Afuera, las casas seguían en pie, algunos coches se quedaron en medio de las vías y había periódicos en el suelo. Un perro cruzó la gran avenida del pueblo, trotando se acercó a una pequeña ave que yacía en el suelo. Tal vez tenía hambre y buscaba algo de comer, desde aquel acontecimiento en el pueblo de Trustyor, ubicado en las islas bajas del país peninsular de San José, todo ha cambiado.
Y lo que es más estúpido, es que las autoridades se encargaron de la mejor forma posible, poner en cuarentena el lugar. El presidente de San José, Thomer Beronoski, se enteró horas después de que el barco llegó al puerto. Y lo único que logró hacer fue mandar a un montón de militares y científicos a que cercaran cada frontera del pueblo. De hecho, el pueblo es un muy extenso, por lo cual fue difícil salvar a las personas que quedaron atrapadas.
Una de aquellas personas fue del señor Thomas Lonverdi, dueño de una tienda. Recuerda muy bien aquella noche, aquella noche lóbrega y dueña de sus pesadillas. En la salida del pueblo, donde hay un gran muro y una puerta gigantesca, fue rodeada de cercos eléctricos, pero había otra pequeña, por el cual cruzaban las personas. Desde lo alto se podía avistar un montón de soldados apuntando hacia el tumulto de abajo y helicópteros que alumbraban como naves extraterrestres. Una de esas personas era su familia, se empujaban, gritaban porque les abran la puerta y les dejen salir.
Entonces, un supuesto general, viejo y barbudo, tomó el altavoz y dijo: —Bien, cálmense por favor, estamos haciendo lo posible para que todos puedan salir, pero para eso, necesito que muestren sus boletas amarillas.
Las personas siguieron gritando y empujándose, hasta que se oyó un disparo. El estruendo combinado con el olor de la pólvora hizo que las personas se calmaran.
—Bueno—volvió hablar el general—levanten sus boletas amarillas.
Se refería a unas hojas amarillas casi transparentes que fueron selladas por científicos que llegaron a cada familia o persona antes que la infección llegara a ocupar todo Trustyor, hasta ese momento, la gente creía que aquello no era algo serio. No le tomaron importancia, pero aun así, algunos se inscribieron. Thomas preguntó a la doctora para que servía eso, ella les explicó, con aire paciente y comprensivo, que ayudaría a los militares a recoger personas que ya han sido inscritas y examinadas con antelación. La doctora se llamaba Lisa Norton, y parecía ser muy joven y buena, y mucho más en su trabajo. Recordó, también, que llegó a la puerta de un hombre borracho y machista, y solo por molestarlo en un juego de cartas que tenía aquella mañana, estuvo a punto de ahorcarla. De no haber sido por Thomas que escuchó el griterío y de la policía, que se hallaba cuidando a cada personal, ella estaría muerta. Aquel hombre era muy peligroso, y no se hubiera detenido si Thomas le hubiera golpeado en el vientre y empujarlo al suelo. Ella le agradeció, y le prometió que haría lo que sea posible para compensárselo.
Thomas levanto el suyo, junto con otras personas.
—Ahora, pasen hacia el portón—dijo, dejando a un lado el altavoz.
Mientras se abría camino con su esposa y sus dos hijas de 6 años, una mujer se les acercó suplicante.
— Por favor, llévense a mi niño— rogó, mostrándonos a un pequeño de no más de cuatro años.
Thomas miró a su mujer dudoso, le querían ayudar, de no ser que en el documento amarillo decía que solo eran dos niños y dos adultos,
—No podemos—aclaró su esposa Linda—realmente lo siento mucho.
Entonces siguieron caminando, escuchando como la mujer empezaba a llorar y gritar “por favor”.
Cruzaron el cerco eléctrico, la cinta de seguridad y Llegaron a la puerta, y cinco militares revisaban el papel.
Avanzaban poco a poco, mientras nuevamente la gente gritaba y hacía escándalo. Entonces, se escuchó un rugido, como la de un dinosaurio, pero más agudo. Todos empezaron a alterarse más y preguntarse qué era eso. Solo faltaban dos familias más…una, y ahora ellos entregaron su documento.
El rugido se escuchaba más cerca, y antes de que abrieran la puerta para que ellos ingresaran, alguien llamó desde el otro lado, el militar que los atendía afirmo con la cabeza y dijo: —Por el momento solo quedan espacio para tres personas en el último helicóptero disponible.
— ¿¡Qué!? Tengo a mi familia aquí esperando, y me dice eso.
—Pueden esperar al próximo helicóptero, y respetando el orden, esta familia debe entrar primero, pero solo tres personas.
—Yo me quedo, llévelas a ellas—habló Thom.
—No, de que estás hablando Thom—dijo su esposa—Podemos esperar otro helicóptero.
—Papá por favor, ven con nosotras.
—Princesas—habló con tono tierno—ustedes vayan, yo esperare el próximo y nos encontraremos en ese lugar.
—Pero Thomas…—intentó parar a Thom de su decisión, pero calló apretando los labios.
—No, confíen en mi—dijo, dándole un beso a ella y a sus hijas—Me quedaré, no se preocupen por mí.
Linda se mordió los labios, —Está bien—dijo. Les abrieron la puerta y cruzaron.
—Mi amor, cuídalas… cuídate —gritó Thom, y su esposa le sonrió.