El grupo de los doce signos se encontraba ya lejos del Templo de la Llama Primigenia, avanzando hacia un destino incierto, pero con un propósito claro. Cada uno llevaba consigo el recuerdo de la prueba superada y la promesa de mantenerse unidos, pues solo así podrían encender la Llama Suprema y proteger el equilibrio del universo.
A medida que avanzaban por el desierto, la atmósfera a su alrededor comenzó a cambiar. Una densa niebla oscura surgió en el horizonte, y el aire se llenó de un olor extraño, casi metálico. Capricornio, siempre observador, fue el primero en notar la anormalidad.
—Algo no está bien —advirtió, su mirada fija en la neblina que parecía acercarse con rapidez.
Géminis, quien mantenía una actitud más despreocupada, sintió un escalofrío recorrerle la espalda. —¿Será que… nos están esperando?
Acuario, siempre pragmático, lanzó una mirada seria al horizonte. —Es posible. No podemos olvidar que hay fuerzas oscuras que también conocen la profecía de las Doce Llamas y harían cualquier cosa por evitar que la cumplamos.
Mientras hablaban, la niebla comenzó a engullir el terreno, rodeándolos por todos lados y haciéndolos perder de vista el camino. Las voces se hicieron ecos en la oscuridad, y una sensación de soledad y temor invadió sus corazones. Era como si la niebla intentara separarlos, deshaciendo los lazos que habían fortalecido en el templo.
Leona, con el Cetro del Destino firmemente sujeto en su mano, respiró profundo, concentrándose en la energía de su propio signo para mantener la calma. Sabía que esta oscuridad no era una simple neblina; era una manifestación de la sombra misma, creada para sembrar el caos y dividirlos.
—¡Todos juntos! —gritó Leona con determinación—. No se alejen. Si nos mantenemos unidos, esta niebla no podrá dividirnos.
Uno a uno, los signos se acercaron a Leona, formando un círculo alrededor del Cetro del Destino, que comenzaba a emitir un resplandor dorado, disipando lentamente la oscuridad a su alrededor. Sin embargo, antes de que la niebla desapareciera por completo, comenzaron a oír susurros que parecían venir de sus propios pensamientos, sus miedos y deseos profundos.
**Las sombras de sus propios temores** comenzaron a materializarse alrededor de ellos, figuras distorsionadas y amenazantes que susurraban verdades dolorosas y promesas tentadoras.
Escorpio fue el primero en ver una figura conocida entre las sombras. Era su propio rostro, retorcido y oscuro, mirándolo con una sonrisa desafiante. La sombra le susurraba con una voz fría y seductora. —Sabes que puedes tener todo el poder si lo deseas… si tan solo te atreves a dejar atrás esta falsa unión y tomas lo que te pertenece.
Escorpio cerró los ojos un instante, tratando de ignorar la tentación que lo atraía. Sabía que sus deseos de poder y control eran su mayor debilidad, pero también comprendía que su verdadera fortaleza residía en proteger a aquellos que confiaban en él. Apretó los puños y resistió, rechazando la oferta de la sombra.
Leona observó cómo Escorpio luchaba consigo mismo y sintió una mano cálida en su hombro. Era Aries, quien con una mirada de desafío observaba una sombra propia, una figura que la incitaba a arder con furia, a desatar su poder sin límites.
—Podrías ser invencible, Aries —le susurró la sombra—. No necesitas a nadie, solo a tu fuego. Déjalos atrás, porque eres el poder y la llama.
Pero Aries, aunque tentada, recordó la prueba que había pasado en el Templo de la Llama Primigenia. Sabía que su verdadera fortaleza no era quemar todo a su alrededor, sino aprender a contenerse, a proteger. Con una sonrisa decidida, rechazó la sombra y volvió su atención a sus compañeros.
Sagitario, quien hasta entonces había mantenido su actitud despreocupada, observaba una versión oscura de sí mismo que le decía que siempre huía de la responsabilidad, que no podía permanecer comprometido con nadie ni con nada. Su sombra intentaba convencerlo de que abandonara a sus compañeros y buscara aventuras y placeres lejos de esa misión que lo ataba.
—Podrías vivir libre, Sagitario. Deja esto atrás y sigue tu propio camino. ¿Para qué comprometerte a algo que no te interesa?
Sagitario miró a su sombra y suspiró. Aunque en su corazón resonaban algunas verdades de aquellas palabras, sabía que esta misión iba más allá de sus propios deseos. Sus amigos, los doce signos, eran su familia ahora, y su destino estaba entrelazado con ellos. Sonrió con tranquilidad y rechazó las palabras de la sombra, reafirmando su compromiso con la causa.
Uno a uno, los signos enfrentaron sus sombras, las voces que intentaban separarlos, que trataban de convencerlos de traicionar sus propios valores y de dejarse llevar por sus deseos oscuros. Virgo enfrentó su miedo a no ser suficiente para los demás, Tauro su deseo de controlar el destino de aquellos a quienes amaba, Géminis la duda constante sobre su propia dualidad, y Capricornio el temor de fracasar ante aquellos que confiaban en él.
Cuando finalmente todos los signos habían rechazado sus sombras, la neblina oscura comenzó a disiparse. La niebla se desvanecía lentamente, y el camino volvía a ser visible bajo la luz del Cetro. Los signos se miraron entre ellos, conscientes de la vulnerabilidad que cada uno había mostrado, pero también del poder que habían ganado al superar esas pruebas. Sabían ahora que sus mayores enemigos no estaban afuera, sino dentro de ellos mismos.
Fue entonces cuando Virgo, siempre analítica, observó algo extraño en el suelo donde la neblina había estado concentrada. Era una inscripción, un símbolo antiguo, con líneas entrelazadas que parecían representar los signos del zodiaco.
—Este símbolo… parece ser un mapa —murmuró Virgo, examinando las marcas en el suelo—. Nos está mostrando el camino hacia el próximo destino. Debe ser una señal dejada por aquellos que enfrentaron estas pruebas antes que nosotros.
Acuario, con su mente lógica y curiosa, se inclinó junto a Virgo y observó los detalles del símbolo. —Es cierto. Esto nos llevará a la siguiente clave de la profecía. Pero está claro que no será fácil. Los enemigos saben que estamos aquí y harán todo lo posible por detenernos.