Zona de Vuelo [omegaverse]

Capítulo 9 – El olor del deseo

Ren no podía evitar sentirse un poco inquieto esa mañana. El ensayo de hoy sería una de las escenas más complejas de la película: una secuencia de entrenamiento en la base aérea, seguida por un descanso en la cafetería del escuadrón, donde los personajes se acercaban emocionalmente por primera vez. No era una escena romántica, pero estaba cargada de subtexto y vulnerabilidad. Ren quería hacerlo bien… pero también sabía que Julius, su coprotagonista y amigo, tenía un estilo interpretativo muy físico, y eso siempre terminaba incomodando un poco a Damian.

Damian no lo había dicho abiertamente, pero su mirada lo delataba. Se volvía intensa, como si estuviera en alerta. Ren lo había notado varias veces desde que comenzaron los ensayos en el set real. No sabía si debía sentirse halagado o intimidado, pero definitivamente le provocaba un cosquilleo extraño en el estómago.

El ensayo comenzó puntual. Damian observaba desde una esquina del estudio, brazos cruzados, una sombra seria pintada en su rostro. Ren entró en personaje con esa facilidad que lo caracterizaba: hombros erguidos, mirada decidida. Su voz, firme pero cargada de emoción, resonó en el set mientras representaba a un joven recluta enfrentando el peso del deber y el miedo a volar.

Julius, interpretando al superior con quien su personaje compartía una extraña camaradería, se le acercaba demasiado. Su actuación requería contacto físico: un toque en el brazo, una mano que sostenía su hombro, una mirada sostenida demasiado tiempo. Todo era profesional. Todo era parte del guion. Pero el alfa que observaba desde la sombra no veía sólo actuación.

Damian apretó la mandíbula. El olor. Era casi imperceptible, pero lo sintió. Julius, siendo alfa, dejaba una ligera estela de su aroma cuando rozaba a Ren: notas de ámbar y tabaco dulce. Ren no parecía notarlo. O tal vez lo ignoraba.

Pero él no podía.

Cuando el ensayo terminó, Ren fue directo a cambiarse. Julius se le acercó, bromeando como siempre, con una sonrisa fácil en los labios. Damian no lo pensó dos veces. Avanzó como un depredador silencioso y, sin decir una palabra, tomó a Ren del brazo, con firmeza pero sin violencia.

—Ven conmigo.

—¿Eh? ¿Damian? ¿A dónde—?

—Solo ven.

El tono autoritario de su voz hizo que Ren obedeciera, aún confundido. Julius los miró marcharse con una ceja levantada, pero no dijo nada.

Damian lo llevó hasta el auto. Subieron sin hablar. Solo cuando llegaron a un parque alejado, junto a un viejo campo de entrenamiento ahora en desuso, se detuvo. Bajó primero, luego abrió la puerta del copiloto.

—Baja. Por favor.

Ren descendió con cautela. El viento agitó su cabello, y el olor a pasto seco y tierra húmeda llenó el aire. Pero entre todo eso, Damian lo olía a él. Y también, aún peor, olía el aroma de Julius mezclado con el de Ren.

—¿Qué ocurre? —preguntó Ren, mordiéndose el labio—. ¿Hice algo mal?

Damian se acercó, acortando la distancia entre ellos sin disimulo.

—¿Sabes lo que me hiciste en el ensayo? ¿Sabes lo que él te dejó encima?

—¿"Él"...? ¿Julius?

—Su olor está en ti —gruñó, bajo, cerca de su cuello—. Es... molesto.

Ren sintió su corazón golpear con fuerza contra el pecho. El aire se volvió denso, cargado. Las feromonas de Damian se alzaron como una marea invisible: madera cálida, café oscuro... masculinidad salvaje y contenida. Se le metieron por la nariz, por la piel, por los pensamientos.

—Yo... yo no lo noté —balbuceó Ren, sin poder apartar la mirada de esos ojos verdes brillando con fuego contenido.

—Yo sí.

Damian lo rodeó con un brazo, atrayéndolo contra su pecho firme. La mano libre se deslizó a la nuca de Ren, y por un instante se detuvo. Lo miró. Buscó en sus ojos algún signo de rechazo. Pero Ren, nervioso y algo mareado, no se apartó. Al contrario, sus mejillas se tornaron rojas, y su aliento se volvió corto.

Entonces Damian lo besó.

No fue un beso suave. Fue intenso, exigente, desesperado. Un reclamo. Un mensaje. Y Ren respondió con torpeza, con timidez, pero sin duda alguna. Se aferró a la chaqueta de vuelo de Damian, dejando que el sabor del alfa lo llenara. Era café y peligro, madera y deseo. Sus feromonas bailaban en una danza salvaje entre ambos.

Cuando se separaron, ambos respiraban con fuerza. Damian acarició su mejilla, más tranquilo ahora, pero con los ojos aún encendidos.

—Tenía que hacerlo —susurró.

—Está bien... —respondió Ren, todavía aturdido. Luego bajó la mirada, tímido—. ¿Me llevarás a casa?

Damian asintió y lo guió de regreso al auto. El camino de regreso fue silencioso, pero no incómodo. Había algo nuevo flotando entre ellos, algo que ninguno se atrevía a nombrar aún, pero que estaba ahí.

Cuando llegaron al departamento de Ren, Damian no lo dejó ir de inmediato. Se inclinó desde el asiento del conductor, le tomó la mano y la besó con suavidad.

—¿Puedo verte mañana?

Ren sonrió, sonrojado hasta las orejas.

—Claro que sí.

Bajó, cerró la puerta con cuidado, y caminó hacia el edificio sin dejar de mirar atrás. Damian esperó hasta que desapareció por completo antes de arrancar el auto, su pecho latiendo como tambor.

Él ya lo sabía: Ren Lysander no era un omega común. Y él tampoco podría amar de manera común. Porque ya comenzaba a entender que aquel pequeño actor de voz suave y mirada brillante, era su destino.

Y nadie más volvería a dejarle su olor encima.




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