Aquella mujer tenía preparado algo muy aberrante, sutil y averno.
Preparó a uno de los plebeyos que yacían arrodillados frente a ella, mientras levantaban y bajaban los brazos hacia Edhortehm, lo miró inquisitiva, tomó su cabeza y lo miró.
El lloraba, sus ojos desprendían un intenso sentimiento de dolor y súplica. Un vacío irreconocible en el iris de sus ojos, mientras que el blanco que lo debía rodear, simplemente se tiñó de rojo.
Lloraba con dolor, mucho dolor, el cual excitaba a la Reina. Levantó sus dedos y los introdujo sobre los ojos del sufrido. Hundió las yemas de los dedos e hizo que estos estallaran dentro de las cuencas, el globo ocular quedo solo en una pequeña tela transparente con líquido que escurría de este.
El dolor fue tanto que el grito hizo que su garganta explotara en su interior, y el sonido que emitía podía ser confundido con un leve gorgorito. La sangre por los tres hoyos de su rostro, ojos y boca, brotaba a grandes chorros.
Luego metió sus dedos dentro de la boca y arrancó la lengua lanzándolo al suelo con repugnancia.
Mandó a sus cuatro acompañantes esqueléticos a traer una silla hecha de huesos de antiguos enviados, e hizo que se sentara.
Tomaría un tiempo. Estaba consciente de eso, pero lo haría.
Amarró unas espinas alrededor del cuerpo pegado al asiento, la carne putrefacta se abría con las espigas, dejando muchas aberturas sangrantes alrededor del sujeto desnudo.
Entonces lo envió, levantando su mirada oscura hacia el cielo rojizo…