La ciudad vibraba con el bullicio de un viernes por la noche, aunque él no lo sentía. Damian Sorel bajó del autobús con el cuello de su abrigo levantado y las manos metidas en los bolsillos. La humedad otoñal se colaba entre las costuras de su chaqueta militar deslavada. Había estado semanas encerrado en su casa tras su baja definitiva. Las paredes no le ofrecían más consuelo que las pesadillas recurrentes. Aquella noche, sin embargo, su madre le había insistido en salir. "Camina, distrae tu mente, hijo", le había dicho con un beso en la frente. “Ve al teatro, hay una función especial, algo bonito.”
Damian bufó al recordar. El teatro no era su lugar. Su mundo siempre había sido el cielo, las turbinas rugiendo y el olor a queroseno. No asientos acolchonados ni telones de terciopelo. Pero el edificio antiguo tenía su encanto, y la fila era corta. Así que compró un boleto para la función especial, aparentemente la despedida de un actor joven que había causado sensación.
Al cruzar las puertas, lo envolvió un aroma tenue a polvo, madera y flores secas. Y luego, algo más.
Lavanda.
Y vainilla.
El olor era tan claro, tan dulce, tan inesperadamente familiar, que por un segundo, Damian se quedó quieto. Su pulso se alteró. Apretó los puños y subió por las escaleras hacia su asiento en el palco, sin querer admitir que aquel aroma le provocaba una necesidad animal. Su lobo interior se irguió, atento. Pero él, como buen alfa entrenado, lo enterró bajo una capa de disciplina.
La función comenzó. Una historia romántica ambientada en la posguerra, con un piloto desaparecido y un joven enamorado esperándolo en el teatro donde se habían conocido. Los diálogos eran simples, pero la emoción cruda. Lo que atrapó por completo a Damian no fue el guion, sino el actor que interpretaba al joven enamorado.
Ren Lysander.
Era etéreo sobre el escenario. Su cabello rubio oscuro brillaba bajo los reflectores y sus ojos grises parecían inundados de tormentas y poesía. Su cuerpo delicado flotaba con gracia, cada palabra que pronunciaba era música. Era tan hermoso como trágico, tan apasionado como contenido. Pero lo que más inquietó a Damian fue que aquel era el omega que olía a lavanda y vainilla.
Desde su butaca, Damian no pudo apartar la mirada. Ni su entrenamiento ni sus heridas de guerra podían defenderlo de ese actor que parecía llevarlo al borde de algo profundo. Un eco de sentimientos que había enterrado hacía mucho. No podía entenderlo. Ni quería.
Ren no lo vio. Estaba inmerso en su personaje. Pero algo en él, un escalofrío en la nuca, le indicó que alguien lo observaba con intensidad.
Cuando cayó el telón, el público se levantó en aplausos. Algunos lloraban. Damian se mantuvo sentado. Su pecho subía y bajaba con esfuerzo, como si hubiera corrido kilómetros. Se pasó una mano por la nuca, buscando calmar la reacción visceral que aquel omega le provocaba. El aroma seguía flotando en el aire, envolviéndolo.
Ren salió una última vez al escenario. Sus ojos brillaban con emoción contenida. Su voz tembló al agradecer. Y entonces, sin proponérselo, sus ojos se cruzaron con los de Damian, allá en el palco.
Fue un segundo.
Pero bastó.
Ren sintió que algo dentro de él se encogía y expandía al mismo tiempo. No supo por qué, pero ese hombre de rostro severo y mirada verde intensa le provocó un escalofrío. No de miedo. De algo más.
Damian se levantó antes de que la ovación terminara. No soportaba sentirse así. No podía. No debía.
Esa noche, Ren durmió inquieto, preguntándose por qué ese extraño lo había mirado como si lo conociera de antes. Como si lo buscara.
Esa noche, Damian no durmió. Pensó en su amigo muerto. En el cielo azul sin final. Y en unos ojos grises que no se le salían de la cabeza.
Una semana después, Ren entraba al pequeño café donde la madre de Damian trabajaba. Era una mujer amable, que lo saludó con entusiasmo. Ren, nervioso, apretaba entre sus manos el libreto de la película que protagonizaría. Una historia basada en pilotos, inspirada por el mismo guion de la obra. Había solicitado ayuda profesional para prepararse. No quería parecer un aficionado. Quería entender lo que era volar. Lo que era perder.
—¿Usted es la madre del señor Sorel? —preguntó con voz suave.
La mujer lo miró con calidez. —Sí, mi cielo. ¿En qué puedo ayudarte?
Ren bajó la mirada, tímido. —Busco al capitán Sorel. Necesito asesoría para un papel... Sé que él... que ya no trabaja para el ejército. Pero sería un honor que me ayudara.
Ella lo miró largo rato, y entonces sonrió. —Eres el chico del teatro, ¿verdad?
Ren asintió, sonrojado.
—Le hablaré. No promete nada. Pero intentaré convencerlo.
Ren agradeció, haciendo una reverencia torpe. Al salir, su corazón palpitaba con fuerza. No sabía por qué ese nombre —Damian— lo ponía tan nervioso. Tal vez porque al pronunciarlo, podía sentir, otra vez, ese aroma a madera y café. Tan cálido. Tan fuerte. Tan... alfa.
Mientras tanto, Damian discutía con su madre en el patio trasero.
—No. No quiero ver a nadie. Y menos a un actor.
—Él no es como crees —insistió ella. —Es tímido, educado. Y tiene algo que me recuerda a ti cuando eras joven.
—Eso no es un cumplido, madre.
—Damian. Ayúdalo. Hazlo por ti. Tal vez enseñarle algo sobre volar te recuerde por qué amabas hacerlo.
Él calló. No porque estuviera convencido. Sino porque, de nuevo, ese aroma suave de lavanda le cruzó la memoria. Y por un instante, pensó que no estaría mal volver a mirar esos ojos grises.
Aun si sólo fuera una vez más.
* Holi, esta es primer historia [omegaverse], espero que les guste.
Si les gusta denle amor :)