canturreó la última palabra, alargándola mientas asentía escribiendo la fecha en el cuaderno.




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