Ya habían pasado tres horas desde que el barco llegó. Las puertas para poder entrar estaban cerradas desde adentro y no se lograba moverlas. Entonces rodearon el barco, y al ver una entrada en la piscina, escalaron con dificultad y llegaron.
— ¿Crees que esta mierda funcione si la arreglamos?—preguntó Rick, un hombre gordo, que llevaba siempre una graciosa gorra azul. Los dientes amarillos por masticar tabaco, y sudoroso.
—No lo sé—Afirmó Lance a su costado, —Y para que quieres arreglarla.
—Eso que te importa,….
Los hombres tenían linternas, por lo que alumbraron la entrada hacia el interior. Un olor nauseabundo empezó a salir del lugar. Se taparon la boca y la nariz con sus ropas. Bajaron escalón por escalón y, mientras buscaban insistentemente el interruptor de la luz, oyeron gemidos desde una de las puertas del pasadizo.
La búsqueda fue inútil, puesto que no había energía en el barco. Siguieron el recorrido, esta vez habían rastros de sangre, con un montón de moscas volando a su alrededor. El gemido de aquella mujer se hacía cada vez más audible. Pero ahora no solo había gemidos, eran respiraciones acuosas.
Abrieron puerta por puerta asomándose, todo desordenado y casi carbonizado. Uno de los hombres tropezó con un juguete tirado en el suelo.
Al final del pasillo, se hallaba una puerta blanca con una ventana circular. La abrieron, los gemidos y respiraciones venían de allí, la oscuridad parecía más atrapante, las linternas reflejaban poca luminosidad, y sus cuerpos estaban ya muy tensos y sudorosos.
Nada, un montón de platos y utensilios de cocina. Un lavabo de aluminio mohoso.
Los gemidos llegaban de algún sitio cerca, buscaron, en donde guardaban las carnes, en el depósito. Hasta que se toparon con otra entrada, estaba abierta, empero habían telas rojas a su alrededor y floreros con plantas marchitas.
Siguieron, esta vez el olor era demasiado fuerte. Uno de los que iba al último vomitó. Estaban en un salón gigantesco, al parecer debió ser hermoso cuando estaba intacto. Los gemidos ya estaban muy cerca.
Caminaron, cuando alumbraron un bulto cerca de las mesas, una mujer montándose a un tipo. Gemían. La escena parecía sacada de alguna película porno barata. La mujer llevaba un traje negro lustroso y al ser descubierta paró de moverse, y se levantó. El hombre hizo lo mismo con el pene colgándole. Tomaron en cuenta que ellos no eran normales, no por que estuvieran teniendo sexo en cualquier lugar, simplemente porque su carne estaba expuesta, y sangraban. Parecían leprosos.
—Señorita—llamó uno de los hombres— ¿Está usted bien?
La mujer emitió lo que debía ser una risa, pero más era un quejido ronco. Y gritó con la boca abierta, mostrándole su lengua podrida llena de gusanos blancos alimentándose de ella.
Empezaron a aparecer varias de esas cosas, acercándose a ellos. Luego corrieron, los primeros que encabezaban la fila al inicio, fueron atrapados. Y los últimos se salvaron.
La mujer dejo de gritar y tomo al hombre a su costado, lo besó mientras acariciaba su pene con unos dedos casi esqueléticos.