El grupo de los signos avanzaba en silencio tras dejar atrás el Santuario de las Almas. La llama del sacrificio había encendido en ellos un vínculo irrompible, pero también había dejado heridas invisibles que cada uno llevaba en silencio. Sentían que habían dejado parte de su esencia, pero también entendían que ese sacrificio los había fortalecido y unido de un modo que ni siquiera imaginaban.
Caminaban por un valle estrecho y oscuro, en el que los ecos parecían amplificar hasta el más leve susurro. Escorpio, siempre alerta a los detalles, fue el primero en notar algo inusual en el ambiente.
—No estamos solos —advirtió, aguzando la mirada hacia las sombras que parecían moverse entre las rocas.
Leona, sosteniendo firmemente el Cetro del Destino, sintió cómo la tensión crecía en el aire. Sabía que las pruebas no habían terminado, y el espíritu del Santuario había dejado claro que el sacrificio de cada uno podría ser en vano si alguno traicionaba la unión. Los ojos de sus compañeros reflejaban la misma preocupación.
De repente, **una figura salió de las sombras**. Era un hombre de porte imponente y ojos oscuros, vestido con una capa negra que parecía fundirse con la oscuridad misma. Su presencia proyectaba un aura de peligro, y aunque su rostro mostraba una sonrisa, sus intenciones parecían estar lejos de ser amigables.
—Los Doce signos, unidos y decididos a desafiar la oscuridad… —dijo la figura, con un tono burlón y un leve aplauso lento—. Qué conmovedor. Pero, ¿realmente creen que pueden encender la Llama Suprema sin que los enemigos del destino se opongan?
Tauro frunció el ceño, avanzando con determinación. —¿Quién eres tú para detenernos?
El hombre sonrió, mostrando un atisbo de diversión. —Soy Moros, el Heraldo de la Oscuridad. Mi misión es evitar que la profecía de la Llama Suprema se cumpla. Y para eso, necesito probar algo: la supuesta unión que comparten.
**Moros levantó una mano**, y de inmediato, una energía oscura comenzó a expandirse, atrapando a los signos en una prisión de sombras. Cada signo se sintió inmovilizado, atrapado en una ilusión oscura que comenzó a proyectar visiones de traición y desconfianza.
**Leona** se vio a sí misma siendo acusada por sus compañeros de intentar quedarse con el poder del Cetro para ella sola. Las miradas de desprecio y rechazo que veía en los rostros de sus amigos la llenaron de una desesperación que nunca había sentido. **Escorpio** experimentaba un escenario donde los demás lo acusaban de ser un espía de Moros, alguien que, por sus secretos y naturaleza enigmática, nunca había sido realmente confiable.
Sagitario, siempre libre y fiel a sí mismo, sintió la duda de sus compañeros, que lo veían como alguien que en cualquier momento podría abandonarlos por su propio deseo de aventura. **Virgo**, en cambio, veía a los demás mirándola con resentimiento, cuestionando su perfeccionismo y sugiriendo que su necesidad de control la convertía en una amenaza para el grupo.
La ilusión creada por Moros jugaba con los miedos más profundos de cada signo, sembrando en ellos la duda y el dolor de una traición inexistente.
**Géminis**, que normalmente veía las cosas desde ambos lados, se vio atrapado en una encrucijada. En la visión, sus compañeros lo acusaban de ser doble cara, de no tener verdadera lealtad. Le reprochaban que, en el momento crítico, elegiría su propio interés sobre el de los demás.
Moros, observando sus reacciones, disfrutaba de la tormenta emocional que había sembrado en cada uno de ellos. Sabía que la mejor manera de destruir la profecía era desde dentro, y las dudas y los resentimientos eran armas poderosas. Pero antes de que sus ilusiones pudieran afianzarse, **Acuario** alzó la voz, su mente clara y lógica intentando racionalizar la situación.
—¡No caigamos en sus trampas! ¡Esto es una ilusión, una sombra! —exclamó, esforzándose por mantener la calma mientras sus pensamientos intentaban recordar a sus compañeros lo que realmente eran.
Las palabras de Acuario resonaron en el vacío de la ilusión, y, como un rayo de esperanza, comenzaron a romper el hechizo. Uno a uno, los signos recordaron el sacrificio que habían hecho en el Santuario de las Almas, la unión que habían forjado y la promesa de protegerse unos a otros.
**Leona**, fortalecida por esas palabras, rompió las cadenas de su propia ilusión. Recordó la determinación que siempre la había caracterizado y, con una voz firme, gritó para despertar a sus compañeros. —¡No somos enemigos! ¡Somos uno solo, unidos por la Llama Suprema!
Los signos comenzaron a liberarse de la oscuridad de Moros, resistiendo las visiones de traición. Las ilusiones se desvanecieron, y la prisión de sombras que los rodeaba se disipó. Moros frunció el ceño, furioso ante el fracaso de su hechizo.
—No será tan fácil romper nuestra unión, Moros —dijo Capricornio, mirando al Heraldo de la Oscuridad con firmeza—. Ya hemos sacrificado parte de nuestras almas por esta misión, y no permitiremos que tus mentiras nos aparten.
Moros sonrió, aunque esta vez había un destello de frustración en sus ojos. —Puede que hayan superado esta prueba, pero no crean que la próxima será tan fácil. La oscuridad siempre está al acecho, y basta con una pequeña duda para desmoronar incluso la alianza más fuerte.
Con esas palabras, Moros se desvaneció en el aire, dejando a los signos en el valle oscuro. Habían superado su intento de sembrar la discordia, pero sabían que no era el último desafío. La advertencia de Moros les recordaba que la verdadera batalla no era solo contra las fuerzas externas, sino también contra sus propios miedos y dudas.
Leona miró a sus compañeros, y en sus ojos había una mezcla de determinación y gratitud. —Debemos recordar esto. Somos fuertes porque confiamos en nosotros mismos y en los demás. No dejaremos que nada, ni siquiera nuestras propias sombras, nos debilite.
Uno a uno, los signos asintieron, reafirmando su compromiso con la misión y entre ellos. Sabían que la oscuridad acecharía cada paso, y que la traición podía surgir en el momento menos esperado. Pero mientras mantuvieran la llama de la unión encendida, ningún enemigo podría romperlos.