La luz del día se desvanecía lentamente, dando paso a una noche cargada de presagios. Los signos, aunque unidos por un destino común, sabían que los lazos que los unían no solo provenían de la fuerza de su misión, sino también de los secretos no resueltos que cada uno cargaba consigo. El aire estaba denso con tensiones no expresadas, mientras el campamento se preparaba para el viaje que les esperaba. Sabían que el futuro no sería simple, y que aún quedaban sombras del pasado que necesitaban ser enfrentadas.
**Leona** caminaba sola por el borde del campamento, su mente llena de dudas. El Cetro del Destino había otorgado a todos un poder inconmensurable, pero también les había desvelado algo mucho más profundo: las heridas que sus corazones llevaban dentro. El sacrificio hecho para derrotar a **Moros** había dejado cicatrices, algunas visibles, otras ocultas, pero todas igualmente presentes. El destino de los signos, ahora en sus manos, era un peso que la agobiaba.
En ese momento, la figura de **Escorpio** apareció desde las sombras, como si hubiera estado observándola desde lejos. Sus ojos, profundos y oscuros, reflejaban una mezcla de comprensión y misterio.
—Parece que la quietud no te satisface —comentó **Escorpio** en su tono bajo y seductor, acercándose sin apresurarse.
**Leona** no se giró al principio, pero al sentir su presencia tan cerca, finalmente lo hizo. Sus miradas se cruzaron, y un estremecimiento recorrió su cuerpo. Sabía que en él encontraba algo más que un compañero de lucha. Había algo oscuro en su conexión, algo que no podía ignorar.
—La quietud es engañosa —respondió **Leona**, sus palabras envolviendo más una verdad interna que una simple observación. —A veces, las batallas más grandes son las que libramos dentro de nosotros mismos.
**Escorpio** asintió lentamente. —Lo sé mejor que nadie. El poder que hemos desatado, las decisiones que hemos tomado… todo esto nos ha dejado huellas profundas. Quizá más de las que estamos dispuestos a admitir.
El silencio se extendió entre ellos, ambos conscientes de las tensiones no solo externas, sino también internas, que los acompañaban. **Leona** podía sentir la necesidad de escapar de esa conversación, de huir de los recuerdos y los sentimientos que **Escorpio** lograba despertar en ella con solo una mirada.
—Es imposible olvidarlo —murmuró **Leona**, sus ojos buscando algo en el horizonte. —Lo que sucedió con **Moros** fue solo una parte del todo. No puedo dejar de preguntarme qué más se oculta, qué más estamos a punto de enfrentar. Todo está a punto de desmoronarse, y no sé si estaremos listos para lo que viene.
**Escorpio** dio un paso más cerca de ella, y esta vez no había duda en su voz. —Lo que venga, lo enfrentaremos juntos. Pero tienes razón, **Leona**, no solo el Cetro tiene poder. Hay fuerzas mucho más oscuras, más antiguas, que aún acechan. **Moros** no fue el final. Solo el comienzo de algo mucho mayor.
Las palabras de **Escorpio** hicieron que **Leona** se detuviera. Había algo en su tono que no era solo una advertencia, sino una revelación. No estaba hablando solo de un enemigo externo, sino de algo que se encontraba en el corazón mismo de su misión, algo que aún no comprendían por completo.
En ese momento, el ruido de pasos interrumpió la conversación. **Aries**, **Sagitario** y **Géminis** llegaron al claro, sus rostros reflejando preocupación y resolución.
—Estamos listos para partir —dijo **Aries** con firmeza. —El tiempo de la reflexión ha pasado. Es hora de actuar.
Pero antes de que **Leona** pudiera responder, **Géminis** habló con su habitual tono juguetón, aunque ahora había una intensidad subyacente en sus palabras. —El futuro está lleno de incertidumbres, pero eso es precisamente lo que lo hace tan interesante. La verdadera batalla no es solo con los enemigos que enfrentamos, sino con nosotros mismos. A veces, los peores enemigos son los recuerdos y los deseos no resueltos.
**Leona** lo miró por un momento, la verdad en sus palabras resonando en su interior. Sabía que **Géminis** tenía razón. El futuro que les esperaba no solo se definiría por las batallas físicas, sino por lo que cada uno llevaba dentro: los traumas no sanados, los deseos ocultos y, por supuesto, las lealtades que no siempre eran claras.
—Lo sé —respondió **Leona**, tomando una respiración profunda. —Nos enfrentaremos a todo lo que venga. Juntos.
El grupo se preparó para avanzar. La noche cayó sobre ellos, y con ella, la sensación de que algo mucho más grande y oscuro se cernía en el horizonte. La luna llena iluminaba el camino, pero las sombras seguían al acecho, esperando el momento adecuado para surgir.
Mientras el campamento se desmoronaba y los signos comenzaban a reunirse para partir, **Leona** miró una última vez al cielo estrellado. Sabía que había algo más que los esperaba, algo que no podían prever. En el fondo de su alma, sentía la presencia de las sombras del pasado, aquellas que aún no habían sido enfrentadas, aquellas que los perseguirían hasta el último rincón del universo.
El viaje que comenzaba no solo sería físico, sino también un viaje hacia el interior de sí mismos. Cada uno de los signos tenía una batalla que librar dentro de su propio ser. La misión estaba lejos de terminar, y lo peor, aún no había llegado.
Pero una cosa estaba clara: no podían darse el lujo de dudar. El destino los había elegido, y aunque las sombras del pasado se cernieran sobre ellos, la luz de su unión seguiría brillando.
—Vamos —dijo **Leona**, alzando la mirada. —El futuro nos aguarda.