El bullicio de la ciudad quedaba amortiguado por los ventanales gruesos y la música suave de fondo. Las luces cálidas de la librería-cafetería “El Refugio del Lector” parecían sacadas de otro mundo: ese donde el tiempo se detenía y uno podía respirar sin pensar en el futuro.
Ren estaba ahí desde hacía media hora, hojeando un libro de aviación que había encontrado entre estantes altos. Iba vestido de manera informal, con un suéter azul claro que resaltaba el tono gris de sus ojos. Había escogido ese lugar para su reunión con Damian porque lo hacía sentir en control. No era un escenario, pero se le parecía: todo tenía su ritmo, su atmósfera… su equilibrio.
Aunque, claro, el equilibrio desapareció en cuanto Damian cruzó la puerta.
El alfa era una figura que cortaba el aire con solo entrar. Vestía chaqueta negra, botas militares y el mismo ceño fruncido de siempre. Algunos clientes levantaron la vista. Damian no parecía un lector. Parecía una tormenta.
Ren se puso de pie, nervioso, sin saber si saludar con la mano o con palabras. Se quedó en medio gesto, inseguro.
Damian lo notó, y en un gesto casi imperceptible, sus hombros se relajaron.
—Llegas antes de la hora —dijo, como saludo.
—Sí… no quería llegar tarde otra vez.
Damian asintió y miró alrededor, incómodo entre tanta calma. Ren le indicó con una mano la pequeña mesa junto a los estantes. Dos tazas ya los esperaban. Ren había pedido café negro para Damian. Recordaba su aroma a madera y café, y le pareció… apropiado.
—¿Esto es parte de la preparación? —preguntó Damian, sentándose.
—No exactamente. —Ren sonrió con timidez—. Quería agradecerte. Has sido más paciente de lo que imaginé.
Damian alzó una ceja, sorprendido.
—¿Eso fue un cumplido?
—Tal vez… —El omega rió bajito—. Tal vez estoy intentando que no me odies tanto.
—No te odio, Lysander. Si te odiara, no estaría aquí.
El silencio se instaló entre ellos, pero no era incómodo. Ren bebió un sorbo de su capuchino, luego desvió la vista hacia la ventana. El sol se filtraba apenas entre las cortinas de lino. Su perfil era delicado, como trazado con pincel. Damian lo observó, sin disimulo.
—Ayer, en el simulador… —Ren rompió el silencio sin mirarlo—. Sentí que te enojaste conmigo. ¿Hice algo mal?
Damian desvió la vista hacia su taza, girándola entre los dedos.
—No fue contigo. Fue conmigo. —Su voz bajó una octava—. Me molesta no tener el control cuando estás cerca.
Ren lo miró entonces, y por primera vez, hubo algo más que timidez en su mirada. Una chispa de algo que no era certeza, pero sí curiosidad profunda.
—¿Te molesta… por mí como persona? ¿O por lo que soy?
Damian sostuvo la mirada un segundo largo.
—Porque eres un omega. Y no uno cualquiera.
Ren bajó la vista, apretando los labios. Sabía que no era como los demás. Ser recesivo lo hacía distinto. Más invisible para la mayoría. Pero Damian… Damian lo había notado desde el primer momento.
—Sé que aceptaste ayudarme porque te lo pidió tu madre. —La voz de Ren tembló, pero siguió—. ¿Es verdad?
Damian se tensó. Respiró hondo. Luego dijo:
—Mi madre fue quien me lo pidió, sí. Pero fue tu voz lo que me hizo quedarme. Esa primera noche en el teatro. Antes de saber quién eras. Antes de saber que eras tú quien necesitaba mi ayuda.
Ren abrió los labios. Los cerró. Y luego sonrió. No con seguridad, sino con gratitud.
—Entonces no te molesto tanto…
—Te equivocas. Me molestas mucho. —Damian se inclinó apenas sobre la mesa—. Porque cuando te acercas demasiado, como ahora, mis instintos quieren responder. Y no debería.
Ren tragó saliva. Las feromonas eran más sutiles en ese espacio cerrado, pero seguían ahí. Entre café caliente y hojas viejas, la madera y la vainilla flotaban con suavidad en el aire, girando en una danza lenta. No eran un choque. Eran un llamado.
—No estoy en celo, Damian —susurró Ren—. Y no te estoy provocando.
—Lo sé. Y aún así, tu sola presencia desarma mis barreras.
Ren tembló.
—¿Y qué haces con eso?
Damian lo miró, intenso.
—Me muerdo la lengua. Me aprieto el puño. Me alejo.
Ren alzó la mano lentamente, apenas unos centímetros, como si dudara si podía cruzar la distancia entre ellos. Pero no lo hizo. La dejó sobre la mesa, cerca de la de Damian, sin tocarla.
—Y si no te alejaras tanto… —dijo apenas.
Damian no respondió. Pero sus dedos se movieron. Casi un roce. Casi.
El silencio volvió a caer entre ellos, y en esa pausa todo era claro. No había contacto real, pero el deseo latía como un tambor entre miradas y suspiros.
Fue la camarera quien rompió la magia, trayendo la cuenta con una sonrisa.
Damian apartó la mano. Ren también. Como si ambos hubieran cometido un pecado.
—Gracias por venir —dijo Ren, de pie ya—. Esto me ayudó más que mil libros de aviación.
Damian lo miró mientras el omega recogía su libreta y se colocaba la bufanda con torpeza.
—Ren…
El omega alzó la vista. Sus ojos grises se encontraron con los verdes de Damian.
—¿Sí?
—La próxima vez… no uses esa esencia floral. No si quieres que mantenga la distancia.
Ren no respondió. Solo sonrió, bajó la mirada y caminó hacia la salida.
Y Damian se quedó sentado, con el eco de ese aroma y la certeza de que estaba perdido.
Muy, muy perdido.