La noche caía cuando los signos llegaron al borde de un antiguo santuario, casi enterrado en la tierra y cubierto de enredaderas y musgo. Era un lugar sagrado que emitía una energía tranquila y profunda, pero con un trasfondo que los llenaba de cierta inquietud. Al entrar, sintieron como si los muros mismos respiraran con vida propia, y una sensación pesada y familiar cayó sobre cada uno de ellos.
Tauro, siempre sensible a la energía de los lugares, tocó las viejas piedras del santuario y murmuró: —Este sitio guarda una historia dolorosa… aquí han sucedido cosas que el tiempo no ha logrado borrar.
Capricornio asintió, observando los jeroglíficos tallados en las paredes. —Estos grabados representan un ritual de liberación. Según la leyenda, este lugar es donde los espíritus de guerreros antiguos descansan, esperando la oportunidad de ayudar a aquellos que sean dignos de su poder.
A medida que se adentraban en el santuario, el aire se volvía más denso. Las antorchas que llevaban apenas lograban iluminar el camino, y la oscuridad parecía envolverlos. Fue en ese momento cuando una figura etérea apareció delante de ellos, como una sombra translúcida, pero claramente definida.
Era un espíritu ancestral, con ojos profundos y sabiduría antigua en su mirada. —Bienvenidos al Santuario de las Almas —dijo, su voz resonando en el aire como un eco distante—. He esperado largo tiempo la llegada de los Doce. Si buscan despertar la Llama Suprema, deberán probar que su unión es verdadera y que no hay oscuridad en sus corazones.
Escorpio, con su habitual intensidad, dio un paso adelante. —Hemos superado pruebas de nuestros propios miedos y deseos. No venimos con oscuridad en nuestros corazones.
El espíritu esbozó una leve sonrisa, aunque en sus ojos había algo de tristeza. —Superar las sombras propias es solo el inicio, guerrero. Para invocar la Llama Suprema, deberán entregar algo mucho más valioso: una pieza de su alma.
Ante estas palabras, Géminis frunció el ceño, incrédulo. —¿Qué significa eso? ¿Una pieza de nuestra alma?
El espíritu asintió. —La Llama Suprema exige sacrificio, y no hay mayor sacrificio que compartir una parte de lo que realmente son. Para encenderla, cada uno de ustedes deberá renunciar a algo que es esencial para su ser, algo que los define y fortalece. Solo así serán dignos de este poder.
Los signos intercambiaron miradas de desconcierto y temor. La idea de entregar una parte de su esencia era más aterradora que cualquier enfrentamiento o batalla. Sin embargo, comprendían que este era el momento de demostrar si su misión era realmente digna de sus sacrificios.
Leona, con su liderazgo inquebrantable, dio un paso adelante. —Yo estoy lista. Si es necesario dejar una parte de mí en este santuario, lo haré para proteger a los míos y cumplir con el destino que nos une.
Aries la miró con admiración y, apretando sus puños, declaró con igual determinación: —Yo también. No somos nada sin esta unión, y si eso significa renunciar a algo de mí, lo haré sin dudar.
Uno a uno, los signos aceptaron el sacrificio. El espíritu, al ver su decisión, extendió sus manos etéreas y, con un gesto suave, comenzó a extraer pequeñas esferas de energía de cada uno de ellos. Cada esfera brillaba con una tonalidad diferente, representando la esencia de cada signo.
**Tauro** entregó su terquedad, esa voluntad inquebrantable que siempre lo había guiado, mientras **Géminis** dejó su dualidad, esa habilidad para cambiar y adaptarse. **Virgo** renunció a su lógica infalible, entregando su capacidad de ver los detalles con precisión, y **Sagitario** dio su deseo de libertad sin límites, permitiendo que el compromiso lo llenara.
El proceso fue doloroso, no físicamente, sino en lo más profundo de sus almas. Sentían como si una parte esencial de sí mismos se desvaneciera, dejándolos vulnerables, desnudos ante sus compañeros y ante ellos mismos.
Cuando el espíritu completó el ritual, las esferas flotaron hasta el centro del santuario, donde se unieron en una llama brillante que comenzó a iluminar todo el lugar. Era una llama hermosa, intensa y vibrante, que parecía arder con el poder y el sacrificio de cada uno de ellos.
—Esta es la Llama del Sacrificio —anunció el espíritu—. Han demostrado que su unión y su compromiso están por encima de sus propios deseos. Ahora, están un paso más cerca de encender la Llama Suprema. Pero recuerden, esta llama es frágil. Si alguno de ustedes traiciona esta unión, su sacrificio se perderá y la oscuridad tomará el control.
Leona, sintiendo la intensidad de la llama, se volvió hacia sus compañeros, conscientes todos de lo que habían dejado atrás en este lugar. —Hemos dado algo que nunca podremos recuperar. No podemos permitir que este sacrificio sea en vano.
**El espíritu**, con una última mirada sabia, les dio una advertencia final: —El camino hacia la Llama Suprema está lleno de pruebas que pondrán a prueba no solo su fuerza, sino su voluntad de mantenerse unidos. Confíen en la llama que han creado, en la unión que han forjado. Solo así vencerán.
Y con esas palabras, el espíritu se desvaneció en el aire, dejando a los signos frente a la Llama del Sacrificio, que seguía ardiendo con una luz clara y profunda.
A medida que abandonaban el santuario, cada uno sentía el vacío de la parte que había dejado atrás, pero también una fuerza nueva que los conectaba de un modo más profundo y sincero. La llama había sellado su destino y los había transformado en algo más que signos; ahora eran verdaderamente uno solo.
Sin embargo, al salir del santuario, **una sombra en la distancia observaba sus movimientos**. Había alguien que conocía el verdadero poder de la Llama Suprema y que no se detendría hasta impedir que ellos la encendieran. El peligro no había hecho más que comenzar, y el siguiente desafío podría ser el más mortal de todos.