Zona de Vuelo [omegaverse]

Capítulo 2 – Rumores de Cielo

Damian Sorel se había convertido en una presencia fantasmal en la ciudad. Aunque nadie lo decía en voz alta, los rumores sobre su baja de la Fuerza Aérea recorrían los cafés, los gimnasios, los pasillos del hospital militar donde aún acudía a terapia. Había dejado de ser "el Comandante Sorel" para convertirse simplemente en "Damian", un hombre con la mirada cargada de sombras y el andar pesado de quien carga con un duelo imposible de olvidar.

En su departamento, la televisión solía estar encendida sin sonido, como para no sentirse del todo solo. Los aviones de combate en miniatura seguían alineados sobre una repisa, intocables. Los libros de aviación acumulaban polvo. Y aún así, cada mañana corría cinco kilómetros, como si en ese hábito pudiera recuperar algo del control perdido.

Esa noche, el recuerdo del teatro aún le quemaba los pensamientos. Ren Lysander. No sabía por qué había memorizado su nombre en los créditos del programa de mano. No solía fijarse en los actores. Pero esa voz, ese rostro bañado por la luz dorada del escenario, ese aroma suave que lo desestabilizó por completo...

No era deseo. Era otra cosa. Algo que nacía en lo profundo de su pecho y se arrastraba como un susurro por sus venas. Un reconocimiento. Una conexión.

Pero no volvería a verlo. Era mejor así.

Ren, por otro lado, no podía dejar de pensar en el hombre de la fila 11, asiento B. No sabía su nombre, pero luego de hablar con la señora Sorel, la madre del comandante retirado, todo tuvo más sentido. Ese aroma, esa presencia, esa intensidad en la mirada: era Damian.

La obra había salido impecable, el público aplaudió de pie, pero Ren se encerró en su camerino más rápido que de costumbre. Ni siquiera su amiga Leila, que solía quedarse a comentar cada escena, logró sacarle una sonrisa.

—Ese hombre otra vez... —murmuró para sí, quitándose el maquillaje con torpeza.

Ren no era torpe actuando. De hecho, su personaje era seguro, valiente, una figura trágica y heroica al mismo tiempo. Pero una vez apagadas las luces, él volvía a su mundo silencioso. Era tímido, reservado, casi invisible para muchos fuera del escenario. No le gustaba hablar de sí mismo ni de su condición de omega recesivo. Apenas había pasado su primer celo hace unos meses, bajo estricto tratamiento médico, por elección personal. No tenía interés en los alfas ni en los juegos hormonales que a muchos fascinaban.

O al menos, eso pensaba hasta ahora.

La madre de Damian había sido amable, aunque reservada. Le había dicho que su hijo no estaba en condiciones de dar entrevistas ni ayudar en proyectos. Pero cuando Ren mencionó la película y lo importante que era entender bien a un piloto, ella suspiró y se quedó pensativa.

—Tendrá que convencerlo usted mismo —le dijo al final—. Pero le advierto: Damian no es el mismo desde que volvió.

Ren le agradeció con una reverencia silenciosa y un pequeño temblor en las manos. Esa noche no durmió.

Tres días después, en una cafetería del centro, se encontró por fin frente a él. Damian Sorel.

No hubo saludo. El excomandante sólo alzó la mirada cuando Ren llegó, su expresión neutra, casi molesta. Ren, con las manos temblando bajo la mesa, apenas logró sostenerle la mirada.

—¿Sabes lo que estás pidiendo? —preguntó Damian con voz ronca, sin preámbulos.

Ren asintió con cautela.

—Sí. Quiero entender lo que vivió. Lo que significa volar, perder a un compañero. Quiero hacerlo bien.

Damian ladeó la cabeza. Sus ojos verdes se posaron en él como un bisturí. Ren desvió la vista, sintiendo que su corazón se aceleraba.

—No voy a hablar de lo que pasó en la guerra. Ni de él —sentenció.

Ren asintió de nuevo, más rápido.

—Sólo hábleme del cielo —susurró—. De lo que se siente volar.

Un silencio tenso llenó el espacio entre ellos. Damian se recostó en la silla, cruzó los brazos.

—¿Por qué tú? Podrían mandar a otro actor. Uno que no tiemble al hablar.

Ren tragó saliva. Enderezó la espalda, sin saber de dónde sacaba el valor.

—Porque si no lo hago yo, el personaje se quedará vacío. Y él... él merece ser real. Quiero hacerlo bien.

Por un segundo, algo brilló en los ojos del alfa. No ternura. No aprobación. Pero algo distinto. Curiosidad.

—Una semana —dijo finalmente Damian—. Una semana, y no más. Ni preguntas personales. Ni sentimentalismos.

Ren respiró hondo. Asintió. Tenía una semana.

Y así, sin saberlo, acababa de abrir la puerta a algo que cambiaría sus vidas para siempre.




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