A medida que avanzaba el día, los signos se preparaban para emprender su viaje hacia el Templo de la Llama Primigenia, el lugar donde, según la Guardiana, podrían obtener respuestas más profundas sobre la profecía. La batalla interior que habían librado la noche anterior los había dejado exhaustos, pero también fortalecidos. Sabían que el verdadero peligro residía en sus propias sombras, y que solo juntos serían capaces de contenerlas.
Leona caminaba en silencio, sintiendo la arena del desierto bajo sus pies y el calor del sol en su espalda. A su lado, Escorpio avanzaba con la misma mirada penetrante de siempre, aunque entre ellos había un acuerdo tácito de mantener cierta distancia, como si ambos comprendieran que cualquier desvío en su misión podría tener consecuencias devastadoras.
Mientras el grupo seguía su trayecto, Capricornio, que caminaba al frente, se detuvo repentinamente. Había algo en el aire, un susurro que solo él podía escuchar. Con sus sentidos agudizados, percibió una energía conocida, aunque inquietante.
—¿Lo sientes también, Capricornio? —preguntó Acuario, quien, a pesar de su semblante distante, estaba siempre alerta a las energías a su alrededor.
—Es como si algo… o alguien… nos estuviera observando —respondió Capricornio, con el ceño fruncido—. No estamos solos.
Inmediatamente, los signos adoptaron una postura de defensa. Cada uno, alerta y con los sentidos afilados, comenzó a percibir lo que Capricornio había captado. El aire se volvió denso, cargado de una energía oscura que parecía infiltrarse en sus pensamientos, tratando de abrirse paso hacia sus miedos y debilidades.
Fue entonces cuando, desde el borde del camino, surgieron figuras envueltas en sombras. Eran los Espectros del Pasado, manifestaciones de aquellos temores y deseos reprimidos que los signos habían enfrentado en sus reinos internos. Cada espectro llevaba el rostro de un ser querido, de un enemigo, o incluso de ellos mismos, retorcidos por la oscuridad.
Tauro, con la mandíbula tensa, dio un paso adelante. Ante él, el espectro tomó la forma de una figura de su pasado, alguien a quien había intentado olvidar. La sombra avanzó hacia él, susurrando recuerdos de traiciones y dudas.
—No puedes conmigo —le dijo Tauro, tratando de mantener la calma mientras sus compañeros se preparaban para enfrentar sus propios espectros.
Leona también vio una figura que la dejó sin aliento. Frente a ella se encontraba una versión de sí misma, oscura, con una sonrisa arrogante y una mirada que irradiaba peligro. Esta Leona oscura la observaba con desprecio, como si fuera incapaz de comprender la fortaleza que había construido a lo largo del tiempo.
—Eres fuerte, pero no invencible —dijo la sombra de Leona, avanzando hacia ella.
Leona respiró hondo, sintiendo cómo su energía se alineaba con la del Cetro. Recordó la advertencia de la Guardiana: su misión era resistir, no sucumbir. Observó a su alrededor y vio que sus compañeros enfrentaban sus propios miedos de la misma manera, cada uno desafiando los rostros familiares que los acechaban.
Sagitario, con su siempre presente sentido del humor, se enfrentaba a un espectro que tenía su propio rostro, una versión de sí mismo que lo acusaba de huir y nunca enfrentar sus emociones. Con una sonrisa desafiante, Sagitario susurró: —Sé que no eres real. Yo soy más que mis miedos.
Aries, en cambio, se encontraba frente a una versión de su propio fuego interior, una llama que ardía con tal intensidad que amenazaba con consumirla. Sabía que era su propio ímpetu, su impulso incontrolable que a veces la alejaba de quienes amaba. Pero no estaba dispuesta a dejar que su propio fuego la destruyera.
—Puedo controlarte —susurró, manteniendo su postura firme mientras la llama retrocedía poco a poco, hasta desvanecerse.
En medio del enfrentamiento, Escorpio observó cómo sus compañeros resistían la tentación de rendirse a sus propias sombras. Sin embargo, el espectro frente a él era diferente. No era un enemigo ni un deseo reprimido, sino una figura que conocía muy bien: su hermano, quien había desaparecido años atrás en circunstancias misteriosas. La imagen del hermano que había amado y perdido estaba allí, mirándolo con una expresión de dolor.
—¿Por qué me abandonaste, Escorpio? —preguntó la sombra con un tono desgarrador, sus palabras resonando en su corazón.
Escorpio sintió una punzada de culpa y desesperación. Ese era su mayor miedo: la posibilidad de que, en su búsqueda de poder y control, hubiera perdido a quienes le importaban. Pero recordando la lección de la Guardiana, cerró los ojos y se concentró en el amor y el respeto que siempre había tenido hacia su hermano.
—No te abandoné —susurró, dejando ir el peso que había cargado durante tanto tiempo—. Siempre estuviste conmigo.
Y, al abrir los ojos, la sombra se desvaneció, dejándole una sensación de paz desconocida hasta entonces.
Uno a uno, los signos fueron enfrentando y superando sus propios espectros. Al final, solo quedaron ellos, agotados pero triunfantes. El aire recuperó su calma, y la energía oscura que los había rodeado se desvaneció. Se miraron unos a otros, sintiendo la profunda conexión que los unía ahora, no solo en misión, sino en la verdad de quienes eran, con todas sus debilidades y fortalezas.
Fue entonces cuando Capricornio habló, rompiendo el silencio: —Esto es solo el comienzo. Si las sombras pueden tomar nuestras formas, también pueden manipular nuestros deseos y recuerdos.
Leona asintió, consciente de que lo que habían enfrentado era solo una prueba preliminar. —Tenemos que seguir adelante, pero no podemos olvidar lo que sentimos ni quiénes somos.
A medida que avanzaban, el grupo comprendió que la verdadera batalla no solo era contra las fuerzas externas que intentaban destruirlos, sino contra sus propios deseos y miedos. Y sabían que, mientras permanecieran unidos, no habría sombra ni espectro que pudiera doblegarlos.