El hangar olía a metal caliente, a combustible antiguo y a historia. Damian estaba ahí desde temprano, revisando los planos de la aeronave sobre una mesa de metal, con los dedos manchados de grasa y la mandíbula apretada. A pesar del ruido de las herramientas y motores a lo lejos, su mente no podía apartarse de Ren.
No de su voz, ni de cómo pronunciaba palabras con esa mezcla entre respeto y dulzura. No de cómo fruncía el ceño cuando algo no le salía y cómo se relajaba apenas se le ofrecía una solución. No de cómo, ayer, al quedarse dormido por unos minutos en la cabina de entrenamiento, había suspirado su nombre.
“Damian…”
Ese susurro lo perseguía.
Cuando Ren llegó ese día, llevaba su libreta en la mano y el cabello ligeramente húmedo, como si hubiera salido apurado de la ducha. Vestía ropa cómoda, deportiva, pero se notaba lo mucho que le molestaba el uniforme prestado. Lo ajustaba a cada rato en la cintura, como si no terminara de hallarse dentro de esa tela.
Damian no lo miró de inmediato, pero su cuerpo sí lo sintió. Como si las feromonas de vainilla y lavanda llegaran antes que los pasos del omega.
—Buenos días —dijo Ren, con voz suave.
—Llegas tarde. —El alfa ni lo miró. Revisaba aún una hoja de datos.
Ren bajó la cabeza, avergonzado.
—Lo siento. El tráfico…
Damian gruñó apenas, pero cuando por fin alzó la vista, lo encontró demasiado cerca. Ren intentaba ver el mismo plano sobre la mesa. El espacio era estrecho. Y su aroma… su aroma lo envolvió de inmediato.
Damian retrocedió medio paso. No quería. Pero tuvo que hacerlo.
—Ese olor tuyo es una maldita trampa —le soltó de golpe, sin pensarlo.
Ren lo miró, con las mejillas encendidas.
—¿Perdón?
—Nada. Concéntrate. Hoy harás prácticas con el equipo de respiración y simulador de altitud. Quiero que reacciones como si estuvieras en vuelo real.
El omega no insistió. No preguntó más. Pero sus ojos no dejaron de seguir a Damian en cada paso. Y aunque Ren era tímido fuera del escenario, dentro de esa cabina, cuando se colocó el casco y cerró los ojos para imaginar el cielo, se transformó.
—Piloto Lysander, listo para el despegue —dijo con voz firme.
Damian, que lo observaba desde fuera, sintió algo retorcerse en su pecho. Era bueno. Muy bueno. Tenía la capacidad de cambiar, de encarnar, de convencer. Lo estaba logrando. Pero no era eso lo que más lo impresionaba. Era esa dualidad suya: tan seguro interpretando un papel, y tan inseguro cuando bajaba la mirada al hablar con él.
Cuando terminó el ejercicio, Ren se quitó el casco con las mejillas sudadas y una sonrisa leve, como si buscara aprobación.
Damian no se la dio. No con palabras. Pero su mirada lingeró demasiado en los labios del omega.
—¿Lo hice bien? —preguntó Ren, alzando apenas la voz.
Damian se acercó, con pasos pesados. Demasiado cerca. Su pecho casi rozaba el de Ren. Lo miró. Y por primera vez, permitió que se notara algo en sus ojos. Una chispa. Deseo contenido. Curiosidad. Rabia interna.
—Lo hiciste bien, Lysander. Pero no creas que eso es suficiente para volar.
Ren bajó la vista, pero su voz tembló cuando dijo:
—No quiero volar. Quiero… sentir lo que es hacerlo.
Esa respuesta fue como gasolina sobre brasas. Y las feromonas reaccionaron. El aire se volvió más denso. Damian lo sintió: su madera y café estaban en guerra con esa dulzura floral que lo rodeaba.
No. No debía. Pero su mano subió sola y le quitó un mechón de cabello que se había pegado a la frente del omega.
Ren no se movió. Pero su respiración se volvió errática.
—¿Por qué me miras así…? —murmuró, apenas audible.
Damian bajó la mano como si quemara.
—Porque no me gusta no entender lo que siento cuando te tengo cerca.
Ren tragó saliva.
—A mí también me pasa…
El silencio se alargó. Casi tanto como sus miradas. Un paso más, y todo cambiaría. Un roce más y dejarían de pretender que esto era solo una asesoría.
Pero Damian dio un paso atrás. Apretó los dientes. Su mandíbula marcada se tensó como si con eso contuviera todo lo que hervía en su pecho.
—Ve a casa. Estás sudado. Mañana, más temprano.
Ren no insistió. Pero se fue con las orejas encendidas, el corazón acelerado y las piernas temblorosas.
Damian lo siguió con la mirada hasta que desapareció.
Y luego golpeó la mesa con el puño.
Una parte de él quería proteger a ese omega. Otra, quería marcarlo de inmediato. Y ambas lo estaban rompiendo por dentro.
Punto de ignición.
Lo habían alcanzado.