El aire en el campamento estaba cargado de tensión. Los signos apenas habían dormido, alerta a cada sonido y sombra que parecía moverse en la noche. La traición de Capricornio y sus palabras de advertencia habían dejado una herida en el grupo, una que Leona sabía que debía sanar antes de que continuara causando fisuras en su unión.
Al amanecer, **Leona** convocó a todos los signos a una reunión junto a la fogata. El **Cetro del Destino** reposaba a su lado, brillando con un fulgor tenue, como si percibiera la duda en los corazones de sus guardianes.
—No podemos continuar sin enfrentar lo que sucedió anoche —comenzó Leona, con la mirada fija en sus compañeros—. Capricornio dejó claro que no confía en nuestra misión ni en la fuerza que tenemos juntos. Pero no podemos dejar que sus palabras nos dividan.
**Aries** asintió con vehemencia. —Capricornio cometió su elección, y si se convierte en una amenaza, ya sabemos cómo actuar.
**Libra**, siempre pacífica, levantó la voz, su tono conciliador. —Quizá Capricornio no está perdido. Puede que esté confundido, atrapado en alguna influencia oscura. Tal vez podríamos…
—¿Perdonarlo? —interrumpió **Escorpio**, su voz cargada de incredulidad—. No podemos darnos ese lujo. Capricornio conoce todos nuestros movimientos, nuestros planes y, lo más importante, nuestras debilidades. Si decidió marcharse, no podemos asumir que volverá con buenas intenciones.
**Sagitario** se pasó una mano por el cabello, su tono despreocupado ahora teñido de preocupación. —No creo que Capricornio haya actuado por simple rebeldía. Es como si algo oscuro lo hubiera corrompido. Todos lo hemos sentido, esa energía oscura alrededor.
Mientras discutían, una presencia comenzó a manifestarse en el centro del círculo que formaban. Era como si las sombras mismas se compactaran, tomando forma hasta que el aire a su alrededor se sintió pesado y denso. Un murmullo extraño surgió de la figura, y pronto una voz resonó, profunda y ominosa.
—Guardianes de las Doce Llamas, he venido a ofrecerles una verdad que nadie les ha contado.
Los signos retrocedieron instintivamente. La figura tenía una silueta humana, pero su rostro estaba cubierto por una capucha, y solo se percibían sus ojos, que parecían dos puntos de oscuridad infinita.
—¿Quién eres? —preguntó Leona, con el cetro en alto, lista para defenderse.
—Soy conocido como el **Heraldo de las Sombras**. He venido en nombre de fuerzas antiguas, aquellas que existen desde antes que la primera llama de su poder se encendiera. Vengo a revelarles un secreto que su preciado cetro oculta.
**Tauro** frunció el ceño, sus manos apretadas en puños. —No tenemos tiempo para juegos, sea quien seas. Este cetro es nuestro y no dejaremos que nada nos lo arrebate.
El Heraldo sonrió, una sonrisa gélida. —No vengo a arrebatarles nada… al menos, no directamente. Pero el cetro que ahora sostienen es una herramienta de control, una trampa diseñada para vincular sus almas a un solo propósito, a una causa que ni siquiera comprenden.
**Virgo** lo miró con desconfianza, pero en sus ojos había también una chispa de curiosidad. —¿A qué te refieres? ¿Quién nos controlaría y para qué?
—Las Doce Llamas fueron creadas para mantener el equilibrio en el universo —respondió el Heraldo—. Pero ese equilibrio fue impuesto por entidades superiores, que utilizan el cetro para asegurarse de que cada uno de ustedes permanezca en su lugar, sin jamás desafiar el destino que les fue asignado.
**Géminis** alzó una ceja, divertido y al mismo tiempo intrigado. —Entonces, dices que el cetro es una especie de prisión disfrazada de poder.
El Heraldo asintió lentamente. —Exactamente. Y aquellos que lo manipulan han puesto sus esperanzas en que se mantendrán obedientes, que no cuestionarán el papel que se les asignó. Pero Capricornio… él ha visto la verdad.
Un silencio sepulcral cayó sobre el grupo. **Leona** apretó el cetro con fuerza, sintiendo cómo el peso de las palabras del Heraldo comenzaba a inquietarla. Sin embargo, no podía permitirse dudar; debía ser fuerte por todos ellos.
—¿Y qué nos propones? —preguntó Leona, su voz firme.
—Liberarse de la influencia del cetro. Dejar de ser herramientas de un destino impuesto y descubrir su verdadero poder, uno que no depende de ninguna llama o cetro. Pero deben estar dispuestos a hacer sacrificios, a separarse de lo que conocen.
**Aries** miró a Leona, la duda en sus ojos evidente. —¿Y si tiene razón, Leona? ¿Y si todo esto solo es una manipulación?
**Libra** intervino, buscando equilibrar la conversación. —Este heraldo podría estar mintiendo. No tenemos forma de saber si lo que dice es verdad. Pero tampoco podemos ignorarlo.
**Escorpio** se acercó al Heraldo, su mirada desafiante. —¿Qué ganarías tú con esto? ¿Por qué querrías ayudarnos a rebelarnos?
El Heraldo sonrió de nuevo, pero esta vez con una frialdad calculada. —Mi propósito es sencillo: deseo ver el caos regresar a este mundo, ver a los signos actuar por sí mismos, sin ser esclavos de una llama que nunca pidieron encender. La libertad trae consigo el desorden, y en ese desorden, hay un poder que ustedes apenas pueden imaginar.
Leona sintió que la inquietud crecía en su interior, pero su decisión ya estaba tomada. Sabía que sus compañeros estaban dudando, y el Heraldo parecía disfrutar de cada momento de incertidumbre en ellos.
—No importa lo que digas, Heraldo de las Sombras —replicó Leona, alzando el cetro y haciendo que la energía brillara intensamente—. Nuestro destino puede ser incierto, pero no dejaremos que alguien como tú nos confunda.
El Heraldo dio un paso atrás, la oscuridad a su alrededor vibrando. —Entonces, los esperaré. Cuando estén listos para conocer la verdad, solo deben llamarme. Pero recuerden esto: si continúan en este camino, tarde o temprano, se enfrentarán al precio de esa lealtad ciega.
Con esas palabras, la figura se desvaneció en el aire, dejando tras de sí solo una niebla oscura que se dispersó lentamente. Los signos intercambiaron miradas, cada uno sumido en sus propios pensamientos y temores.